Un funcionario del gobierno de Joe Biden se refirió hace pocas horas a la dictadura venezolana de Nicolás Maduro. Durante una audiencia en el Congreso, Brian Nichols, secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, hizo un exhorto al mandatario chavista al mencionarle que «está cometiendo un error crítico si piensa que nuestra paciencia [de EE. UU.] es infinita y que las tácticas dilatorias le servirán».
El segundo a bordo en cuanto al manejo de las relaciones con América Latina agregó que si el chavismo no reanuda la conversaciones con la oposición venezolana en México para llegar a algún tipo de resolución, EE. UU. impondrá sanciones más fuertes.
No obstante, hay un gran «pero» respecto a las palabras de Nichols. Aunque la Administración demócrata quiera mostrar una aparente firmeza, son sus acciones las que han dejado en evidencia la posición flexible que ha tenido frente al régimen liderado por Maduro y las sanciones impuestas durante la pasada Administración de Donald Trump.
Prueba de ello es el aumento de 48 % en las exportaciones de productos agroalimentarios de EE. UU. a Venezuela en marzo pasado, el incremento de 61 % de exportaciones de PDVSA con permiso de Washington, o la decisión de sacar al sobrino de la esposa de Nicolás Maduro, Cilia Flores, de la lista de sancionados del Departamento del Tesoro. Eso por mencionar algunos hechos, pero la lista es más extensa.
La táctica recurrente de Washington
En teoría, el Gobierno de Biden sigue reconociendo a Juan Guaidó como «presidente legítimo de Venezuela». Pero en la práctica, esa figura se diluyó entre señalamientos de corrupción, pérdida de apoyo internacional y disputas internas entre la oposición venezolana.
Para evitar mayor polémica y salvarse de acusaciones de simpatizar con el chavismo, Washington recurre a ese tipo de «llamados de atención», al igual que lo hizo en agosto pasado cuando el portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, aseveró que “las sanciones contra el régimen de Maduro siguen vigentes”. Fue una forma de buscar evadir las crecientes críticas.
Respecto a las recientes palabras de Brian Nichols en el Congreso, el senador demócrata y presidente del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara alta, Bob Menéndez, hizo énfasis en que Venezuela se convirtió en «un narcoestado» de «corrupción desenfrenada» a manos del régimen. También dijo que las sanciones de EE. UU. al petróleo venezolano son como un «tamiz» con países como Turquía, Rusia y China sorteándolos «con impunidad», replicó Reuters. Aún así, la Casa Blanca sigue tendiendo puentes.
Así quedó demostrado cuando EE. UU. envió en un par de ocasiones delegaciones a Caracas para conversar con Maduro. Extraoficialmente se manejó que uno los temas sobre la mesa pudo haber sido la creación de acuerdos en materia petrolera para subsanar las deficiencias del país norteamericano en medio de la guerra en Ucrania.
Insistir con un diálogo improductivo
Otro tema que pone en duda la afirmación del funcionario de Biden al decir que «su paciencia no es infinita» es la condición de reanudar el diálogo con la oposición, suspendido en México desde hace casi un año. Los resultados de estas negociaciones ya son ampliamente conocidos por los venezolanos.
Ese tipo de conversaciones han resultado ser improductivas y solo sirven al chavismo para mantenerse en el poder. Sentarse a dialogar no ha sido la solución frente a un autoritarismo que mantiene presos políticos, es investigado por narcotráfico y violación de derechos humanos y que ha vaciado las arcas del Estado con centenares de casos de corrupción. Además, tampoco hay reclamos de parte de EE. UU. sobre el sistema electoral venezolano, controlado por la dictadura.
A pesar de esto, el encargado por Biden para manejar las relaciones con América Latina, viajó esta semana a México junto al secretario de Estado, Antony Blinken, y otros funcionarios. Uno de los temas tratados con «aliados clave», fue justamente el diálogo entre el chavismo y la oposición.