Hace veinte años, en un país llamado Venezuela, ocurrió un fenomenal evento: Hugo Chávez, prospecto de dictador en crecimiento, era expulsado del poder luego de una masiva movilización de cientos de miles de ciudadanos desarmados que avanzaron hasta el Palacio de Miraflores, dispuestos a sacarlo a la fuerza si era preciso.
Obviamente Chávez tenía otros planes. Por eso dispuso a los peores elementos de sus huestes y se atrincheró en el Palacio, al cual rodeó de pistoleros y francotiradores, que regaron con la sangre de venezolanos las calles de los alrededores. Las pruebas documentales de dicha masacre se encuentran disponibles en internet para todo aquel que las quiera ver.
Ese es el hecho que el mundo vio en 2002. Pero poco se informa o se analiza sobre el origen de la situación. Y es ahí donde está el meollo de la crisis que precipitó esa breve salida de Chávez del poder. Y también está el que era el objetivo que adelantaba en Venezuela y que el chavismo español intenta desde la llegada de Sánchez al poder: la captura de la sociedad a través de la educación, formando a las nuevas generaciones para la sumisión.
‘Con mis hijos no te metas‘
Aunque no se crea, la primera arremetida de Chávez contra la sociedad no tuvo como blanco a la industria petrolera que finalmente logró destruir. El blanco fue la educación, a través de una serie de decisiones que paralizaron los cambios y modernizaciones que pocos años antes se habían adelantado.
La reforma educativa que se había adelantado antes de su llegada al poder, había logrado poner al país a la vanguardia del continente en cuanto a metodologías de evaluación, dejando atrás las herramientas cuantitativas para llegar a la integralidad de la evaluación cualitativa del estudiante. Lamentablemente, el tiempo no le alcanzó a la administración anterior para llevar esa reforma más allá de la educación primaria. Al llegar Chávez, arremetió contra los cambios con un anodino concepto de “escuelas bolivarianas”.
En ese concepto se privilegiaba lo político. Se buscaba llevar la narración de la historia nacional según el relato chavista. Además, se apuntó contra los docentes, poniendo la adscripción partidista como requisito para acceder a cargos directivos normalmente reservados a quienes alcanzaran los méritos académicos y de experiencia y trayectoria requeridos.
Por decreto, además, se crearon las figuras de “supervisores itinerantes” que dependerían directamente del despacho del ministro de Educación, quien solo quería, a través de dicha figura, manejar unos comisarios políticos con los cuales intervenir en el proceso educativo y en el ambiente laboral docente.
Y se asomó una de las grandes banderas: había que acabar con el presunto carácter “elitesco” de la educación, donde las políticas de evaluación eran despachadas sin más como instrumentos burgueses para someter al más pobre. Eso, y nada más.
Por supuesto, fue demasiado. Un grupo de padres y representantes decidieron agruparse para rechazar los decretos contra la educación y su grito de guerra fue “con mis hijos no te metas”. Es decir, una frase hecha amenaza dirigida a quien se debía dirigir: al mandatario resentido que decidió sojuzgar al país desde las aulas, formando esclavos.
Ese movimiento, que tomó las calles y se convirtió en una chispa, terminó convirtiendo en sentimiento nacional el rechazo contra el régimen, al cual se sumaron los sindicatos petroleros, los empresarios, los gremios profesionales y los ciudadanos simples y normales, que entendían el peligro que se avecinaba si se le permitía a Chávez acometer dichas acciones.
El chavismo lo logró
El regreso de Chávez al poder luego de unas horas derrocado, marcó el destino del país. Con todo el resentimiento y sed de venganza, la arremetida sería feroz: se impuso el modelo educativo “bolivariano”, se modificaron los criterios de ingreso a las universidades, privilegiando al estudiante de las secundarias públicas por encima de los provenientes de las secundarias privadas aunque tuviesen mejores calificaciones. Se creó un sistema de formación de docentes paralelo al existente en los institutos pedagógicos, donde la norma era la adscripción partidista.
La mediocridad entró a las aulas de la mano de los “docentes bolivarianos” que llegaron a los salones de clase a imponer una ideología pero, sobre todo, a imponer la mediocridad que permitiera que los alumnos estuvieran desguarnecidos frente a los retos que la vida les plantea.
Se acabaron los concursos de oposición para el ingreso de nuevos docentes o para ascensos. Al docente se le dejó en condición de permanente interinato, sin mayores derechos laborales que un magro sueldo y anodinas condiciones de trabajo.
La abolición de la repitencia era un objetivo. Pero no se buscaba evitar los suspensos con mayor calidad en el proceso educativo. No. Manu militari se eliminó la posibilidad de que un alumno fuese reprobado, obligando al docente a repetirle pruebas finales hasta que el alumno lograra aprobar, una obvia invitación a la mediocridad de la nota mínima que ahorraba trabajo al docente y trastornos al alumno.
Y así, se llegó al objetivo: el Hombre Nuevo según la teoría del Che Guevara.
Fuente: Gaceta de la Iberosfera