David Cerdá,
Pues ya está: «La meritocracia son los padres, según todos los estudios científicos», según un docente y pedagogo puntero de determinado colectivo, al que en esta ocasión voy a salvar con el anonimato ante tremenda algarada. No es sólo que una frase que incluya «según todos los estudios científicos» sea, de suyo, pueril y falsa (¿se acuerdan del «comité de expertos»?), sino esa vergonzosa manera de reducir una compleja cuestión social como la educativa a un chascarrillo.
El colectivo de cuyo nombre no me quiero acordar grito eureka! con un vídeo de los Estopa (=«todos los estudios científicos») en el que estos decían que «un 90% del éxito es fruto de la suerte», asegurando que había un sinnúmero de personas que cantaban y componían mejor que ellos que nunca habían llegado a nada. Sin tener por qué descartar esto último —total: tampoco tendríamos por qué apreciarlos más de lo que se aprecian ellos—, aquí tienen la segunda señal de alarma de que un cuñado ha entrado en el debate: sale un porcentaje. Nadie tiene ni la menor idea de cuál es la proporción atribuible a una de las causas de un fenómeno humano complejo, y el de la educación es uno de ellos; muchos menos unos cantantes.
Sí, quienes tienen menos han de esforzarse más. Eso no impugna la meritocracia, desgarramantas: explica que no es perfecta, y que tenemos que seguir trabajando en mejorarla. La igualdad de oportunidades es uno de los pilares de la ética; no la mejorarán ni una micra diciéndoles a los de abajo que las cartas están irremisiblemente amañadas. Lo que conseguirán así es crear mucha indignación orgullosa y mucho inútil, más derrapes de la carretera de la vida, y la clase de potaje infecto de odio de clase en el que, digámoslo con todas sus letras, ustedes se encuentran a gusto. Es una irresponsabilidad oceánica, pero a quienes niegan los ascensores sociales ya les va bien, pues no les importa el sufrimiento ajeno con tal de tener quienes los acompañen a las manis.
Los conflictos sociales y de clase existen, pero jamás se solucionarán negando la realidad con este hombre de paja: «La retórica de la meritocracia y la cultura del esfuerzo» por aquí, «la dialéctica de la casta» por allá, etcétera. ¿De quién es esa retórica, si puede saberse? ¿Qué autor, think tank o lo que sea ha dicho jamás en nuestro país que «meritocracia es que todo depende del esfuerzo individual»? ¿Dónde están esas voces que defienden una «cultura del esfuerzo» en la que sólo cuenta éste, y no las circunstancias o los medios? Naturalmente, tal cosa no existe, porque hay que ser muy corto para limitar a un factor algo tan complejo.
¿Qué problema hay con el discurso del seleccionador Luis de la Fuente sobre el que los antimeritocráticos echaron pestes? «A toda persona que se deja la piel, yo siempre he dicho que la vida te da recompensa. Si trabajas y eres honesto, si das todo lo que tienes, la vida siempre te devuelve algo bueno». ¿Quién puede decir que eso sea falso? Sólo alguien con la adolescente visión de que ha ser siempre cierto, sin importar las circunstancias o la suerte. De los autores de «hay gente por ahí diciendo que lo único que cuenta es el esfuerzo y cuentan otras cosas», llega «lo que dice el seleccionador es insultante porque sólo se puede alabar el esfuerzo si sólo cuenta el esfuerzo». ¿Pero esta gente piensa, o no más grita? Hubo diarios que titularon que el discurso era «controvertido». ¿Tanta influencia tiene el doliente postureo de los mediocres y los cobardes?
Claro que hay gente que nace en la parte baja del tobogán de la vida, en la hermosa expresión de Montero Glez. Pero es esa gente, precisamente, la que más necesita el espíritu de lucha y las ganas que estos ideólogos de la inacción quieren quitarles de la boca. ¿Hay cosas que pelear en las calles, tienen tarea por hacer los sindicatos, hace falta conciencia social y compasión con los demás (aunque esa palabra ni se nombra)? Por supuesto. Pero es de frenopático que en este país haya tantos que alaben periódicamente la combatividad y el coraje de sus deportistas y en la otra mitad inconexa de sus cerebros fragüen estos mensajes de pacotilla. ¿Qué tal si les explicamos a los chicos la suerte que tienen de tener una educación pública en un lugar como España y el deber que tienen de honrar esa suerte con su esfuerzo? Capítulo aparte para quienes llaman «neoliberal» a lo de creer en esforzarse. ¿Cómo llegan a ignorar que la historia entera del ser humano es una biografía de la sangre, el sudor y las lágrimas?
No hace falta decir que son precisamente los docentes de esta cuerda ideológica quienes más pasan la mano a los desfavorecidas, condenándolos a titular sin saber apenas nada. A esto que ellos hacen con el corazón rebosante de amor, nosotros le vamos a dar su verdadero nombre: traición y condescendencia. Si alguien no necesita aprender y titular, almas de cántaro, es el privilegiado. Vuestro buenismo idiota condena a los de abajo a la marginación invitándoles a bajar los brazos. ¿Qué es entonces «la cultura del esfuerzo», pero de veras, cuando se educa? Decir a la chavalería que el esfuerzo es condición necesaria, si bien no suficiente para el éxito. Digo yo que hasta los Estopa se esforzarían para conseguir lo que consiguieron, aunque ya no se acuerden.
Bastan tres gráficas y dos dedos de frente para entender que vivimos en uno de los mundos con más igualdad de oportunidades que ha existido, y que en España, país civilizado y democrático y a pesar de sus imperfecciones, hay una correlación entre el esfuerzo y lo que se consigue; y que decir que sólo si esa correlación fuese uno la meritocracia dejaría de «ser los padres» es un pensamiento de infante, en términos morales, psicológicos e históricos. Lo diré más claro todavía: los antimeritocracia van de luchadores contra el capital y el sistema, pero son caniches bien amaestrados por el poder de su cuerda y más que nada acomplejados. Ya que les gusta hablar de lo que hace falta en educación, empiezo yo: transmitan a los chicos un poco de orgullo, sentido del deber y construyan su valentía y su fortaleza. Tal vez así mejoremos el país, cuando ellos ya no sean como ustedes.