OSCAR ELÍAS BISCET,
Hay situaciones verdaderamente terroríficas. La gritería, la ansiedad y la piel de gallina se exacerbaron en los espectadores en las salas de cine, cuando exhibieron la película Tiburón, de Spielberg. Esta posibilidad práctica de un tiburón gigantesco y sanguinario que merodeara su isla y atacara sorpresivamente a los bañistas, distraídos en el disfrute de la playa y el sol, podía ser una realidad.
Sin embargo, Ni el tiburón de Spielberg, devorador de carne humana, ni el Monstruo de Cojímar, La Habana, 1945, fueron justificaciones serias y amedrentadoras para que miles de isleños se lanzaran al mar a la orden del tirano Fidel Castro, al abrir las fronteras marítimas y expulsar a muchos cubanos en embarcaciones rusticas e inseguras, sin calidad profesional, durante el éxodo de los balseros, de 1994.
Una nueva ocasión de terror se presentó en Cuba durante la pandemia de COVID-19 en el 2020. Esta enfermedad destrozó la arrogancia del régimen castrocomunista de poseer el mejor sistema de salud pública del mundo y ser una potencia médica. Los cubanos sufrieron la peor crisis sanitaria después de que colapsaron los hospitales, sus insumos médicos y medicamentos, las funerarias y los cementerios, incluso, sepultaron a las personas en fosas comunes.
El régimen tiránico de Fidel Castro, el general Raúl y el designado Miguel Díaz-Canel han usado el terrorismo de Estado para sostenerse en el poder del país, subyugando al pueblo y obligándolo a vivir en un sistema estructuralmente fallido, en el cual las crisis epidémicas son cíclicas desde décadas y una de su presentación fue a través de la hambruna en el país, sobre todo en los noventa, que causó una epidemia de neuropatía óptica y periférica a más de 50 mil cubanos, en asociación al cercenamiento de los derechos humanos, en particular, el derecho a la vida.
Durante la crisis de los balseros cubanos más de 37 mil personas huyeron a los Estados Unidos, con centenas de muertos y desaparecidos en alta mar, para evitar el período especial, la olla colectiva de comida y la represión por la crisis política del Maleconazo. Las cifras oficiales castristas exponen la mortalidad en 8 530 personas por la plaga de la enfermedad del coronavirus; en cambio, la revista británica The Economist reveló que la proporción de muertes por COVID-19 fue cerca de 62 mil cubanos.
En realidad, la crisis de los balseros cubanos y la pandemia de COVID-19 muestran el mal trabajo administrativo y la desidia sanitaria del régimen, de formas intencionadas, por sus elevadas víctimas mortales y el encubrimiento de la verdad, de los graves riesgos de muerte y en el caso del proceso infeccioso viral su diagnóstico tardío y en muchos casos sin conclusión diagnostica ni realización de pruebas de laboratorio; ambos procesos pueden considerarse crímenes de lesa humanidad.
Ahora existe una nueva enfermedad en Cuba, la Fiebre del Oropouche y por la forma en que se proyectan y tratan a los pacientes es una evocación a la crisis de salud de la pandemia de COVID-
La enfermedad del Oropouche la mantuvieron en silencio hasta que la disidencia y el periodismo independiente expusieron a la comunidad nacional e internacional en las redes de Internet.
Las autoridades oficiales de salud publicitaron los casos de Oropouche como un síndrome febril o virosis, pero no como una enfermedad, e inclusive minimizan y no hablan de sus graves complicaciones como la encefalitis, meningitis o muertes, que después de tres meses las máximas autoridades epidemiológicas del país manifestaron tal situación, una vez que lo describiera la Organización Mundial de Salud (OMS). Esta enfermedad del Oropouche está bien descrita en los libros de medicinas desde hace mucho tiempo, como el Harrison, Principios de Medicina Interna y el Manual Merck.
El régimen castrocomunista ha usado la medicina como arma de aniquilación de la oposición. También como torturas y tratos crueles e inhumanos, la utilización de la psiquiatría y la psicología para neutralizar las conductas contestatarias de los disidentes, los electrochoques y muchas veces se asocian a la negación de la prestación del servicio médico, al ejecutarse a un grupo específico de personas -los contrarios políticos e ideológicos, o sea los contrarrevolucionarios- pude definirse como genocidio.
Las acciones del régimen cubano y sus Sistema Nacional de Salud hacen evocar el engendro macabro del nacismo, en su figura más tristemente célebre, el asesino médico y capitán de las SS, Josef Menguele, quien escapó de la justicia; no así otros 20 médicos nazis que fueron juzgados por crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio en los juicios de Núremberg (1946-1947).
El pueblo cubano necesita justicia ante estos delitos deliberados realizados por el régimen de terror castrista a través de su servicio nacional de salubridad. Un código de bioética médica surgió desde los juicios de Núremberg, que luego se multiplicó en diferentes normas internacionales. Así nadie puede justificarse que fue ordenado por los superiores o leyes, tampoco nadie escapará a la justicia, porque los crímenes contra la humanidad son imprescriptibles.
El personal de salud cubano no debe encubrir más al régimen gobiérnate, sino, por el contrario, hacer los mejor ahora, con objetividad científica y en la verdad para su pueblo, para que este sufrimiento por la falta de libertad y la presencia continuada de varias plagas de enfermedades virales encuentre el verdadero aliciente de la curación y la felicidad. Al menos, estar sanos para luchar por la libertad y la democratización del país.