Se da así la brutal paradoja de que mientras la Tarea Ordenamiento lleva de proa una feroz terapia de choque «neoliberal», al mismo tiempo constituye un salto enorme hacia atrás en el tiempo, a los años 60, cuando Fidel Castro y el «Che» Guevara, luego de sovietizar la economía y crear las estalinistas «empresas consolidadas», aseguraban que el «el futuro pertenece por entero al socialismo».
Hoy, entrando la tercera década del siglo XXI, Marino Murillo, encargado de aplicar la terapia de choque, se aparece con lo mismo: «se le exige más responsabilidad al sector empresarial estatal para que salga en busca de eficiencia», porque con el ordenamiento «está llamado a ser más competitivo y creativo». ¡Le zumba el mango!
Esa exigencia es exactamente la misma que hacía el comandante argentino como ministro de Industrias cuando regañaba ácidamente a los directores de empresas de ese superministerio (agrupaba a todas las industrias del país). Fui testigo presencial de esos regaños, en 1964, en una gran reunión en el MININD con el ministro Guevara a la que asistí en representación de la empresa Cubatex del Ministerio del Comercio Exterior.
Excepto Corea del Norte con su monarquía comunista, Cuba es el único otro país de los 35 del «socialismo real» del siglo XX que mantiene a la empresa estatal como «el sujeto principal de la economía nacional», como lo proclama la actual Constitución y reitera la Tarea Ordenamiento. En China y en Vietnam los propios partidos comunistas que hoy siguen en el poder tiraron a la basura el estatismo económico.
El régimen raulista persiste en hacer una y otra vez lo mismo esperando tener resultados diferentes. Albert Einstein afirmaba que esa es la mejor definición de la locura.
Hasta Lenin se dio cuenta del desastre estatista
Hasta el mismísimo Lenin, arquitecto del primer Estado comunista en el mundo, se percató de que lo que mataba de hambre en Rusia a millones de personas era la colectivización de las tierras, y que la escasez de artículos de consumo se debía a la estatización de la industria. Y en marzo de 1921 lanzó la Nueva Política Económica (NEP). Por ella se autorizó la producción y comercio libre de los campesinos, y se crearon miles de empresas privadas en todas las ramas económicas, incluso en la industria pesada, como la siderurgia, el petróleo, el carbón, etc.
Se acabó entonces la hambruna y la escasez de todo. El jefe bolchevique había concebido a la NEP como algo temporal, pero se enraizó en el tuétano económico ruso hasta que tomó el poder Stalin y la suspendió. Se volvió a las empresas estatales como monopolios absolutos en cada rama económica, y al sometimiento de los campesinos por el Estado. Y en solo nueve años (hasta 1937) murieron de hambre 12 millones de personas, según los investigadores históricos.
Regresando a la Cuba de 2021, el ordenamiento económico es una expresión de «capitalismo salvaje», como califica La Habana a las medidas de ajustes económicos en países democráticos. Sin embargo, el PCC insiste en que la empresa estatal es la panacea para que haya abundancia en Cuba. Una cosa no encaja con la otra.
Y no encaja porque nadie en la cúpula dictatorial cree en la empresa estatal. Prueba de ello es que los militares, el verdadero poder en la Isla, son ahora exitosos empresarios de una enorme corporación capitalista. O sea, cuando de hacer negocios y apropiarse de las divisas se trata, la tradicional empresa estatal comunista no sirve, es un estorbo.
Generales, coroneles y comandantes «históricos” y sus familiares convirtieron en propiedad privada corporativa al sector estatal que aún funciona y genera divisas (turismo, comercio minorista, comercio exterior, banca y finanzas, biotecnología, minería, el puerto del Mariel, playas, aeronáutica civil y aeropuertos, marina mercante).
Y dejaron a la burocracia civil la planta industrial estatal irrentable y obsoleta, que es la que se debe encargar de alimentar, vestir y transportar a la plebe, los cubanos de a pie. Bonito socialismo ese en que los militares conforman una mafia capitalista que se apodera de las divisas que entran al país y ni siquiera rinde cuenta al gobierno o al PCC. Las cuentas bancarias de esos «revolucionarios marxistas» en Suiza, Panamá o Nueva Zelanda, a nombre de testaferros, son más que jugosas.
Encima, esos militares millonarios, sus hijos y nietos poseen boyantes negocios privados individuales en el extranjero, y también en Cuba. Ellos se agrupan orgánicamente en GAESA, una gran corporación capitalista que es tan transnacional e «imperialista» como General Electric, Nestlé, Volkswagen, Sony Corporation o cualquier otra de las corporaciones que aparecen en la lista anual de la revista Fortune.
¿Con qué moral esa cofradía de vividores le dice hoy a los cubanos que la empresa estatal socialista es lo mejor del mundo si ellos saben que es inviable, no funciona y es una calamidad?
La insistencia oficial en el estatismo nada tiene de ideológica y socialista. Su objetivo es evitar que crezca en Cuba un sector privado pujante que le haga competencia al capitalismo corporativo de los militares. Ellos quieren enriquecerse cada vez más y disfrutar de la vida con vacaciones anuales incluidas en Europa.
No autonomía para los «consolidados» del «Che» Guevara
Cuando, por encargo de Castro I, el «Che» Guevara —admirador confeso de Stalin y Mao— montó el modelo económico comunista, no aplicó la modalidad del cálculo económico que había en la Unión Soviética desde la muerte de Stalin, sino el sistema presupuestario estalinista basado en el estricto monopolio estatal en cada rama económica y el control centralizado de toda la actividad económica del país.
El «Che» rechazaba el cálculo económico soviético, que consideraba una expresión disimulada de capitalismo porque, entre otras cosas, daba a las empresas estatales autonomía. Decidían los surtidos a producir y las inversiones a realizar y obtenían un porcentaje de las utilidades. Eso era anticomunismo para Guevara.
Seis décadas después Castro II se sigue negando a dar verdadera autonomía a las empresas estatales. Incluso el exministro de Economía José Luis Rodríguez afirma hoy sin sonrojarse que la autonomía empresarial estatal fue uno de los factores que hundió a la Unión Soviética.
Recientemente un dirigente de una empresa estatal de Holguín que pidió no publicar su nombre le dijo a un periodista independiente: «¿Cómo se puede producir más con un equipamiento que se va poniendo obsoleto, que no está en tus manos cambiarlo, y sin poder consumir más energía?»
El entrevistado agregó: «Los directivos de empresas no podemos decidir prácticamente nada, digan lo que digan. La autonomía se queda en el papel». Y explicó que cualquier equipo nuevo o tipo de producción más necesaria no se puede hacer porque no está en manos de ellos: todo está rigurosamente controlado y centralizado por el Estado.
Es un insulto a los cubanos que a estas alturas el PCC presente a la empresa estatal como la clave para el desarrollo. El cadáver del socialismo fue sepultado en las murallas del Kremlin por sus propios inventores. Basta ya de los embustes de quienes planean enriquecerse cuando las empresas estatales sean suyas.
Fuente: Diario las Américas