ITXU DÍAZ,
Así que educado en el Opus, criado en una casa de lujo en Mirasierra, y ultracatólico. El perfil que un periódico zurdo publicó el pasado sábado sobre lo que el autor llama «el amigo de la infanta» es casi tan lamentable como la mera idea de hacerlo, de tejerle un traje periodístico a un chaval cuya contribución a la causa de la actualidad es haberle sonreído durante dos segundos a la heredera en presencia de los Reyes. Pese a la enorme competencia, es la pieza periodística más infame leída este año en toda la prensa nacional.
Como en un latiguillo despectivo, escupe condescendiente eso de «educado en el Opus», como si la prelatura fuera una red de colegios a la manera de las órdenes religiosas. A estas alturas de cogorza laicista, es inútil decirlo, pero para empezar no es posible «educarse en el Opus» porque carece de colegios propios, y alguien que no lo sepa debería abstenerse, no ya de tratar de ser ofensivo en el terreno, sino de abordarlo.
El chaval que le cae mal al periodista porque es guapo, educado, sonríe a Leonor y ella le devuelve la sonrisa, estudió en un colegio de Fomento, como yo, felizmente, que también debo ser un cabrón con pintas ultracatólico para el nota de la pluma resentida, y para todos los medios que en los días siguientes se lanzaron a hacerle perfiles al chico pisando muy similares lodazales, si bien disimulando un poco la bilis. Aunque la formación espiritual de los colegios de Fomento es tarea del Opus Dei, formalmente no lo es la educativa, ni la propiedad; por dar más señas, hay un cura, o varios, y son mogollón del Opus —diría nuestro intrépido— como antaño en el ámbito laboral te advertían los enterados de que el de las gafas es «del Opus total», supongo que para expresar que no lo es solo de cintura para arriba. De entrada, en todos estos pretendidos escándalos prejuiciosos «opusinos» hay un tonito boomer que aún fulge en las espadas de los plumillas progres de nueva hornada, que esto debe ser hereditario, como el resentimiento.
En cuanto a su condición de ultracatólico, probablemente traducida del progre al español como que va a misa alguna vez y que no enseña las tetas en la capilla de la Complutense, no tengo nada que añadir, excepto mi escepticismo a esa pasión por traer al baile el noble prefijo latino «ultra»; informo a los prejuiciosos de babor de que es posible emplear el adjetivo «católico» sin más, que además es bello porque significa «universal».
Los comentarios sobre su familia, su «lujosa» casa y otras zarandajas son como el zumo agrio de un inmenso rencor, grosería que no juzgo porque desconozco la letra pequeña; de todos modos, es sabido que la única razón de ser de la izquierda es haber convertido la envidia en un motivo para vivir, y por desgracia, para legislar odiando. Los compadezco por esto.
El cadete jamás debió salir del anonimato por sonreír cómplice a nuestra bella Leonor durante dos segundos, más allá del jocoso pero lacónico guiño, guiño, codazo del salseo que tanto nos divierte, y tanto tiempo nos hace perder. Pero ya que ha salido, ya que la izquierda periodística lo ha sacado a pasear, admito que esos perfiles publicados, aunque pretenden ser dañinos, resultan una forma muy extraña de denigrar al joven.
A saber. Que el chico ha estudiado en un buen colegio, tiene una familia grande y bonita, vive en un casoplón, y ha sido educado y bien educado en los valores cristianos, y aún encima es guapo y elegante. Tal vez a esta hora el 90 por ciento de las lectoras de esos perfiles estén haciendo guardia a la puerta de su casa para intentar robarle el corazón. Y no es para menos. Ya no quedan tipos así, de los que no se tronchan a la primera cuando sopla el vendaval.
Leía ayer sobre los Young Fogey de la Inglaterra de los años 80, esos chavales que reverenciaban un tradicionalismo cultural y estético, ajenos a toda moda ideológica, cultural o comercial pasajera. Vivían sin obsesión alguna por la nostalgia, pero con la seguridad de que buscar el bien y la belleza es un anhelo atemporal, vestirse bien, saber leer y escribir, tener la capacidad de asombrarse ante una obra de arte, un gran paisaje, o unos viejos recuerdos familiares, y empeñarse en comprar comida en cualquier tienda artesanal que esté lo más lejos posible de un centro comercial, son sólo algunas características de todo lo que está bien en el mundo. Lejos de denigrar a quienes todavía huelen bien, deberíamos simplemente admirarlos, y dejar que se nos despierte el viejo anhelo de aspirar a ser como ellos.