Washington respondió sancionando a cuatro funcionarios nicaragüenses, incluida una hija del gobernante sandinista. El Departamento de Estado dijo que consideraba a Ortega «un dictador» y prometió ejercer más presión.
Pero Trump también impuso sanciones en Nicaragua, así como medidas punitivas contra Venezuela, donde otro izquierdista, Nicolás Maduro, que gobierna desde 2013, ha visto intensificarse la presión estadounidense luego de asumir un segundo mandato hace dos años tras una cuestionada reelección.
«En la campaña electoral, Biden criticó a Trump por priorizar la retórica dura sobre una estrategia realista. Ahora es el momento de que el gobierno implemente una estrategia que combine la presión dirigida con el compromiso inteligente de forma de que realmente haya avances«, dijo Geoff Ramsey, de la Oficina de Washington para América Latina (WOLA), un grupo de investigación que promueve los derechos humanos.
Para Ivan Briscoe, director del programa para América Latina del International Crisis Group, el gobierno de Trump se equivocó en Venezuela al hacer demandas imposibles a Maduro, como exigirle que se fuera. No lo hizo y pocos altos cargos desertaron.
«Si hay más sanciones en Nicaragua, es necesario mantener la puerta abierta a negociaciones que no se refieran únicamente a que Ortega, su familia y sus aliados se rindan y cedan el poder», opinó Briscoe. «Si esa es la exigencia, claramente Ortega se va a resistir».
Consistente con Trump
Nicaragua es el segundo país más pobre de América después de Haití, por lo que Biden seguramente rechazará cualquier medida que pueda desencadenar una mayor migración al norte, máxime cuando la Casa Blanca ya enfrenta críticas por el flujo de solicitantes de asilo de Guatemala, Honduras y El Salvador.
Exceptuando el abordaje de la inmigración de Centroamérica, la administración Biden ha hecho pocos cambios con respecto a la política de Trump en la región.
En Venezuela, atenuó la retórica pero sigue reconociendo al líder opositor Juan Guaidó como presidente interino. Y las sanciones se mantienen.
Hacia Cuba, donde Trump recrudeció el embargo vigente desde 1962 en pos de un cambio de régimen, el secretario de Estado, Antony Blinken, tampoco parece proclive a revertir la decisión de último minuto de la pasada administración que volvió a declarar a la isla comunista como estado patrocinador del terrorismo.
Los cubanos-estadounidenses, y cada vez más los venezolano-estadounidenses, muchos fervientemente opuestos a los gobiernos de sus países de origen, son una fuerza importante en Florida, un estado políticamente crucial y donde Trump logró grandes avances entre los latinos las últimas elecciones.
Martha Lorena Castañeda, una nicaragüense-estadounidense radicada desde 1984 en Washington, advirtió que su país natal podría convertirse en una nueva Cuba o Venezuela si Ortega es reelegido.
«Sería fantástico que Estados Unidos interviniera para ayudar, por ejemplo, enviando observadores para evitar corrupción en las elecciones. Muchos países deberían unirse para ayudar, y Estados Unidos debería tomar la iniciativa», dijo.
¿Efecto dominó?
Estados Unidos tiene un pasado difícil con Nicaragua: la Casa Blanca de Ronald Reagan financió clandestinamente a los rebeldes de la Contra en la década de 1980, que lucharon sin éxito para derrocar al régimen sandinista de izquierda de Ortega.
Washington trabajó a regañadientes con Ortega después de que el exguerrillero fue elegido para volver al poder en 2007 y se reformuló acercándose a los empresarios a pesar de su retórica marxista.
Ryan Berg, investigador del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), dijo que más allá de las sanciones, es hora de tratar de romper los lazos de Ortega con «la clase empresarial rica de dos caras».
«El mayor garrote es la suspensión de Nicaragua del CAFTA-DR (el pacto de libre comercio entre Estados Unidos, Centroamérica y República Dominicana) sobre la base de la cláusula democrática», afirmó. «Esto haría que la gente del COSEP (Consejo Superior de la Empresa Privada) sintiera que su pan está en juego».
«Si no se intenta encontrar una solución a los déficits democráticos en Nicaragua, podría haber una especie de efecto dominó en otros aspirantes a autócratas de la región», dijo Berg. «Sería un gran golpe para Biden, que promueve la democracia, dejar que esto suceda tan cerca de casa».
El reto no es menor.
«No hay combinaciones mágicas de zanahorias y garrotes que puedan desalojar fácilmente a los regímenes autoritarios arraigados en la cuenca del Caribe», dijo Richard Feinberg, profesor de la Universidad de California en San Diego, en alusión a los «casos problemáticos de Nicaragua, Venezuela y Cuba».
Fuente: Diario las Américas