LUIS ZÚÑIGA,
Evidentemente, los que no conocen el socialismo esperan de él resultados que nunca van a ocurrir. El fraude electoral de Nicolás Maduro era un acontecimiento lógico e inevitable. El antiguo chofer de autobuses es hoy un multimillonario con poderes absolutos que no quiere perder su trono porque sobre él cuelga una espada de doble filo: un caso judicial por crímenes de lesa humanidad y $15 millones de recompensa por su captura que, una vez que salga del poder, desataría una cacería para cobrarla.
El segundo factor que obligaba al fraude es que la dictadura de Cuba depende, desesperadamente, del suministro de petróleo gratis que saca de Venezuela. La caída de Maduro sería un golpe demoledor para el régimen de La Habana.
El fraude se realizó a pesar del multitudinario respaldo popular que la oposición mostró a lo largo y ancho del país y a pesar también del rechazo que mostraron hacia Maduro los gobiernos de izquierda de Latinoamérica. Rechazo que no está basado en su larga permanencia en el poder, sino en la imagen que Maduro tiene de corrupción, de narcotráfico, de cárceles llenas de opositores y de represión brutal porque perjudica las posibilidades de la izquierda para ganar elecciones.
Si bien María Corina Machado y la oposición no tenían otra alternativa que participar en el proceso, debían estar conscientes, como se lo hicimos saber en su momento, que Maduro no celebraría elecciones para perderlas. Maduro es el que imprime las boletas y el que las cuenta. Bajo esas condiciones el fraude era sencillo: un programa de computadoras (software) que invierta los votos y la impresión de boletas pre-votadas a favor de Maduro, por si solicitaran un “recuento”.
El complot del fraude no se limitó a Nicolás Maduro y al Consejo Nacional Electoral. El principal responsable es el general Vladimir Padrino quien, no solo dio un torpe discurso sobre la “jornada electoral pacífica” y “democrática”, sino que poco antes de dar a conocer los resultados, sacó a las calles los vehículos militares blindados y los malandros motorizados (los malandros) como una seria advertencia de represión contra los que osaran cuestionar la “victoria” de Maduro.
Ahora, después de consumados los hechos, quedan pendientes las acciones a tomar. La primera es la obligada posición de los gobiernos democráticos de todo el mundo de rechazar y desconocer los resultados. Y la más importante, que es la del pueblo venezolano, que sería paralizar el país en una huelga general hasta que Maduro salga del poder que no le pertenece.
A lo largo de los varios meses previos a la elección, las calles de ciudades y pueblos de toda Venezuela se llenaron de pueblo mostrando un apoyo multitudinario a María Corina y a Edmundo González. El día de las elecciones, las encuestas a boca de urna mostraron una tendencia de 65% a 30% a favor de la oposición. Esas son evidencias que muestran que la mayoría de los venezolanos rechaza a Maduro y a su régimen. Si esa mayoría apoya y participa en la huelga general, Maduro tendrá que salir del poder porque su ya debilitada economía no resistiría una paralización de siquiera dos semanas. El mundo democrático y su prensa estarían apoyando también esa decisión del pueblo venezolano.
Luis Zúñiga
Analista político
Ex diplomático