Dentro de unos tres meses, la Administración Biden dejará el cargo. Las salidas suelen incitar a la reflexión. Para una administración saliente, la principal tarea consiste en dar forma a la narrativa. La reciente incursión del secretario de Estado Antony Blinken en la elaboración del legado de la administración Biden se basa en la «feroz competición» con las «potencias revisionistas» —Rusia, Irán, Corea del Norte y China— que quieren derrocar a América y dominar el orden internacional a costa del gobierno de los EEUU. En opinión de Blinken, la estrategia de la administración Biden de gasto industrial interno y mejora de las alianzas internacionales fue el golpe de gracia que «ha colocado a los Estados Unidos en una posición geopolítica mucho más fuerte hoy que hace cuatro años». Desgraciadamente para Blinken, nada puede endulzar la amarga píldora de cuatro años de fracasos del gobierno de Biden.
Empecemos por las «históricas inversiones en competitividad interna» de la administración Biden. Blinken promociona la Ley de Reducción de la Inflación, que ha sido apropiadamente ridiculizada y puesta en la picota. En su acepción más caritativa, la Ley de Reducción de la Inflación pretende, entre otras cosas, incentivar la fabricación nacional de productos como baterías, componentes y minerales para vehículos eléctricos mediante aranceles y créditos fiscales. Para las baterías de los vehículos eléctricos y los minerales, dependemos abrumadoramente de China, a pesar de que China es el principal rival de los halcones de la política exterior. Esto fue realmente incómodo.
Pero este «problema» es creación de las propias administraciones de Biden y Obama. Bajo sus dictados, la EPA y otras agencias federales han forzado implacablemente una transición hacia los vehículos eléctricos. Lo lograron mediante la aprobación por parte de la EPA de los programas de «Automóviles Limpios Avanzados» de California, un programa federal único en virtud del cual California, con la aprobación de la EPA, puede establecer estándares de emisiones para vehículos, y estableciendo estándares estrictos de emisiones para vehículos livianos, medianos y pesados que solo los vehículos eléctricos de «emisiones cero» pueden cumplir.
Se trata del juego de engaños definitivo de Washington: ocultar que el gobierno causó el problema y atribuirse el mérito de la «solución». La administración Biden afirma que actúa por la preocupación por la dependencia de China y la deslocalización de la fabricación nacional, mientras que al mismo tiempo sigue aumentando los mandatos de vehículos eléctricos hasta niveles alarmantes. Mientras tanto, la candidata presidencial Kamala Harris afirma : «Nunca les diré qué tipo de carro tienen que conducir». Claro, la EPA de Biden-Harris puede que no les diga: «Deben conducir un vehículo eléctrico», pero tengan por seguro que estas regulaciones harán que la mayoría de los americanos no puedan comprar vehículos a gasolina o diésel, mientras que los vehículos eléctricos tienen un precio artificialmente inferior debido a la orden del gobierno.
Si la política industrial interna de la administración Biden tiene graves defectos, el panorama de la política exterior está en ruinas. El secretario Blinken promociona la «intensa campaña diplomática de la administración Biden para revitalizar las asociaciones en el extranjero». El problema es que los líderes de los EEUU conciben las relaciones internacionales como una forma de crianza, y que los EEUU es el padre perpetuo de sus hijos-nación «socios». Y la administración Biden actúa como un padre de la peor clase. Mima a las naciones de todo el mundo con ayuda exterior como si fuera un fondo fiduciario, mientras se niega a imponer condiciones para que otras naciones los quieran. El resultado, como era de esperar, es que esas naciones actúan como mocosos con derecho, nunca satisfechos con lo que tienen. Peor aún, debido a que «el poder tiende a corromper», nuestros receptores de ayuda exterior son mucho peores que simples niños. El modelo del gobierno de los EEUU se parece más a darle a su hijo adicto a la heroína un fondo fiduciario irrevocable e incondicional, mientras le implora que no lo gaste en drogas. ¿Qué esperaban que sucediera?
Es cierto que el gobierno de los EEUU condiciona ocasionalmente su ayuda, pero con suficientes quejas y lloriqueos, esas condiciones se evaporan. La ayuda y las armas a Israel han seguido avanzando a buen ritmo, a pesar de las preocupaciones de que Israel las utilizó de manera que violaba el derecho internacional. La administración Biden estableció repetidamente líneas rojas que Ucrania no podía cruzar, como realizar ataques dentro de Rusia, y se negó a proporcionar a Ucrania ciertas armas para evitar la escalada. Han ignorado repetidamente esas líneas rojas, con el resultado de que el presidente ruso, Vladimir Putin, ha visto durante mucho tiempo a los EEUU como un participante directo en la guerra con Ucrania. Queda por ver si la administración Biden seguirá negándose a permitir ataques con misiles de largo alcance en Rusia. Dado el patrón de apaciguamiento de EEUU, tengo poca confianza. Pero, por el bien de la humanidad, uno espera que así sea, ya que Rusia ha ofrecido repetidamente advertencias claras sobre una mayor escalada.
