Ricardo Pascoe Pierce,
¿Qué ofrece la izquierda a México y al resto de América Latina? En Cuba, Nicaragua y Venezuela la interrogante se responde rápido: ofrece dictadura y corrupción. En Bolivia, Perú, Argentina, Colombia y Chile se persiguen entre ellas y cometen estupideces, por lo que resultan ineficaces y sin opciones para las mayorías. La izquierda no ha tenido una respuesta a la crisis derivada de la pandemia de covid-19 y no se atreve a cuestionar a las dictaduras que dicen que son de izquierda.
Lula representa, hoy, una izquierda cansada y reactiva, con atisbos de audacia internacional, pero internamente atrapado por el conservadurismo. Por fortuna, intenta salvar a la Amazonía. Queda México. Dice Morena y el Presidente que son de izquierda, básicamente porque aún cantan con entusiasmo “El pueblo unido jamás será vencido” con animadores cubanos. También afirman que gobiernan “por amor al pueblo”. Pero, del análisis de su gestión de gobierno, ¿qué es de izquierda?
El Índice del Estado de Derecho (Rule of Law Index) evalúa a 139 países en cuanto a su respeto al Estado de derecho y combate a la corrupción. México quedó en el lugar 135 de esos 139 países, solamente mejor en cuanto a su corrupción que Uganda, Camerún, Camboya y la República Democrática del Congo. Es decir, la izquierda mexicana ha convertido al país en una nación aún más corrupta de lo que ya era.
Terminando el sexenio de López Obrador, vamos a confirmar que muchos “izquierdistas” se volvieron millonarios, a costa del erario público, empezando, por supuesto, por la familia presidencial. De ahí que para el Presidente es de la mayor importancia la destrucción de los órganos autónomos, siendo, como su nombre lo indica, instrumentos para acotar y vigilar el ejercicio del poder del Ejecutivo. El Presidente quiere desaparecer a los desaparecidos, como si fueran fantasmas que lo cuestionan en los momentos más inoportunos de su historia política. Juró ser distinto a los anteriores, y lo es: tiene más desaparecidos que Calderón, oficialmente nombrado su némesis. Y su gestión arroja muchísimas más muertes, tanto por la violencia del crimen organizado como por la pésima gestión de la pandemia de covid-19.
La izquierda mexicana no protesta ni siquiera se atreve cuestionar, tanto la corrupción de su administración o la política de revictimización de los desaparecidos. Tampoco cuestiona la trágica gestión ante la pandemia de covid-19, que mató a cerca de un millón de mexicanos.
Tampoco cuestiona la obvia militarización de la administración pública y la conversión del estamento militar en un actor político fundamental. AL conoce ese error que ha causado sangre, fuego y lágrimas. Salvador Allende fue tan ingenuo con relación a los militares como lo es hoy López Obrador. El incremento exorbitante al presupuesto militar, en detrimento de los presupuestos a la salud, la ciencia y los órganos autónomos, habla del empoderamiento militar a la par de la ingenuidad civil.
El ecocidio cometido con el Tren Maya y la refinería Dos Bocas, de haberse hecho antes, hubieran provocado movilizaciones de la izquierda. Hoy esa misma, incluyendo a sus “intelectuales orgánicos”, considera que la obra es majestuosa y hacen oídos sordos a las críticas de ecologistas de México y de todo el mundo sobre la destrucción de ese hábitat único en el mundo. Mientras Lula trata de salvar a la Amazonía, López Obrador destruye el bosque más extenso de América del Norte. Y calla la izquierda mexicana como una momia.
La izquierda encuentra razonable la alianza de López Obrador con el narcotráfico. Se impone una suerte de pragmatismo desde el poder: mejor llevarse bien, que mal. El problema es que “llevarse bien” significa más violencia y ocupación territorial de amplias franjas del país por parte del crimen organizado. El gobierno de izquierda en México se ha convertido en un “activo” del narcotráfico, y no al revés.
La izquierda ha dado, con el beneplácito de su silencio, el aval al proyecto del Presidente para imponer en México un régimen cívico-militar.
En resumen, la izquierda mexicana le ofrece al país regresar a un Porfiriato recargado. Y acepta, sin obnubilarse, su histórica derrota moral y ética, a cambio de un puñado de dólares.