jueves, noviembre 28, 2024
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Cuando la partitocracia muere

Rafael Bardají,

España, nos guste o no reconocerlo, nunca ha sido una democracia liberal. Le ha faltado esa pata que permite el desarrollo de una cultura y unas conductas verdaderamente libres, tolerantes, preocupadas con el bien común, la responsabilidad individual, el sacrificio colectivo y el compromiso intergeneracional, entre otras cosas. Le ha faltado eso que se suele llamar «la sociedad civil», único contrapeso a la voracidad del estado, siempre, como el Universo, en constante expansión.

Por eso, la democracia española surgida del franquismo ha sido, más apropiadamente, una partitocracia, un sistema donde los partidos políticos y sus organizaciones aledañas, como sindicatos y fundaciones, eran el centro de gravedad de todo cuanto se cociera a nuestro alrededor, desde la designación de jueces a la concesión de contratos públicos.

Hubo quien creyó –y hay quien aún lo cree– que el bipartidismo salido del régimen del 78 sería reemplazado por el multipartidismo. Ahí estarían los ejemplos de Podemos en la izquierda y de Vox a la derecha del PP o el fracasado experimento de Ciudadanos en el centro. Pero, en realidad, el bipartidismo está siendo reemplazado calladamente por un sistema de partido único en forma de bloque de izquierdas y antiespañol. Pero seriamos ingenuos si nos quedáramos sólo en esa descripción, pues radicales ha habido siempre. Lo verdaderamente novedoso es que ese bloque ha mutado y sigue mutando para asimilarse a la oligarquía globalista que es la que rige nuestro destino. Derecha e izquierda ha dejado de tener sentido y la batalla actual es entre soberanistas y globalistas. Entre defensores de la civilización occidental y los creadores de un nuevo orden planetario.

En ese sentido, la democracia española se está volviendo una «oligarcracia», donde la oposición sigue equivocadamente anclada en el antiguo régimen –de ahí su esperanza en las urnas– y los dirigentes aprueban o se pliegan a medidas tan disparatadas como la prohibición del coche de combustión de aquí a 12 años. Medida que nadie ha comentado en profundidad desde nuestros responsables políticos. El coche, ese instrumento d libertad e independencia (que se lo pregunten a nuestros hijos) se va a acabar para la mayoría de la población sin apenas una queja. Para los europeos, eso sí. Para los chinos e indios, quienes más contaminan, no.

Siempre se ha dicho que el poder corrompe. Y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Sólo que hemos querido aplicarlo únicamente a quienes lo detentan. Pero la corrupción absoluta incide también en los súbditos. Sólo hay que mirar a la URSS y a Cuba, donde «el hombre nuevo», esa creación monstruosa del sueño del marxismo, acabó con las personas para convertirlos en auténticos zombis sin alma, sin sentimientos, sin albedrío, con la única opción de perseguir un rollo de papel higiénico, unos vaqueros, ropa interior o cuchillas de afeitar. Y dispuestos a vender su cuerpo, lo único que les han dejado, para poder conseguirlo.

Se me dirá que eso no puede pasar aquí, en España. Pero la reciente experiencia con el Covid indica lo contrario: que todo es posible en un abrir y cerrar de ojos. Porque el miedo a morir es más fuerte que la verdad y sucumbimos como sociedad ante una amenaza que era exagerada, cediendo una libertad que quizá no recuperemos nunca.

Es triste contemplar como políticos, medios y tertulias de todo tipo gastan sus horas –y dinero– en criticar la reciente maternidad por subrogación de Ana Obregón pero ni una palabra sobre cómo el portavoz del PSOE en el Congreso abusa de su tribuna pública para señalar a una persona, en este caso Alvise Pérez, porque éste le sitúa en las cenas con el Tito Berni. Más corrupción del poder es imposible.

No es que no se entienda lo que está en juego, lo que no se entiende es el juego en el que estamos. Desgraciadamente nuestros políticos no son de leer y los más jóvenes no sabrán quienes son George Orwell o Ray Bradbury. Como mucho les sonarán sus obras por las películas que se hicieron sobre 1984 y Fahrenheit 451. Y con una oposición en la inopia sobre la encrucijada ante la que estamos, la única alternativa real a los oligarcas del futuro inmediato va a ser los islamistas. Que esos sí saben promover, defender y luchar por lo que creen. No les van a dejar ni jamón a base de hormigas y cucarachas. Y para usted, estimado lector, un único consejo: corra a comer gambas y langostinos como los sindicatos antes de que Sánchez y la Belarra se lo prohíban por el bien del planeta.

Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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