Las amenazas de Ursula von der Leyen para alterar el proceso electoral italiano habían sido escandalosas (y han resultado torpísimas). Ahora reincide no felicitando ni a Giorgia Meloni por su victoria ni a Italia por su fiesta de la democracia (¿o es que ya no es fiesta?). Y con el resultado firme se suceden sin solución de continuidad las declaraciones consternadas de toda la Europa guay, desde los políticos más institucionales a los periodistas más impolutos, casi sin excepción.
¿Han oído a las feministas felicitarse de que una mujer acceda al puesto de máxima responsabilidad en Italia? Yo tampoco
Que el tablero está inclinado lo sabíamos. Von der Layen se permite amenazar con acciones institucionales de la UE a una candidata de derechas a la que no se le conoce ningún ilícito penal mientras que en España el Gobierno incluye comunistas confesos y pacta con los herederos de una banda terrorista y con partidos cuyos líderes han sido condenados por sedición. No es la única prueba. ¿Han oído a las feministas felicitarse de que una mujer acceda al puesto de máxima responsabilidad en Italia? Yo tampoco. El silencio sonoro de la sororidad clama al cielo. Aunque conste que yo no vengo a lloriquear sobre eso, sino a dar las gracias por la claridad que ofrece sobre nuestra verdadera situación política.
A cuántos se les celebra un pasado comunista o maoísta o terrorista, mientras que una postura en defensa de la familia hace saltar las alarmas
No hay equidistancias que valgan en la política postmoderna. El título agustiniano de este artículo, a primer golpe de vista tan grandilocuente, pretende reflejar esta situación. Hay una enemistad insuperable entre dos bandos o dos ciudades. A cuántos se les perdona, qué digo «perdona», se les celebra un pasado comunista o maoísta o terrorista, mientras que una postura en defensa de la familia hace saltar las alarmas en las redacciones más recónditas y en los gabinetes más gubernamentales.
Decir «derechas» e «izquierdas» es muy inexacto, porque la misma Ursula que sulfura con Meloni es de derechas y Feijóo dice que prefiere pactar con Page que con Abascal
A estas alturas, estando tan clara la oposición, lo intelectualmente apasionante es preguntarse donde está la línea que separa una ciudad de otra. Decir «derechas» e «izquierdas», por muy boomer que yo sea, es muy inexacto, porque la misma Ursula que sulfura con Meloni es de derechas y Feijóo dice que prefiere pactar con Page que con Abascal. O sea que la linde ha de estar en otro lugar.
Urge adivinarla para que no nos pase como a Fabrizio del Dongo que, en la batalla de Waterloo, según cuenta Stendhal en La Cartuja de Parma, era incapaz de entender nada porque no sabía quién era quién. Mi querencia más arraigada y mi convencimiento más hondo es hacer una división teológica, agustiniana en sentido estricto, pero me temo que en la Iglesia, tal y como se presenta hoy al mundo, hay demasiado de todo.
Lo que más escandaliza de Giorgia Meloni es su propósito de restringir el aborto. Eso la pone en peores condiciones que a los proetarras de nuestro parlamento
Más realista es dibujar la línea roja en la defensa de la vida. Obsérvese que lo que más escandaliza de Giorgia Meloni es su propósito de restringir el aborto. Eso la pone en peores condiciones que a los proetarras de nuestro parlamento. En el capítulo cuarto de Los Anillos de Poder, la serie de Amazon, Adar, un poderoso malvado quiere asegurarse la fidelidad de Waldreg, un pobre hombre, y le pone la prueba de acuchillar a un inocente: «Sólo la sangre crea el vínculo». Tiene que liquidar a un muchacho para demostrar en qué lado está. No diré que ese rito se cumple al pie de la letra, pero casi. Es imposible defender la vida de los inocentes sin encontrarte con todo el aparato político-mediático en contra. El caso de Alberto Ruiz-Gallardón, que se pasó la vida adulando a los biempensantes, fue significativo. Tuvo la valentía de defender un proyecto de ley levemente respetuoso con la vida y fue expulsado ipso facto de la política por su mismo partido sin contemplaciones.
Cualquier resistencia a lo que se decida en los organismos internacionales se considera un sacrilegio
Otra curva de esa misma línea que separa las dos ciudades es la defensa de la soberanía o de la capacidad de decisión de los pueblos de su destino. Cualquier resistencia a lo que se decida en los organismos internacionales se considera un sacrilegio. Es difícil saber si les irrita la mera libertad de decisión o el contenido de esas decisiones, porque los organismos internacionales siempre imponen el mismo paquete ideológico: aborto, permisivismo con la inmigración ilegal, descristianización social, etc. La soberanía personal (menos impuestos, más propiedad, libertad de educación, etc.) también cae del bando de acá, quizá porque es otro límite al poder de los de allá.
Para muchos de ustedes no estoy descubriendo nada nuevo, discúlpenme; pero para otros, entre los que me incluyo, resulta clarificador saber que estas son las dos opciones políticas que se presentan a los europeos de nuestro tiempo. Puede haber, como en los ejércitos napoleónicos, camaleónicos uniformes de divertidos colores que despistan al observador ingenuo. Pero hay dos fuerzas y un frente. Y es tonto (con todo el respeto a Fabrizio) pasearse por el campo sin enterarse de nada.