Durante el segundo mandato de Cristina Kirchner, la expresidente tuvo un crítico feroz: Alberto Fernández. En aquel entonces, el exjefe de Gabinete del kirchnerismo daba en la tecla, muchas veces de forma más clara que el macrismo, cada vez que apuntaba contra su exjefa política.
Alberto no escatimó en adjetivos para referirse a Cristina Kirchner. Le dijo “cínica”, “delirante” y la acusó de ser la máxima autoridad de un gobierno “patético”, del que no encontraba ni una cosa buena para rescatar.
Sus críticas siempre estuvieron bien argumentadas. Incluso, se dio el gusto de dedicarle varias ironías, como cuando le dijo que, en lugar de controlar precios con la militancia, que mande a los jóvenes de La Cámpora a controlar la emisión del Banco Central.
Ambos fueron siempre muy despiertos. De eso no hay duda. Sin embargo, a pesar de la simpatía que nos pudo haber generado el Alberto crítico del cristinismo, hay que reconocer que Cristina fue mucho más inteligente que él. Dudar o negar la habilidad de la vicepresidente, por el rechazo lógico que genera su proyecto político nefasto, es injusto.
Probablemente, junto a Juan Domingo Perón, Cristina Fernández de Kirchner sea la mandataria más inteligente y lúcida de la historia moderna argentina. Paradojas de la vida, no hay que aclarar que ambos representan lo peor que le ha ocurrido a la vida política nacional. Pero una cosa no quita la otra.
Cuando Cristina pateó el tablero y convocó a Alberto a encabezar la fórmula presidencial, un país entero se preguntó si después de tantos dardos venenosos había sitio para el perdón. Esa pregunta ya se tornó un tanto irrelevante.
Y es que a poco más de un año de Frente de Todos en el Gobierno, es claro que CFK usó y quemó a Alberto Fernández. Hoy el presidente argentino está absolutamente agotado ante la opinión pública en general, mientras que ella mantiene su lugar de deidad absoluta ante la platea kirchnerista.
Si no estuviéramos hablando del presidente, por el respeto que merece su investidura, podríamos decir, como se dice en Argentina, que lo “usó como un…”, bueno, ya saben. La política tiene analogías más delicadas y la figura a la que se suele apelar en estos casos es la de “fusible”. Aunque el puesto de ministro fue el más usual a la hora del funcionario descarte, el peronismo ya nos mostró que esa figura puede llegar a ocupar el Sillón de Rivadavia. Héctor Cámpora no terminó su mandato y a Alberto le quedan tres largos y duros años por delante. Ojalá que sea él quien le ponga la banda presidencial a su sucesor y ojalá que sea de otro espacio político.
El presidente argentino sufrió dos cachetazos descomunales recientemente. En primer lugar, la salida escandalosa de su amigo Ginés González García de la cartera de Salud y ahora, la agonía actual que genera el ministerio de Justicia, con una funcionaria renunciada todavía en funciones. Otra amiga personal. Un tiro más de gracia a un “albertismo” que no pudo ser.
Las malas lenguas se animan a asegurar que Horacio Verbitsky no se fue de boca por torpeza, sino que, recordando un libro clásico suyo, operó para “la corona”. Lo de Marcela Losardo ni requiere interpretación. La amiga personal de Alberto le dijo que se va porque ya no soporta el hostigamiento kirchnerista. Seguramente, el próximo ministro de Justicia tenga una tónica más K, y arremeta en contra de la independencia del Poder Judicial, como demandan las necesidades de la vicepresidente.
Las encuestas coinciden que la imagen presidencial cayó bastante en las últimas semanas. Extrapolando los números a la última elección, el porcentual coincide exactamente con la porción de la sociedad que, desencantada de Macri, compró el sueño de un Alberto moderado e independiente de la sombra de Cristina. No pudo, no quiso o no supo. Ya no importa.
Cercado por el frente interno, esta semana el presidente ya reconoció que no habrá nunca divorcio político de su binomio. Es que ya no tiene espacio para otra cosa. Alberto Fernández está agotado y Cristina Kirchner consiguió lo que necesitaba: demorar desde lo más alto del poder su complicado frente judicial.
Cuando termine su mandato este gobierno, CFK habrá soplado ya las setenta velitas. El peor de los escenarios para ella será alguna eventual prisión domiciliaria en alguna de sus lujosas residencias. El traje a rayas y el calabozo no lo verá jamás. Gracias, Alberto.
Fuente: PanamPost