RICARDO RUIZ DE LA SERNA,
En España, con el PSOE y Podemos va a tener más protección un ratón en la cocina que un bebé en el vientre de su madre. Al PP, lo del ratón le resulta escandaloso; lo de bebé, no tanto. Ya dijo Núñez Feijóo que la ley de plazos le parece «correcta» y que «merece su respeto».
En realidad, este consenso en torno al aborto revela que el modelo de sociedad que quieren imponernos es transversal. Deseaba Borja Sémper en una reciente entrevista que «el PSOE dejara de ser el Partido Sanchista y volviera a ser el Partido Socialista» para añadir a renglón seguido «podríamos ponernos de acuerdo en grandes pactos de Estado». Para comprender lo que está sucediendo, pues, necesitamos más ejes que el clásico de la derecha y la izquierda. Cuando el PSOE y el PP coinciden ―y lo hacen con cierta frecuencia en estas cosas― hay que buscar otras categorías para marcar las diferencias.
Una podría consistir, por ejemplo, en la tensión entre élites y masas. En esta clave, la pugna entre las dos fuerzas del bipartidismo enfrenta a dos grupos que se disputan el poder político, pero coinciden en el modelo de sociedad que pretenden. Cuca Gamarra lo advertía en una entrevista hace poco: «Me siento más lejos de Vox que del PSOE, pero al PSOE no lo encuentro». Es comprensible: las elites tienen unos intereses coincidentes por encima de la derecha y la izquierda.
Otro posible eje podría ser la adhesión a los consensos del globalismo frente a la defensa de la soberanía de los Estados. De nuevo coinciden aquí los de Sánchez y los de Feijóo. Sus referentes son los mismos: el Foro Económico Mundial, la Agenda 2030, etc. Ambos abrazan el consenso de debilitar a los Estados so pretexto de fortalecer a las entidades supranacionales. Desde las políticas de la Comisión Europea hasta la doctrina de las agencias de Naciones Unidas, ambas fuerzas comparten lo fundamental en políticas de inmigración, medio ambiente, transición verde, etc. Se dirá que se diferencian en la gestión, pero esto es un eufemismo para ocultar que unos y otros gestionan en pro de los mismos objetivos.
Otras coordenadas podrían ser las posturas en torno a la unidad nacional y su defensa. Aquí todo se vuelve más vidrioso porque hay que profundizar un poco en las políticas autonómicas. El galleguismo de Feijóo y el andalucismo de Moreno Bonilla no son tan diferentes del asturianismo de Barbón ni del valencianismo de Ximo Puig. Se dirá que son menos radicales que los nacionalismos vasco y catalán, pero de nuevo es un sofisma porque, a la hora de la verdad, ambos partidos están dispuestos a pactar con los nacionalistas de cualquier signo. Esa confusión moral ―la de creer que cabe algún entendimiento con los enemigos de España― ha sido uno de los grandes errores desde la Transición.
Del mismo modo, PP y PSOE coinciden en sus silencios. Ambos callan acerca del empobrecimiento creciente de la clase media española. Ninguno dice nada de las causas de la precariedad que dicen combatir. Brillan por su ausencia las denuncias de modelos económicos que condenan a la pobreza a los trabajadores. Los dos han asumido el relato de los «emprendedores» y de los que se «reinventan» como pretexto para silenciar la discriminación por edad de los mayores de 50 o la imposibilidad de conciliar la vida laboral y familiar con modelos de negocio que disuelven conceptos como el de jornada laboral u horario.
Hay muchos factores que podrían explicar esto, pero me temo que lo determinante es que son ejecutores de políticas decididas por otros y en otras instancias. Por supuesto, los partidos presentan propuestas que, en apariencia, son diferentes, pero que conducen a objetivos similares. Hay aquí un eje paradójico: los caminos distintos para llegar al mismo sitio. De nuevo el aborto brinda un ejemplo elocuente: Alberto Núñez Feijóo ha terminado dando por «correcta» una ley que su propio partido recurrió ante el Tribunal Constitucional. Borja Sémper en la misma entrevista mencionada que «la interrupción voluntaria del embarazo a través de un sistema de plazos es un modelo razonable, aceptado por la sociedad». Ya ven: el PSOE de Sánchez y el PP de Feijóo no son lo mismo, pero van al mismo sitio.