viernes, noviembre 15, 2024
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Cuba se hunde al compás de consignas oficiales y desaliento ciudadano

Ihosvany, especialista en desguace, cuenta que cuando la brigada de demolición comenzó a desmantelar las estructuras de hormigón y acero del antiguo cabaret Montmartre, situado en la Calle P entre Humboldt y 23, La Rampa, en el Vedado habanero, una caravana de ratas corrió espantada por los escombros intentando escapar de la muerte. Habían estado 33 años ocultas en las ruinas del edificio abandonado. “Estaban gordísimas. Se alimentaban con los desechos que la gente tiraba. No sé cómo escaparon del fuego. Dicen que los roedores y las cucarachas sobreviven a una guerra nuclear”.
Los obreros con overoles azules desmantelan a golpe de mandarria el local donde estuvo enclavado uno de los más famosos cabarets del Caribe en las décadas de 1940-1950. Ahora un cartel indica que se construirá un hotel cinco estrellas. “Se prevé que en la planta baja funcione un centro comercial de lujo”, dice un arquitecto.
A Giraldo, 55, años, empleado bancario, no le asombra. “El país se está cayendo a pedazos, las calles repletas de baches y salideros de agua por todas partes. Tenemos un déficit de un millón de viviendas, hospitales y escuelas destrozadas, pero el gobierno solo construye hoteles para turistas. El pueblo que se joda”, afirma en tono molesto.
Erasmo, 86 años, jubilado que en su juventud le gustaba leer noticias del mundo del espectáculo, habla del esplendor del cabaret Montmartre. “Junto a Tropicana era uno de los sitios favoritos de artistas extranjeros y nacionales. Allí actuaron los franceses Edith Piaf y Maurice Chevalier, la vedette Josephine Baker, el showman Cab Calloway, el mexicano Agustín Lara, la española Lola Flores y los cubanos Benny Moré, Álvarez Guedes, Rita Montaner y el Trío Matamoros, entre otros. Cuando en 1959 Fidel llegó al poder, cerraron el cabaret y con bates de béisbol destrozaron las ruletas del casino. Después lo convirtieron en comedor obrero, hasta que en 1974, en reciprocidad a la apertura del restaurante Habana en Moscú, en el local donde una vez estuvo el París de América, como le decían al Montmartre, el gobierno revolucionario inauguró el restaurante Moscú, con comida típica de Rusia». Ocupaba un gran espacio en la tercera planta, donde cabían 300 comensales y una barra con 60 banquetas.
«Pero una noche de 1989 cogió candela. Se desconocen las causas del incendio, según algunos rumores fue un cortocircuito, otros no descartaban que Fidel, encabronado por las reformas de Gorbachov en la Unión Soviética, mandó a prenderle fuego al Moscú, el restaurante más lujoso que entonces había en La Habana”, recuerda Erasmo, quien hoy, para sobrevivir, vende cigarrillos y jabas de nailon a la entrada de una céntrica dulcería.
La chequera se le va en comprar viandas, sacar los mandados de la bodegas y pagar la electricidad. Vive en una cuartería en la barriada de Cayo Hueso, a pocas cuadras de donde se proyecta construir el hotel. El solar, de tres pisos, tiene los cables eléctricos colgando en el techo y la gente tiende la ropa en horquetas de madera que impiden caminar por el pasillo. La música suena a todo volumen, las broncas entre vecinos son habituales y el olor de los frijoles negros que se cocinan en ollas de presión se combinan con el hedor repugnante de las aguas albañales.
Como muchos vecinos de las zonas pobres y marginales de la capital, Erasmo pide a gritos que se construyan nuevas viviendas. “La ciudad parece que sufrió un terremoto. La mayoría de las edificaciones en Centro Habana, Habana Vieja, Cerro y otros municipios, presentan peligro de derrumbe. ¿Qué hace el gobierno? Nada. Repetir consignas sin ofrecer soluciones. Cuba navega sin rumbo. Está gente (el régimen) parece que esperan un milagro».
Cuando usted consulta con los cubanos de a pie sobre los problemas de la sociedad, la lista es larga. Carmen, maestra jubilada, expresa que “el deporte favorito de los cubanos es quejarse en las colas. La gente está harta de mentiras. Nadie sabe qué va a pasar en el futuro. Todas las personas que conozco están descontentas. Díaz-Canel es un inepto. Reuniones, recorridos y actos van y vienen, y el país hundiéndose. La solución de los jóvenes es emigrar. ¿Y los más viejos qué hacemos? Cuba es un enigma”.
Niurka, peluquera, comenta que la inflación es insostenible. “No es solo por la escasez y los altos precios, es que nada funciona, ni el transporte urbano, ni la salud ni los servicios públicos. La corrupción es bestial. Hay que dar dinero por todo. A un maestro para que le repase a tu hijo, a un policía para que te quite una multa o a un doctor para que te resuelva un chequeo médico. Surrealismo puro. Mi hermana me envía 200 dólares mensuales. Las agencias que te lo traen a la casa cobran, de comisión, del 30 al 35 por ciento. Y cuando te lo entregan en moneda nacional, te lo valoran en 90 pesos cuando en el mercado negro se cotiza a 100 pesos. Es un dale al que no te dio. Robándonos entre nosotros mismos. Nadie sabe cuándo ni cómo se va a desenredar el absurdo cubano”.
El régimen verde olivo vive en una realidad paralela. Han montado un escenario de attrezzo. Un día sí y otro también aparece en la televisión el rostro lavado del presidente Miguel Díaz-Canel con una expresión distante, mirada fría y peinado al cepillo, repitiendo aburridas peroratas.
“Es horrible, de novela de terror. Lo ponen hablando en salones con cortinas rojas de fondo, floreros en las mesas y retratos de Fidel y Raúl Castro a su espalda. Una cheanzá total. Díaz-Canel es un burócrata insoportable, con esa barriga abultada, igual que el resto de su plana mayor. Me recuerdan las esculturas gordas del colombiano Botero. No tienen carisma ni pizca de creatividad y de sentido del humor. Rara vez se sonríen. Son unos tipos amargados y acomplejados que quieren imponer su desfasada retórica al pueblo”, subraya Henry, estudiante universitario.
Tras dos años de pandemia y un largo viaje por el desierto, los cubanos hace rato que dejaron de esperar buenas noticias. Al contrario. La crisis económica y la inflación siguen en caída libre. El castrismo insiste con su ineficaz estrategia de economía planificada, partido único y control absoluto de la sociedad. Viven en el pasado. Padecen de daltonismo político. Confunden a Rusia con la antigua URSS. Sus estrategias políticas están cada vez más divorciadas de la realidad y del ciudadano de a pie.
Los gobernantes criollos habitan en una burbuja. En sus discursos abstractos describen un país que no existe. Mientras, Cuba irremediablemente se hunde.
Fuente: Diario las Américas
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