ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
El columnista se encuentra con problemas cuando acabó el tiempo del diagnóstico y llegó el momento del tratamiento de la patología o de la acción. Frente al nudo gordiano que atasca la convivencia en España, no queda más remedio que dar el tajo alejandrino que desate ese lío al que nos han traído.
Los cánticos y los epigramas que se corean en Ferraz valen más, ahora mismo, que una tesis que yo pudiera escribir, porque las tesis ya están escritas y clarísimas desde hace mucho tiempo y ahora coinciden en sus conclusiones con lo que argumentan escandalizadas las agrupaciones de jueces, de fiscales, de abogados del Estado… Y el CGPJ y el Tribunal Supremo. De alguna manera, entre el espanto de casi todas las instituciones del Estado y la resistencia del pueblo español, el columnista se queda en una tierra de nadie. De nadie como columnista, que en lo moral está con la resistencia y en lo intelectual aplaude las declaraciones en cascada de unos y de otros.
Como el futuro está negro, vayamos al futurible. Si hubiese dado la suma entre PP y Vox, jamás habríamos podido imaginar de la que nos habríamos librado. ¿Qué estaría pasando ahora? Muchos de los que se llevan hoy las manos a la cabeza estarían poniendo cara de asquito, empezando mismamente por Feijoo. Cabe incluso que Bendodo estuviese más irritado de tener que llegar a un acuerdo con Abascal que ahora que nos están sisando el Estado de Derecho.
Sin duda, la calle ardería, volarían adoquines, arderían contenedores; pero sería todo perfectamente democrático, según Errejón y compañía, porque ya sabemos. La sede del PP y la de Vox estarían cercadas; y el Congreso el día de la investidura.
Más importante que jugar a la ciencia ficción es el examen de conciencia. ¿Cuántos —que ignorarían la ignominia a la que hoy por hoy a empujones nos está arrastrando el PSOE– estarían altamente indignados contra Vox por pedir cosas tan constitucionales como derogar las leyes de violencia de género que vulneran la igualdad entre españoles, poner orden en el sistema autonómico, garantizar la libertad de educación a los padres, guardar la legalidad de la emigración, no discriminar por motivos ideológicos en el mundo de la cultura o, no sé, algo tan brutal como ofrecer a las madres que sopesen abortar la posibilidad de oír el latido de su bebé? Si se hubiese propuesto algún cambio constitucional, que falta ahora se ven que hacen, habría sido por los cauces establecidos en la propia carta magna, hoy carta marcada, fuera de cauce.
Para los tiempos que vienen, este sencillo ejercicio de hipótesis al margen nos haría mucho bien a todos. Entre declaración institucional y cántico de rebelión callejera, cabe reajustar las coordenadas de nuestros rechazos y de nuestros prejuicios. Para no hacer tanto el tonto si tuviésemos otra oportunidad.