En Venezuela, si existe un valioso elemento popular que se ha convertido en un cita de utilidad histórica, innegablemente, es el refranero con el que el mestizaje ha permitido la construcción de un instrumento verbal útil para describir pasados y alertar sobre posibles futuros.
En el ejercicio de la política, inclusive, tal recurso se emplea como elemento premonitorio cuando se trata de alertar sobre eventuales sucesos, a la vez que se recurre al señalamiento de potenciales hechos, mientras que se analizan comportamientos que, repentinamente, pasan a ser referencias de posibles males de alcances generacionales.
Desde luego, la fraseología que ilustra tales posibilidades no es una ocurrencia momentánea de algún talentoso escritor, o de un ocioso que apunta acertadamente hacia la diana que hoy ocupa la atención de un hecho de una indiscutible importancia. Por el contrario, se trata de la gran preocupación que se ha producido entre venezolanos y colombianos desde hace pocos días, luego de que los resultados electorales de los comicios que se celebraran recientemente en Colombia, pasaran a construir nuevos hechos atractivos del máximo interés.
Pero no solo para que la ciudadanía apele al amplísimo refranero castizo, y justifique la posibilidad de encontrar algunas repuestas. También para que, en relación a tales componentes verbales, se citen algunos de ellos que se les considere pertinentes y oportunos para su uso en alguna atrevida reflexión.
«El que no oye consejo, no llega a viejo». ¿Es que, acaso, desde hace 6 décadas no se viene escuchando en todo el Continente que hay que «ponerle cuidado a los hechos, para evitar que se repita el caso cubano?». Sobre lo que sucedió en Cuba, en Venezuela hay referencias históricas que lo describen todo, ya que para el momento de los sucesos era una referencia de país democrático, petrolero, rico. Llegó a serlo, inclusive, en lo económico, cuando era centro de la burla continental del «Ta’ barato, dame dos», mientras que la propia población le restaba seriedad a la eventualidad de que se repitiera la «cubanización» criolla.
«Eso no puede suceder», cuasigritaba la ciudadanía, mientras se burlaba de la advertencia. Es decir, allí estaba presente la actitud de duda, rechazo, imposibilidad de lo que, sin embargo, subterráneamente, ya presentaba ciertos registros de avance a la sombra de la proliferación de movimientos subversivos en diferentes territorios del continente.
¿Alguien duda de la oportuna y aprovechable apreciación colectiva relacionada con la frase de que «No hay peor ciego que el que no quiere ver»?. Definitivamente, América Latina no se tiñó de ROJO de la noche a la mañana, por obra y gracia de algún capricho civil u uniformado. Guste o no plantearlo de esa manera, lo cierto es que existe una invasión tiránica en el orden continental, y que ha sido la materialización de un proyecto que nació en Cuba hace ya 6 décadas. Desde luego, citar el caso e ignorar interesadamente lo que sucedió el 8 de mayo de 1967 por la playa de Machurucuto, ubicada en el Municipio Pedro Gual del Estado Miranda, es pretender cubrir el brillo del sol, recurriendo al uso de la sombra con el uso de sólo un dedo.
¿Es o no verdad que el dictador Fidel Castro Ruz trató de invadir a Venezuela en esa oportunidad, y que, sólo gracias al coraje y formación de tropas militares, como de una institución militar comprometida integralmente con el país, hizo posible la derrota y contención de dicho propósito? La derrota de los invasores de entonces, desde luego, fue enfrentada y contenida por militares venezolanos comprometidos con la naciente Democracia local y continental. No con el invasor.
Luego, y después de distintos acontecimientos en varios países del continente, la plaga roja se consolidó y, como movimiento internacional, hizo posible que naciera en Sao Paulo, Brasil, en 1990, el ya hoy conocido «Foro de Sao Paulo». ¿Y con qué finalidad?: la de invadir, corromper, desmoralizar y destruir la base social de todas las naciones del Continente, a la par que se sembraba odios apuntalados con la división de clases, el reparto de dádivas, además de la destrucción de la comunicación, y el afianzamiento del populismo, el paternalismo y el desmembramiento de la base institucional gubernamental.
Imposible flotar sobre tales elementos en los que se focaliza la responsabilidad de una causa, cuando, adicionalmente, hay otro componente que ha pasado a determinar cambios a fondo de lo social, de lo político, lo económico, lo ético y lo moral, además de lo gubernamental a nivel continental. Y se trata, desde luego, de la conformación de estructuras rectoras en el desenvolvimiento de los delitos, a partir del comercio vinculado con el peso de las fuerzas e influencias del narcotráfico, como de su creciente negociado. ¿Cuál es la magnitud de lo que traduce dicha fuerza?
Muchos lo saben. Otros tantos -y en abundancia- también. Y si tienen algún rostro que los identifique, es en atención a la presunción de que parte de la economía de ciertos lugares de las diferentes regiones obedecen a la posibilidad de que tales delitos tengan peso real. No solo por conformar el soporte del financiamiento y del propósito de fortalecimiento de determinadas economías, sino también de grupos subversivos y con suficiente capacidad para promover movimientos políticos, corromper a otros, y destruir instituciones de orden social.
