Miguel A. Rodríguez
En 2031 se celebrarán los 500 años del acontecimiento de Guadalupe. Es una muy importante celebración católica. Es también una importante celebración latinoamericana. Es un evento histórico que forma parte de las transformaciones que dan origen a la época moderna.
Por eso la Academia de Líderes Católicos Latinoamérica se unió a la iniciativa del Episcopado Mexicano y el pasado 10 de diciembre realizó la primera estación de una novena de 9 años para celebrar ese extraordinario evento.
Las apariciones de la Madre de Dios a San Juan Diego se dan a los pocos años del inicio de la conquista de México por Hernán Cortés. Se dan cuando las armas y las enfermedades europeas han causado estragos en las poblaciones indígenas. Se dan en medio de las tribulaciones y atropellos que los conquistadores imponen a los conquistados.
Se aparece “la Perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del Verdaderísimo Dios por quien se vive, el creador de las personas, el dueño de la cercanía y de la inmediación, el dueño del cielo, el dueño de la tierra” (las citas son de Nican Mopohua, relato en idioma náhuatl de las apariciones) a San Juan Diego, un indígena humilde, a quien la Virgen se refiere con enorme ternura como “hijo mío el menor, juanito” y como “juanito, Juandieguito”.
Es igual que en Belén, la Virgen reina en la humildad, entre los pobres, entre los conquistados.
Desde sus primeras palabras la Virgen de Guadalupe ofrece su ayuda a todas las personas, sin distinción. Desde la primera aparición hace desaparecer las diferencias entre europeos y nativos de América y nos une a todos. “daré” (Dios desde la casita sagrada) “a las gentes en todo mi amor personal, en mi mirada compasiva, en mi auxilio, en mi salvación: Porque yo en verdad soy vuestra madre compasiva, tuya y de todos los hombres que en esta tierra estáis en uno”
Pide la construcción de su “casita sagrada” para atender a los más marginados y necesitados: “ahí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes penas, sus miserias, sus dolores”
La ternura amabilísima de nuestra Madre Celestial que nos confirma en la hermandad que nos une a todos los hijos de Dios encomendados a Su intercesión, se manifiesta refulgente en las palabras con las que consuela a San Juan Diego, cuando angustiado por la enfermedad de su tío cambia la ruta para rehuir el encuentro con Ella.
Antes de enviarlo a recoger las flores que no podían crecer en aquellas tierras estériles en pleno invierno, la Virgen de Guadalupe dice a Juan Diego: “¿No estoy aquí, yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?”
El milagro de la aparición se da a lo largo de todo ese evento y se repite en nuestros días. El milagro no es solo la aparición de la Virgen María, las flores que brotan a destiempo y en lugar inhóspito, ni es solo la imagen de la Señora de Guadalupe que aparece en la tilma del indígena cuando le entrega las flores al obispo.
El milagro también se da con el Obispo de México, Fray Juan de Zumárraga. ¿Cómo iba a poder creer semejante historia un español de labios de un humilde indígena?
Pero este clérigo seguidor de San Francisco de Asís entiende la relación de Dios con los humildes. Recibe reiteradamente a San Juan Diego. A pesar de las burlas de sus servidores le tiene paciencia oyendo aquel increíble hecho. Escucha la solicitud de que le levanten a la Virgen María una “casita sagrada” en el Monte Tepeyac. La construye y venera la capa de Juan Diego con su extraordinaria imagen en la Iglesia Mayor de la Ciudad de México.
Los hechos de Guadalupe transforman el descubrimiento de América. La convierten en el encuentro de culturas, en la civilización del mestizaje que con pasajes cruentos y dolorosos causados por hombres y microbios contribuyó al cambio de época que originó la Edad Moderna.
Para los costarricenses las apariciones de Santa María Madre de Dios en Tepeyac nos son muy familiares, no solo por los hechos de Guadalupe, sino por la gran semejanza que con ellos guardan las apariciones de la Virgen de los Ángeles en la Puebla de Cartago. Se aparece a una joven mestiza que vivía en el barrio segregado para no europeos, hoy conocida como Juana Pereira. Es una imagen oscura cincelada en jade, piedra volcánica y grafito, lo que une elementos europeos y americanos.
Loa acontecimientos de Guadalupe fortalecen las luchas de Fray Bartolomé de las Casas en favor de reconocer a los habitantes de nuestro continente la plena dignidad de la persona humana y propician las Nueva Leyes de Indias, fueron una importante contribución para la universalización de los derechos humanos, lucha siempre inacabada, que es en mucho mérito de la cultura greco-romana y judea-cristiana que nos aportaron los españoles. El Debate de Valladolid en 1549 convocado por el Emperador Carlos I entre Bartolomé las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda es un parteaguas para llegar al convencimiento de que “Todas las gentes del mundo son personas”.
Pero la afirmación anterior a ese debate se da con los acontecimientos de Guadalupe.
Esas ideas se fortalecieron con las construcciones filosóficas, teológicas, jurídicas y económicas de la Escuela Iusnaturalista de Salamanca con su líder el dominico Francisco de Vitoria y sus aportes al surgimiento del derecho internacional, a la economía moral y las bondades del intercambio, y al derecho de gentes.
Esa visión universalista de la dignidad humana tuvo importantes aportes jurídicos, filosóficos, políticos con los procesos democratizadores del Reino Unido, de EEUU, de Holanda, Francia y muchos otros centros del pensamiento europeo, y en las luchas por la independencia de las naciones de América Latina.
América Latina tiene una vocación hasta ahora pobremente cumplida de terminar con prejuicios y discriminaciones entre personas de diferentes colores, historias y culturas. Estamos llamados a construir la cultura del mestizaje, de la unión, de la mezcla, del respeto a las diferencias, de la promoción sin excepciones de la dignidad, la libertad y todos los derechos humanos que son inherentes a todas las personas. Y también de perfeccionar y defender las instituciones de la democracia y del estado de derecho que son las garantías para el ejercicio de esos derechos frente a abusos de los estados, las personas y sus instituciones.
El V Siglo de los acontecimientos de Guadalupe es una importante celebración religiosa, católica. Es un momento histórico para que la visión teológica de América Latina colabore con la Iglesia Católica en la promoción del apostolado en salida, de la civilización del encuentro, de la conversión a la fraternidad y al amor.
Es también un llamado a que los latinoamericanos asumamos con determinación la obligación que surge de Guadalupe de convertir el continente de la desigualdad, de la frustración y la ineficiencia, en el continente de la fraternidad y del progreso.
Es un llamado incumplido de hace 500 años que hoy tiene especial relevancia.