JOSÉ JAVIER ESPARZA,
El Foro de Davos comenzó con una apelación a «reconstruir la confianza» (se supone que la confianza en esos que nos mandan) y ha terminado, en palabras de Klaus Schwab, con una afirmación de la responsabilidad de «los custodios» (que se supone que son, una vez más, esos que nos mandan). Es interesante: uno empieza reconociendo que el pueblo ha perdido la confianza en él y termina exigiéndole confianza al pueblo. ¿En nombre de qué? En nombre propio, pues uno es «el custodio». ¿Y que custodia el custodio? El planeta, por supuesto. ¿Y quién le ha nombrado para estar ahí? Nadie. Lo cual no es óbice para que uno se atribuya la misión y exija obediencia.
Emmanuel Todd acaba de publicar un libro rico en ideas sugestivas: La derrota de Occidente (La défaite de l’Occident, ed. Gallimard). Una de esas ideas es la siguiente: Occidente ha dejado de ser una democracia liberal para convertirse en una oligarquía liberal, es decir, ya no es un sistema regido por la voluntad (más o menos, en fin) de las mayorías, sino que se ha convertido en un sistema distinto, un sistema donde una minoría de rostro desconocido impone al pueblo políticas «globales». Esas políticas, con frecuencia, lesionan objetivamente el bien común, pero hay que aceptarlas en nombre de la presunta superioridad moral de quienes las dictan. A Todd se le han hecho muchos reproches desde el liberalismo tradicional, pero basta pensar en políticas concretas del ámbito occidental, como la energética, la migratoria o la agraria, para constatar que, en efecto, las grandes decisiones de la última década se han impuesto sin pedirle permiso al pueblo. ¿Y para qué pedirle permiso, si lo que está en juego es nada más y menos que «salvar el planeta»?
El Foro Económico Mundial, entre otras instituciones, actúa como narrador del nuevo guión. No sé si allí se decide algo, pero es bastante evidente que en ese escenario se reúne gente con alta capacidad de decisión para exponer abiertamente ideas que enseguida van a convertirse en decisiones políticas concretas. Quien mejor ha definido el marco general ha sido, con su habitual falta de complejos, Bill Gates. Su discurso podemos resumirlo así: el planeta entero se encuentra amenazado de muerte por tres jinetes del Apocalipsis que son la pandemia, la guerra (de Ucrania) y el cambio climático; por fortuna, hay mentes privilegiadas (los «custodios» de Schwab) capaces de redimirnos, luego es urgente que todo el mundo se avenga a bajar la cabeza para cumplir sus órdenes. De entrada, lo que hay que hacer es subir impuestos y comer menos. Cuando uno conoce el inmenso proceso de manipulación social ejecutado en nombre de la COVID-19, el complejísimo proceso que dio realmente lugar a la guerra de Ucrania o las cifras reales que desmienten la religión climática, no puede por menos que arquear una ceja ante discursos como el de Gates. Pero pensar en tales objeciones es incurrir en pecado de negacionismo. Porque lo dicen los «custodios».
Esto de los custodios es interesante porque nos remite a un problema clásico de la teoría política: «Quis custodiet ipsos custodes?«, o sea, quién custodia a los custodios, quién vigila a los vigilantes. La cosa se remonta a Sócrates y Platón, y Juvenal (si realmente fue él) la puso en el contexto doméstico de quién vigila a la mujer de uno. En el viejo orden liberal, el papel de custodio se atribuía a la división de poderes y, en el nivel popular, a la prensa. Pero también esto lo han pensado los custodios, que por boca de Úrsula von der Leyen y Pedro Sánchez (valga la redundancia) nos proponían abiertamente en este mismo Foro de Davos «combatir la desinformación» (léase la información inconveniente) y condenar a los «medios radicales» (léase a los disidentes). Al contrario, lo que hay que hacer es dejarse conducir mansamente por los custodios, preferiblemente a través de una extensión de la «identificación digital» a todos los aspectos de la vida, como propuso en el mismo foro Máxima de Holanda. Ése es el mundo que nos están dibujando.
Enfrente o, más bien, debajo quedan los damnificados: unas clases medias depauperadas por políticas fiscales confiscatorias, unas sociedades descompuestas por la inmigración masiva, unos agricultores aniquilados por las políticas climáticas, unos ciudadanos arrojados al chantaje emocional de obedecer so riesgo de que el planeta colapse. A estos nuevos «miserables» ni siquiera se les ha concedido la opción de elegir a sus custodios. Walter Benjamín escribió en alguna parte que las revoluciones son el auténtico freno de seguridad del género humano. Nadie podrá extrañarse si, más temprano que tarde, surge una revolución que arrebate las llaves de la ciudad a los custodios, a esta nueva «oligarquía liberal».