Lejos de fortalecer nuestra reputación global, las alianzas y asociaciones con frecuencia socavan nuestro liderazgo moral. Blinken busca «un mundo donde se respete el derecho internacional, incluidos los principios básicos de la Carta de las Naciones Unidas, y se respeten los derechos humanos universales». Un objetivo loable. Pero es fácil exigirles a nuestros enemigos que cumplan con estos estándares, como Hamás y Putin, pero mucho más difícil es exigirles a nuestros aliados, como Israel o Ucrania, que cumplan con estos estándares. El gobierno de los EEUU nunca ha aceptado esto, como tampoco se ha exigido cuentas a sí mismo, con el resultado de que a menudo se considera que los EEUU defiende estos valores de manera oportunista. Este es un costo significativo de las enredadas alianzas de Washington.
Blinken escribe sobre el historial de la administración Biden como si fuera el rey Midas, cuando en realidad está mucho más cerca del beso de la muerte. Lejos de mejorar nuestra «posición geopolítica» o —lo que realmente importa— mejorar la seguridad de los americanos en el país, el historial de la administración Biden es una larga cadena de desastres.
En primer lugar, Rusia invadió Ucrania bajo la supervisión del gobierno de Biden. De hecho, según los halcones, el gobierno de Biden efectivamente dio «luz verde» a Putin en vísperas de la invasión rusa. Aunque es más dólar que oro, disuadir la agresión en todo el mundo es, no obstante, la moneda de cambio de la política exterior de Washington. Por lo tanto, según su propia medición, el gobierno de Biden fracasó. Y, a pesar de los niveles desmesurados de ayuda exterior de EEUU a Ucrania, que siguen aumentando, Ucrania no tiene perspectivas de victoria.
En segundo lugar, el 7 de octubre de 2023, Hamás asesinó a decenas de civiles y militares israelíes en una escalada significativa en las décadas de ataques ojo por ojo entre Israel y Palestina. Esto también ocurrió bajo la dirección del gobierno de Biden. Desde entonces, el costo humano ha sido trágico. Y, si la estabilidad en Oriente Medio significa algo para el gobierno de Biden, seguramente no se trata de un éxito. Las escaladas israelíes más recientes sugieren que lo que queda de estabilidad regional se está hundiendo, ya que Netanyahu parece estar apostando por crear para Israel una crisis verdaderamente existencial para arrastrar a EEUU al conflicto.
En tercer lugar, todo Washington ha estado en un estado de pánico suspendido durante meses porque Irán supuestamente está al borde de una bomba nuclear. Los halcones iraníes, incluida la propia administración Biden, han afirmado durante meses que Irán está a una «semana o dos» de una bomba. Como es habitual, en realidad quieren decir que Irán está cerca de tener suficiente material fisible para una bomba nuclear, pero cuentan con que los Boobus Americanus pasen por alto estos pequeños detalles gracias a su propensión a la histeria. Blinken señala con el dedo la retirada del presidente Trump del acuerdo nuclear con Irán, señalando que no se puso nada en su lugar. Es cierto. Pero ¿qué acuerdo ha alcanzado la administración Biden durante los últimos cuatro años? ¿Qué ha hecho la administración Biden para interactuar con Irán, que recientemente indicó su apertura a negociar?
Este es un historial que haría sonrojar a George W. Bush. Pero ni siquiera esto agota la panoplia de fracasos de la administración Biden. La joya de la corona en la ineficaz política exterior de la administración Biden fue la desastrosa retirada de Afganistán. Toda persona sensata entendió hace años que teníamos que retirarnos de Afganistán. Pero nada exigía entregar 8.000 millones de dólares en equipo militar a los talibanes y la muerte de trece soldados y muchos otros heridos . La toma del poder por los talibanes era probablemente inevitable, y Biden no fue el presidente durante las dos décadas anteriores de fracaso, pero fue un error colosalmente inepto. Y, a pesar de toda la fanfarronería bipartidista sobre la «amenaza» de China, uno pensaría que el establishment evitaría como la peste financiar guerras en Ucrania e Israel y reducir los arsenales militares. Uno estaría equivocado.
Los gobiernos que abultan su legado son parte de su trabajo: aplican una capa de barniz por aquí, tapan unas cuantas grietas por allá y proclaman sus éxitos mientras ocultan sus fracasos. De vez en cuando, un líder tiene la franqueza de admitir sus fracasos ante el pueblo americano, como lo hizo John F. Kennedy tras la fallida invasión de Bahía de Cochinos (y esto a pesar de una de las políticas exteriores más alarmantemente belicosas, en la que el gobierno estadounidense estaría dispuesto a —y obligar al pueblo americano a— «pagar cualquier precio, soportar cualquier carga, afrontar cualquier dificultad» para luchar contra las fuerzas del comunismo). Pero no debería sorprendernos descubrir que el presidente Biden no es ese tipo de líder. A Biden le quedan pocos años, por lo que no vivirá para soportar la carga del legado fallido de su administración. Ese albatros está reservado para el resto de nosotros.
Este artículo fue publicado originalmente por el Instituto Mises.