Saúl Hernández Bolívar,
Muy pronto esta columna la estará escribiendo la inteligencia artificial, mucho más rápida y certera que quien esto suscribe. Esperemos, sí, que sea independiente y objetiva, de lo contrario no será más que un paso adelante en la pérdida de libertades. Por ahora, digamos que es difícil considerar como positivo el gobierno de Gustavo Petro por razones que saltan a la vista y califican negativamente su desempeño.
Por ejemplo, ha caído significativamente la venta de automóviles en los últimos meses. Marzo fue el peor mes en 14 años, con una caída del 17 %. Para muchos, la venta de carros (y motos) es un asunto inane, pero esta es una cadena que involucra millones de empleos y que se resiente con la baja en la venta de automotores. Allí están involucrados la venta de combustibles (con un incremento sumamente lesivo durante este gobierno), la reparación y mantenimiento de vehículos, la producción y venta de autopartes, los parqueaderos, lavaderos y similares, y prácticamente todo el comercio pues está comprobado que quienes se mueven en sus vehículos compran más.
Otra industria que ha caído estrepitosamente es la de la construcción, que generalmente aporta el mayor número de puestos de trabajo. Mientras en febrero de 2022 se vendieron 25800 unidades, en febrero de 2023 solamente se vendieron 9920 viviendas; una caída del 61 %. El retiro de subsidios del programa Mi Casa Ya, que se venían otorgando a desarrollos de vivienda de clase media y baja detuvieron la gran dinámica que traía el sector. Y nada de esto es diferente de lo que está pasando en otros renglones. La mitad de las Pymes redujo sus inversiones en el primer trimestre de 2023, según la encuesta de Acopi. Y la Andi ha advertido que, según sus pesquisas, solo el 27 % del empresariado está dispuesto ha efectuar nuevas inversiones este año. Algo más, la debacle del turismo en esta Semana Santa fue bíblica.
No es extraño, entonces, que se pronostique un duro frenazo de la economía al pasar de un 7,5 % en 2022 al mediocre 1,1 % que se espera para este año por parte de entidades como el Banco Mundial. Esos indicadores no son mentirosos, son una muestra concreta de cómo se está moviendo la economía del país. Y si a ello le anteponemos la cruda inflación, ya sostenida en más de un 13 % que no afloja, y donde el alza de alimentos está por el 20 %, tenemos una receta para el desastre.
No sobra mencionar el efecto nefasto que están teniendo proyectos como la Reforma Laboral y la Reforma Pensional en la creación de empleo. De hecho, destruyen empleo. Miles de puestos de trabajo que aportan las plataformas digitales están al garete, con consecuencias apocalípticas en materia de incremento y profundización de la pobreza. Se dice que el 90 % de esos puestos se perderían. La nueva economía que representan plataformas virtuosas y colaborativas como Uber y Rappi, de las que dependen 250.000 familias, no tendría cabida en la nueva ley. Tal vez sí encuentren su lugar esos negocios virtuales de pornografía como Only Fans o el modelaje webcam, que ya tiene 150.000 empleos en Colombia, solo superado por Rumania.
Por cierto que la sola actitud que este narcogobierno ha asumido ante el fracaso de sus proyectos en el Legislativo, asusta y afecta a la economía. Petro amenaza a los colombianos con estallidos sociales y con cerrar el Congreso de la República para instaurar una asamblea constituyente de bolsillo con el fin de implementar sus demenciales propuestas a las buenas o a las malas sin importar las consecuencias negativas que puedan tener para el país.
Por supuesto, son las amenazas que siempre le han hecho los matones a Colombia: los carrosbomba que nos ofrecía Pablo Escobar; el «allá nos pillamos», con que el Mono Jojoy anunció traer su violencia a las ciudades; es la misma amenaza que nos profirió esa raposa de Juan Manuel Santos de que si no aprobábamos el plebiscito las FARC harían la guerra urbana. Ahora es el narcoterrorista Petro el que apela a anunciar muerte y destrucción si no se le da el poder para demoler nuestro modelo económico y eternizarse en el poder.
Porque ese es el meollo del asunto, arruinar todo lo que funcione para implantar el marxismo. Y para allá vamos por el camino más rápido, el de devastar la economía.