Lo que está a la vista no necesita anteojos. En apenas una semana se han producido dos acontecimientos que revelan la posición de extrema debilidad que atraviesa actualmente la Administración de Joe Biden frente al régimen de Nicolás Maduro.
Aunque Maduro no fue invitado a la IX Cumbre de las Américas, que culminó el viernes pasado en Los Ángeles, su contraparte, Juan Guaidó, tampoco recibió invitación formal al evento. Al llamado “presidente interino” de Venezuela le tocó conformarse con establecer un intercambio telefónico con el presidente de los EEUU.
En la conversación Biden le dijo a Guaidó que le seguía brindando su apoyo, reconociéndole como presidente de la nación sudamericana, además de insistir en que la solución a la crisis política venezolana pasa por la manoseada tesis de la “negociación” entre factores del chavismo y la oposición.
«El presidente Biden conversó hoy con el presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, para subrayarle el reconocimiento y apoyo de Estados Unidos a la Asamblea Nacional elegida democráticamente en 2015 y de Guaidó como presidente interino», destacó en un comunicado la oficina de prensa de la Casa Blanca luego del contacto.
Sin embargo, lejos han quedado los días en los que se pensaba que, por poseer el respaldo de varias decenas de países a nivel mundial –encabezados por EEUU– en torno a Guaidó se había levantado una muralla protectora que le hacía inatacable por las bandas armadas del régimen chavista.
A pocos días de su intercambio con Biden, el pasado fin de semana, el “presidente interino” fue abordado por simpatizantes de Maduro en un restaurante del estado Cojedes (oeste), de donde fue sacado a empellones y con el saco y la camisa rotos. Hasta disparos afirma Guaidó que recibió el vehículo que utilizaba para desplazarse por la entidad del llano venezolano. La idea de que tocarle siquiera un pelo al líder opositor levantaría ojerizas, e incluso reacciones contundentes en la Administración de Gobierno de EEUU quedó descartada.
Más bien, todo lo contrario: a principios de esta semana una declaración del director de Asuntos Hemisféricos del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Juan González, abonó en el camino de la capitulación del Gobierno estadounidense frente al problema en el que ha derivado Venezuela. Allí el portavoz de la burocracia de Biden dejó en claro que desde EEUU se sigue insistiendo en la política del “diálogo” con la dictadura, y que incluso se podría llegar a un punto en el que las sanciones impuestas al aparato chavista podrían ser levantadas.
“Nosotros estamos 100% en apoyo a un diálogo que sea liderado por los venezolanos, no uno donde Estados Unidos imponga condiciones. La política nuestra es clara, estamos totalmente dispuestos a levantar la presión de sanciones, pero en base a pasos concretos”, dijo González en una entrevista al medio Voz de América.
Como si no fuese poco, desde la semana pasada el propio Nicolás Maduro ha emprendido, ante las narices de EEUU y de Europa, una gira de varios días por medio oriente. El periplo lo llevó a transitar por Argelia, Turquía, Kuwait y, más peligroso aún, por Irán. Todo ello en medio de un contexto en el que supuestamente Maduro está sancionado por el Departamento de Justicia de los EEUU y en el que su capacidad de movilización debería estar restringida, dado que incluso la justicia norteamericana impuso una recompensa de 15 millones de dólares por su captura. Mejores cuentos se han escuchado…
Los vínculos de Maduro con el extremismo musulmán islámico que anida en Irán ya han sido denunciados con asiduidad en el pasado. Incluso, en tiempos recientes, cuando comenzaron a operar las sanciones energéticas contra el régimen venezolano, el tirano recurrió a la añeja amistad del chavismo con el país gobernado por la teocracia de los Ayatolás para obtener suministros de combustible que permitiesen subsanar la demanda de gasolina en las principales ciudades de Venezuela.
De igual modo varios reportes de la prensa internacional dan cuenta de la intermediación que habría ejercido Irán para legitimar capitales de la dictadura venezolana. Tramas en las que, por cierto, ha salido más de una vez a relucir el nombre del testaferro Álex Saab, hoy detenido y procesado por la justicia estadounidense.
¿Hasta qué punto está EEUU dispuesto a permitir que avance Maduro y, con él, la madeja de amenazas a la estabilidad de occidente que entraña el régimen iraní? Por lo que se avizora la Administración Biden no ha logrado o no ha querido ponerle el cascabel al gato. ¿Será acaso que no advierte el peligro? ¿O es que ha claudicado, sin más?
Quizá por ello puedan oírse voces gritando en el desierto, como la del Senador republicano por Florida, Marco Rubio, quien en medio de la gira de Maduro pidió que se emitiese una alerta roja internacional de Interpol, para facilitar la captura del número uno del régimen chavista.
En todo caso, lo que queda plasmado de fondo es el momento de extrema debilidad que muestran no solamente los EEUU sino el resto de los países de occidente llamados a defender la democracia y la libertad para generarle una contención –así sea mínima– a un régimen que justamente juega en contra de estos dos valores esenciales no solamente en la región, sino en todo el mundo.