sábado, noviembre 16, 2024
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Cuba: La chispa del descontento no se apaga

Ni siquiera un fuerte aguacero vespertino alivia el calor de espanto. Cuando escampa, el Sol vuelve a asomar en el horizonte para calentar el asfalto de la sucia Calzada Diez de Octubre, una ruta transversal que conecta el centro de La Habana con los barrios sureños de la capital de Cuba.

Los ómnibus articulados viajan atestados de personas, desobedeciendo las normas de bioseguridad en tiempo de pandemia. El calor espanta a los perros callejeros. La gente se guarece en los portales mientras hacen largas colas para comprar lo que vendan. En Cuba, para cualquier gestión, tienes que hacer una cola.
Cola para todo
En el banco, para sacar dinero del cajero. En una mugrienta pizzería estatal, para comprar refresco gaseado. La carnicería aún no ha abierto, pero un gran número de personas aguarda para comprar los huevos que distribuyen por la libreta de racionamiento. En la farmacia la cola es para esperar el camión que trae los medicamentos. En la panadería otra cola, aunque el pan de corteza dura no saldrá del horno hasta dentro de hora y media.
En un pequeño mercado contiguo a una gasolinera la aglomeración es grande: van a vender pollo troceado, a cinco libras per cápita. Bajo un sol que raja las piedras, un policía organiza la cola, pero no logra impedir que las discusiones, broncas y palabrotas subidas de tono amenazan con convertir la cola en un motín.
En la esquina, un viejo enclenque arrastra con dificultad una rústica carretilla con aguacates y ristras de ajo. En voz baja pregona: “Aguacates a 30 pesos, ristras de ajo a 800 pesos”. Se arma un barullo alrededor del carretón, la gente invade el medio de la calle, impidiendo a los vehículos la entrada a la gasolinera. El policía, molesto, insulta al viejo. “Vete a vender esa mierda a otra parte, estás obstruyendo el tráfico”. Acto seguido intenta ponerle una multa de 2.000 (alrededor de 83 dólares) pesos por mal uso de la mascarilla.
“Este es el único nasobuco que tengo, responde el anciano. Tengo que lavarlo todos los días porque ustedes (el Estado) no venden mascarillas. No tengo la culpa de que sea artesanal y no me cubra toda la nariz. Siempre están exigiendo y no dan ná”, replica el señor insultado. “Ah, también eres contrarrevolucionario. Te voy a llevar para la unidad y decomisarte los productos”, le amenaza el policía. La gente en la cola del pollo troceado sale en defensa del vendedor ambulante.
“Abusador, abusador, no ves que es un pobre viejo que honradamente busca ganarse unos pesos”, gritan algunos. Otros dicen: “A los que tienes que llevarte presos es a la pila de gerentes y policías corruptos que se están llevando el pollo por cajas por la puerta de atrás del mercado”. La gritería aumenta en intensidad. El policía, entre azorado y temeroso, deja marchar al viejo y haciendo sonar un silbato plástico intenta controlar la cola.
La chispa
Un par de jóvenes que beben cerveza enlatada piden sangre. “Ojalá se caliente la timba pa’ ver si el pueblo se tira de nuevo a la calle. A estos reventados hay que sacarlos a patadas por el c…”, expresa uno de ellos. Un señor comenta: “Así tumbaron a un dictador en Túnez. Al tipo le decomisaron un carro de verduras y luego se prendió candela. Los tunecinos se tiraron pa’ la calle y el dictador se fue tumbando (se marchó del país)”.
Cualquier cola en Cuba es como la lija de una caja de fósforos que al menor roce puede estallar. La inmensa mayoría de los cubanos están al límite. Están viviendo una pandemia sin medicinas, alimentos, artículos de aseo… El dinero no alcanza y el futuro es una mala palabra.
Apagones
Maritza, se abanica con un trozo de cartón en el portal de su casa para espantar los mosquitos. Junto a una amiga, esperan que venga la electricidad. “Vamos a rezar para que en La Habana no quiten la luz como en el campo (se refiere a las ciudades de otras provincias). Dice un pariente que vive en Camagüey que allá quitan la electricidad entre seis y ocho horas al día. Es un abuso. Con este calor y personas encamadas por el COVID que estos descarados (autoridades) quiten la luz. Con lo caro que la cobran. El mes pasado tuve que pagar 4.000 pesos (casi 200 dólares) y pico de electricidad. Ya te digo, si se forma otra ‘rebambaramba’ (revuelta) como la del 11 de julio, yo también voy a coger calle”.
Los apagones en Cuba son de vieja data. Desde que Fidel Castro llegó al poder a punta de fusil en enero de 1959, a pesar de llevar la electricidad al 95 por ciento del país y construir una decena de termoeléctricas con tecnología de la antigua URSS y naciones de la Europa comunista del Este, por falta de mantenimiento y pura desidia esas plantas hoy están obsoletas.
Ricardo, ingeniero eléctrico, cuenta: “Las centrales eléctricas en el país, excepto un par de ellas, tienen entre 30 y 40 años de explotación y su vida útil es de 25 años. Por dejadez o no tener dinero, no se les han realizado a tiempo los mantenimientos planificados, lo cual agrava su mal estado técnico. A eso añádele que el uso del combustible nacional, con mayor cantidad de azufre, provoca que aumenten las roturas. El Estado debió prever esta situación y construir nuevas plantas cuando la economía gozaba de mejor salud e invertir en las energías renovables. No se hizo. El dinero se utilizó en construir hoteles o se evaporó. El gobierno nunca rinde cuentas de lo que hace con la plata”.
Según Ricardo, empleado de la empresa eléctrica, “con los recortes del petróleo que llega de Venezuela, el pésimo estado técnico de las termoeléctricas y el déficit de combustible, para los meses de octubre a diciembre habrá apagones programados de cuatro a ocho horas diarias en toda la isla, incluyendo La Habana. La situación se pudiera revertir si se importa el combustible que necesita el país y se hace una inversión seria en la reparación o se construyen nuevas centrales eléctricas. Pero lo veo difícil”.
No aguantan más
Nidia, doctora, después de doce horas de trabajar atendiendo casos de COVID-19 en un policlínico del municipio Cerro, expresa que “me tuve que hacer una cola de nueve horas en un mercado de conservas que abrieron en Ayestarán para comprar una lata de salsa para pasta y un pote de mayonesa. Sin medicamentos, sin comida, con apagones y haciendo colas en cualquier momento Cuba va a implosionar. La gente no aguanta más”.
Anselmo, custodio en una escuela secundaria, opina que el régimen debiera buscar una salida a la feroz crisis económica. “El hambre, las necesidades y vivir sabiendo que nunca vas a salir del hueco tiene al pueblo muy descontento. Los cubanos están cansados de tantas mentiras y falsas promesas”.
El futuro de Cuba se antoja azaroso. Nadie puede predecir qué pasará. Es cómo lanzar dados.
Fuente: Diario las Américas
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