Sin castrismo en Cuba habría supermercados (tipo Minimax o Grocery de antes) pero las bodegas tradicionales no habrían desaparecido. Muchas se habrían modernizado, otras no, pero comprar la «factura» semanal (canasta básica) cerca de la casa seguiría siendo cosa muy práctica.
La bodega cubana con el castrismo devino cuchitril que expende apenas diez o 12 productos estrictamente racionados y en cantidades tan bajas que solo alcanzan para una semana o diez días. Están vacías, destartaladas, sucias, muchas de ellas con ratones y cucarachas.
Las imágenes de bodegas que salen de la Isla expresan con crudeza la pobreza, el hambre y el atraso actual del país.
Diario de Cuba continúa resaltando que la inmensa mayoría de los cubanos hoy no tiene idea de cómo eran las bodegas cuando Cuba era una «neocolonia explotada por el imperialismo».
Con el significado que tiene en Cuba la palabra bodega, como destaca Fernando Ortiz, es un cubanismo. No significa bodega de barco, ni lugar para guardar vinos como en el resto del mundo hispanoparlante.
La bodega precastrista estaba repleta de mercancías en estantes que llegaban al techo. Además de su función comercial, tenía una función social. Era común la frase: «me enteré en la bodega…» Allí coincidían vecinos del barrio. Conversaban de aspectos familiares, noticias, criticaban al Gobierno, discutían por qué el Habana perdió con el Almendares, o si Puppy García era mejor boxeador que Ciro Moracén. (A propósito, en los años 60 Puppy García tenía un auto de alquiler en una piquera muy cerca de mi casa. Varias veces utilicé sus servicios. Nunca me habló mal de Moracén, con quien peleó varias veces.)
Salvo raras excepciones, las bodegas estaban en las esquinas de las cuadras. Una de esas excepciones se hizo mundialmente famosa. En los años 40 del siglo XX, a mediados de una cuadra cerca de la Catedral de La Habana estaba la bodega Casa Martínez. Muchos clientes se citaban en la «bodeguita del medio de la cuadra» para conversar, tomar cerveza y comer algo ligero. Su dueño de entonces, Angel Martínez, la convirtió en restaurante y nació La Bodeguita del Medio, hoy con siete filiales en Europa y Latinoamérica.
Diario de Cuba sostiene que ya en la época colonial la bodega y el bodeguero (muchos de ellos españoles), eran muy populares. Fe de ello da el libro De bandera a bandera (From flag to flag), de la estadounidense Eliza Eliza Mc Hatton-Ripley, quien en 1865 fue a vivir a Cuba durante diez años con su familia y dos esclavos, y compró una plantación de caña de azúcar en Matanzas que nombró «Desengaño».
Su libro, publicado en 1889, destaca las «innumerables bodegas pequeñas y cantinas (…) dispersas por los alrededores y calles apartadas, donde los trabajadores blancos y de color comían uno junto al otro pescado frito o sopa de ajo y bebían aguardiente». Y narra que en algunas bodegas «se mantenían burras atadas al mostrador y se ordeñaban allí mismo para vender la leche a inválidos y personas de digestión delicada. El café que se servía en esas mismas bodegas era rico y delicioso».
Volviendo a la República, la bodega vendía arroz, granos, papas, jamón, quesos, confituras, café, aceite y muchos otros alimentos, dulces finos, turrones, chocolates. También champú, cuchillas de afeitar, jabón, detergente, desodorante, talco, pasta dental, perfumes baratos, betún, cordones de zapato, papel, sobres para cartas, curitas, hilos y agujas, limas y pinturas de uña, brillantina para el cabello y muchos otros productos. No es el bodeguero que sucede de la canción, en realidad el bodeguero abastecía de casi todo a las familias. Tenía cartuchos de hasta 25 libras para envasar, y papel parafinado para envolver manteca, jamón, chorizos, aceitunas, pasas y alcaparras. La mayoría de las bodegas contaba con una barra en la que se podía tomar cerveza, ron, vino o refrescos y comer «saladitos», mientras se jugaba al cubilete. Tenían mensajeros para llevar las mercancías a domicilio.
En Navidades y fin de año el bodeguero obsequiaba a sus «marchantes» (así le llamaban muchos bodegueros a sus clientes habituales, palabra de añejo origen en España) sidras, botellas de vino o turrón español.
Y otro detalle, el bodeguero no se limitaba a estar «entre frijoles, papas y ají», como dice la contagiosa canción de Egües, sino que hacía hasta de banco. Si un cliente necesitaba con urgencia hacer efectivo un cheque el bodeguero lo hacía. O le prestaba el dinero y lo anotaba en su cuenta, pues las «facturas» por lo general se pagaban mensualmente. El bodeguero les fíaba, les concedía crédito a sus clientes y anotaba en una libreta lo que iban debiendo.
Además, a los niños más grandecitos les gustaba que los enviaran a «hacer un mandado» a la bodega, pues podían pedir «la contra» y el bodeguero les obsequiaba caramelos, bombones o galleticas.
Así fue la bodega cubana hasta la llegada del socialismo, sobre todo hasta marzo de 1968, cuando Castro I dio jaque mate a la economía de mercado. Estatizó las 11.878 bodegas de la Isla, como parte de los 57.280 pequeños negocios privados que confiscó o eliminó. E inventó la libreta de la bodega o cartilla de racionamiento.
¿Qué «dan por la libreta» en las bodegas de hoy? Según cifras oficiales: siete libras de arroz per cápita, medio litro de aceite, media libra de frijol negro y media de frijol colorado (cuando los hay), tres libras de azúcar blanca, y tres de azúcar sin refinar, una libra de pollo, diez huevos, un paquetico de café de cuatro onzas, y 30 panecitos redondos de 80 gramos cada uno, que solo alcanzan para un tercio o menos de un mes . También un paquetico de sal trimestralmente para toda la familia. Y leche en polvo para niños menores de siete años y compota para menores de tres años. Y punto.
Para alimentarse el resto del mes hay que «inventar». Sumergirse en el mercado negro, cada vez más escaso y caro. Incluso ya ni con dólares se puede comprar alimentos en las shopping. No los hay, o son demasiado caros. Otra solución es robar ganado, o en los centros de acopio, almacenes y fábricas procesadores de alimentos.
Paradójicamente, la escasez está comenzando a rescatar de alguna manera la función social de las bodegas de antaño. Los «marchantes» ahora protestan a toda voz en las bodegas cuando no han llegado los alimentos necesarios. Culpan abiertamente a Miguel Díaz-Canel, califican de «tremenda mierda» a la Tarea Ordenamiento, denuncian lo bien que comen los dirigentes.
En resumen, el bodeguero cubano de hoy puede repetir: «Aprended flores de mí/ lo que va de ayer a hoy/ que ayer maravilla fui/ y hoy sombra de mí no soy», del poema de Góngora dedicado al marqués Flores de Ávila hace exactamente 400 años.
Fuente: Diario las Américas