En el alcance y magnitud del comportamiento global de la economía, desde luego, cualquier desenvolvimiento del financiamiento a partir el delito tiene su particular identidad. Y si se le tiene ubicada y se actúa en contra suya, como lo indican ciertas autoridades, es en atención al comportamiento de las denuncias fundamentadas en hechos comprobables. Sólo que no hay voluntad de combatirla.
La marea roja, por su parte, ha avanzado y lo sigue haciendo, manchando nuevas partes del Continente. Cabe aquí otro refrán, y es aquél que solía utilizar el difunto Presidente Luis Herrera Campins (1979-1984), cuando señalaba: «Tarde piaste, pajarito».
Y viene al caso porque se continúan encendiendo las alarmas. Y mientras eso suceda, especialmente a partir de lo que ha acontecido en Colombia en su último proceso electoral, no deja de llamar la atención el hecho de que haya emergido un líder político, como ha sido el expresidente Álvaro Uribe, indiscutible defensor de la democracia, para referirse al nuevo Presidente de su país.
Lo ha hecho evidenciando sus dotes intelectuales, experiencias y características en pro del avance de la marea roja en el Continente. ¿Y qué se persigue con dichos señalamientos? ¿Expresando amplitud política? ¿Manifestar un ejemplo de madurez democrática? ¿Necesidad continental de llamar la atención acerca de las referencias políticas globales, y de que en la región sólo hay Democracia confiable en Colombia, Costa Rica y Uruguay?
Los hermanos colombianos, al igual que los venezolanos, parecieran no escuchar consejos. Si, acaso, tan sólo afirman desear cambiar. Sin embargo, los hechos evidencian que no les debería resultar extraño que, al tratar con frialdad la posibilidad de que también ante ellos se haga presente lo adverso, perciban lo que describe o registra la imagen del cercano espejo venezolano.
En algún momento, Venezuela lucía igual que Colombia: se proyectaba como un país calificado de ejemplo de democracia en el continente, con poderes autónomos e institucionales, además de unas Fuerzas Armadas respetuosas y defensoras de la Constitución. Lamentablemente, se perdió el norte democrático. Se impusieron las ambiciones y las divisiones. Y, lejos de defender la democracia, las instituciones venezolanas pasaron a ser el puente que habría de permitir la entrada del cáncer rojo y corruptor. Además de destructor de la moral ciudadana y del soporte de los partidos políticos, mientras se alababan falsos mesías, y se les daba poder a grupos derrochadores del ingreso nacional.
¿Qué proyecta hoy el país?: miseria, y demostraciones de que aún continúa sin aprender la lección. Lo peor: de dudar que se vive en una realidad, cuya superación comprometerá el esfuerzo sincero de varias generaciones.
Analistas venezolanos y de otros países difunden hoy un Decálogo de Acciones contra el Cáncer Rojo. Y este espacio lo reedita responsablemente, exponiéndolo como aporte sincero para la discusión, el debate y su conversión en entrega al país, que clama por soluciones:
1- No perder el tiempo en discusiones, diferencias y divisiones entre los defensores de la Democracia. El enemigo es uno solo. «En la unión está la fuerza,» y el único objetivo debería ser el desarrollo y la defensa del país democrático y progresista.
2- Hay que defender la autonomía y la solidez de las instituciones democráticas, además de propiciar la descentralización del país.
3- Sí a fortalecer y defender el sistema judicial, las Fuerzas Armadas venezolanas y las policías nacionales. Además de hacerlo en el orden ético, moral como institucional.
4- En los sucesivos procesos electorales de todo tipo y mientras exista la amenaza roja, la oposición debe permanecer unida en un solo frente democrático.
5- De ninguna manera se debe permitir ir a un proceso CONSTITUYENTE convocado por los «Gobiernos Rojos «. Ellos lo usan únicamente para propiciar ¿DEMOCRÁTICAMENTE?, la destrucción de los sistemas institucionales y democráticos.
6- Hay que proteger la imparcialidad y la autonomía del sistema electoral, y hacerlo preservando su independencia y la honestidad comprobada de su dirección.
7- Nunca, y en ningún otro caso, deben aceptarse las propuestas a la abstención ante elecciones o procesos electorales. Hay que asistir y participar SIEMPRE UNIDOS.
8- Proteger y defender el derecho a un salario mínimo digno, la propiedad privada, la libre empresa y la inversión ciudadana, además de estimular y defender prioritariamente al productor agropecuario
9- Aupar y proteger los servicios públicos, los sistemas de salud y de educación.
10- Extremar la defensa y la protección de los medios de comunicación social, además de la libertad de expresión.
Los colombianos y los venezolanos no son distintos, pero sí pueden cometer los mismos errores, y ese peligro está latente. VENEZUELA Y COLOMBIA NACIERON UNIDAS. EL PADRE DE AMBAS NACIONES FUE EL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR, Y COMPARTIMOS EL MISMO TRICOLOR DE BANDERA. SI QUEREMOS, UNIDOS TRIUNFAREMOS.