NINOSKA PÉREZ CASTELLÓN,
De niña recuerdo haber escuchado una historia que jamás he podido olvidar. Un convoy de mujeres y niños eran llevados por los Nazis hacia las cámaras de gas apresuradamente a finales de la guerra. Cuando los Nazis se enteran de que ya habían perdido, antes de huir deciden descargar su furia y su odio ametrallando sin piedad al precioso cargo humano. Algunos niños se salvaron porque las ráfagas de las balas cayeron sobre las espaldas de las madres que se abalanzaron sobre sus hijos para protegerlos.
El combate en el conflicto israelí contra la organización terrorista Hamás llegó a Jabaliya en el norte del enclave palestino. La guerra, por naturaleza, es cruel, más aún cuando se usa a los seres humanos como escudo, especialmente a los niños. El aberrante efecto resulta buena propaganda en el errático mundo de la izquierda. Predeciblemente, a la prensa liberal, por mucho que trate, se le escapa la simpatía por los terroristas de Hamás y Hezbolá, disfrazados de inocentes.
E aquí un ejemplo, el titular reza: Masacre en campo de refugiados. El objetivo real era: Un complejo de túneles entre los edificios de la infraestructura terrorista del Batallón Central Jabaliya-Hamás donde murió el comandante Ibrahim Biari, y otros 50 responsables del envío de terroristas a la masacre del 7 de Octubre. Los cobardes escogieron esconderse entre refugiados para que los civiles también pagaran por sus crímenes. Los edificios estaban sobre la red de túneles creados para esconder a los terroristas y su armamento bélico. Eso es cobardía. Más aún cuando los puestos de mando de operaciones están en los hospitales.
¿Qué define a una masacre? Lo dejó claro el Secretario de Estado Anthony Blinken en su testimonio ante el Congreso citando una de los cientos de atrocidades cometidas por Hamás: «Una familia de 4, el matrimonio y sus dos hijos de 6 y 8 años. Antes de ejecutarlos, al padre le sacaron los ojos delante de sus hijos, a la madre le cortaron un seno, a la niña un pie, al niño los dedos». Esos son los monstruos a los que se enfrenta Israel. La masacre del 7 de octubre tomó 1.400 vidas. Otros padecieron peores torturas.
Extrema crueldad es el testimonio de una mujer que contó cómo fue violada frente a su novio. A él lo amarraron, mientras a ella la golpeaban y la violaban entre gritos y carcajadas de 25 bestias. La pesadilla duró horas y cuando pensó que era el final, llegó uno y le susurro al oído: “disfruta”.
En esta guerra, mientras los terroristas enfurecidos violan mujeres, degüellan, mutilan y queman en vida a seres humanos, los que dan las órdenes están lejos del campo de batalla. Los responsables y sus fortunas billonarias radican en Qatar u otro paraíso donde poseen lujosas mansiones. ¿Dónde están la izquierda liberal y los apaciguadores de siempre? Ignorando la barbarie y repitiendo la nefasta frase “del río hacia el mar” que no es más que pedir que borren a Israel del mapa. Lo mismo que hizo Hitler exterminando a seis millones de judíos.
Ayer en una calle de Nueva York alguien con atuendo árabe arrancaba de un poste afiches con fotos de los niños secuestrados por Hamás. Un grupo de hombres y mujeres se abrazaron al poste cubriendo los rostros de los niños con sus cuerpos. Se me partió el corazón porque pensé en cuantos padres judíos habían muerto lanzándose sobre sus hijos para protegerlos durante el Holocausto como aquella historia que me contaron de niña.
En las guerras no hay vencedores ni vencidos, hay víctimas. En este conflicto donde un ejército profesional se enfrenta a un grupo terrorista hay que pensar en la cruel, fría y criminal manera que Israel fue agredido. Lo que no es difícil entender es quiénes son los victimarios. Si a Hamás le preocuparan tanto los niños, los hubiera evacuado antes de la masacre que llevaron a cabo el 7 de octubre.
Lo que sí ha quedado claro es que Israel protege a los suyos. Hamás los utiliza como escudos para llevar a cabo su reino de terror.