OMAR ESTACIO Z.,
«El narcotirano se mira a sí mismo como vitalicio y, además, pretende urgir a su «nené», cual el gordiflón norcoreano, como príncipe heredero».
La normativa es terminante. La Junta Nacional Electoral publicará dentro del plazo de 48 horas, a contar del último cierre de las mesas, la totalización de las actas y la adjudicación de los cargos según los resultados (Artículo 146 de la Ley Orgánica de Procesos Electorales). Tal totalización estará basada en los escrutinios de cada una de las mesas de votación (artículo 142).
Pero he aquí que el Consejo Nacional Electoral (CNE), capaz de un hipotético ataque cibernético, denunciado por su coludido presidente, no cumplió, ni fuera ni mucho menos dentro del lapso legal, con actividades tan elementales. Aún así el presidente en cuestión, por su sola cuenta, proclamó a Maduro como ganador de las elecciones, sin operación aritmética alguna. Ahora el Tribunal Supremo de Justicia, a través de su Sala Electoral, pretende usurpar funciones de la referida Junta Nacional y hasta las del más modesto presidente de mesa.
«Kangaroo Court», así estigmatizan en la jerga forense universal, a todo tribunal por muy supremo que se precie, que al contrario de impartir Justicia, salte de aquí para allá y de allá hacia acá, cual marsupial, para mofarse de su verdadera razón de ser. Nada nuevo bajo el sol. Para muestra un solo botón: 2.500 años atrás, Aristóteles lo advertía: «Peor que una injusticia, es una mascarada de justicia». En lo que se refiere a nuestro drama, en la llamada Robolución, «la única ley es que no hay ley» para no darle más vueltas al asunto.
El tiranuelo ya había amenazado a los cuatro vientos que, si perdía el 28 de julio, iba a correr sangre en nuestra amada Venezuela y vaya que ha cumplido su palabra de asesino serial. Derrotado por avalancha, desde esa fecha agrega a su muy abultado prontuario más de 20 venezolanos masacrados en nuestras calles, se jacta de haber apresado otros 2.000 compatriotas y sigue amenazando con mayores desgracias.
¿Argumentos legales, ante una Kangaroo Court, que pretende entronizar a quien se mira, a sí mismo, como Presidente vitalicio y aún más, promueve a su «nené» como sucesor, cual el gordiflón norcoreano?…
Sí que tiene sentido hacer tales alegatos y con mucha energía. No sólo ante una Corte Canguro, sino en cuanto foro, congreso, conversatorio o espacio. Es la fuerza de la razón, versus la razón de la fuerza. Preferiblemente enmarcados en la denominada «Estrategia de Ruptura», consistente en argumentar, no para ganar una causa que se sabe de antemano perdida, dada la nula imparcialidad del operador de justicia, sino como púlpito, con el objeto de agitar, exacerbar el descontento colectivo, animar la disidencia y con ello minar la base de sustentación de determinada tiranía.
¿Fue Vladimir Ilich Lenin terrorista, acaso, por haber alentado tal estrategia de ruptura, en el juicio contra su camarada Elena Stasova, según lo confesó en carta a la entonces prisionera del 19 de enero 1905, tal como lo atestigua Marcel Willard en «Défense accuse: de Babeuf à Dimitrov»? (Paris, Éditions Sociales Internationales, 1938).
Según Lenín, el planteamiento que debía seguirse en la defensa de la señora Stasovas era el siguiente: (I) No reconocer el derecho de la corte a juzgar a la acusada y por ende proceder a boicotear el juicio; (II) No participar en los procedimientos judiciales y, a tal fin, utilizar la figura del abogado con el exclusivo objeto de explicar que el tribunal carecía de jurisdicción, siendo éste el argumento único que debía de esgrimirse en el juicio y (III) Usar, por último, el proceso como medio de agitación.
Desempolvamos, en el mismísimo panteón del comunismo, a la momia antes citada, para que no venga ningún «ñángara» muy barriobajero —ni a eso llegan los narcochavomaduristas— a calificar de terroristas a quienes empleen herramientas de desobediencia civil y resistencia pacífica de tanta solera. Desde Sócrates a Étienne de La Boétie, pasando por San Agustín; desde Henry David Thoreau hasta las contemporáneas, Erica Chenoweth y Maria J. Stephan, con toques técnicos en las teorías de Gandhi, Tolstoi, Martin Luther King, de Gene Sharp, este último, por cierto, que tanto aterrorizaba a la otra momia (Me refiero a la del llamado «Cuartel de la Montaña») al extremo de haber impuesto el estudio -no de Sun Tzu, ni de Carl von Clausewitz, ni de la teoría de «la aproximación indirecta» de Basil Liddell Hart- sino de la escuela funcionalista del señor Sharp, en cada una de las academias militares del país… Tales lecciones no han sido para recuperar el territorio Esequibo, ni para echar a patada limpia a los castrocubanos, rusos de Putin, narcoelenos, narcofaracos, yihadistas, helzbolahistas, que horadan nuestro sagrado territorio, sino para reprimir más y peor a parroquianos desarmados…
Las teorías de resistencia y de desobediencia pacífica, las del profesor Sharp, entre otras, se estudian en más de 100 universidades de Estados Unidos y en otro tanto de institutos de estudios superiores de Europa. Que no vengan ahora, con que son «terrorismo blando o blanco».
Los demócratas del patio no pueden sentarse a esperar a que la señora Kamala o mister Trump, según cualquiera de los dos, se salga con la suya en las elecciones de EEUU del próximo cinco de noviembre, como tampoco a esperar a que Borrell, el coludido «canciller» de la Unión Europea o a Su Santidad, Francisco I, implementen la Responsabilidad de Proteger (R2P) aprobada por consenso en la Cumbre Mundial de NN. UU. de 2005. Son muchos más que los siete millones de sufragantes-si no le hubiesen impedido inscribirse a los nuevos votantes y ejercer tal derecho a los millones de refugiados en el exterior, la paliza hubiese sido todavía más descomunal-empeñados en hacer valer la decisión de ponerle cese a la narcotiranía a través de los mecanismos, estrictamente, civiles y pacíficos, más imaginativos. No solo de manifestaciones de calle vive el hombre (y la mujer) libre. ¡Tiembla la narcotiranía de solo pensarlo!