Tuvieron que levantar la “noticia” desde las cadenas internacionales para que los medios argentinos hagan público algo que ya se sabía. Un patrón que un sinnúmero de pasajeros vieron y lo comentaron entre los suyos, aunque muchos no lo podían terminar de creer. Sin embargo, la realidad es palpable. Cuando cae la noche, a diario, el aeropuerto de Buenos Aires se convierte en el refugio de cientos de personas sin hogar, que necesitan un techo para aguantar hasta el día siguiente.
Aunque sea complicado de asumir, y la escena que se repite en todas las jornadas lo deje en evidencia para que nadie se olvide, lo que muestra cada noche el Aeroparque Jorge Newbery es un simple recorte de la realidad. Una muestra de la miseria que afecta a la ciudadanía, que para algunos solo son datos que señalan que la economía va de mal en peor. Sin embargo, cuando se ven estos escenarios se confirma, de la peor manera, que medio país vive por debajo de la línea de pobreza.
Por como se desarrollaron las cosas, es evidente que hay una orden política de tolerar la situación y no desalojar a los desamparados a la calle. Por lo que los mismos homeless cuentan ante los periodistas que los entrevistan, hay como un acuerdo implícito con las autoridades: si se “portan bien”, si no hay desmanes ni complicaciones, ni se queja alguien, estas personas pueden pasar la noche allí. De esta manera llegan con sus cosas, sus mantas y ubican los lugares que se asignaron entre ellos. Cuando tienen suerte pueden conseguir restos de comida de los locales de fast food y varias veces los pasajeros se apiadan de ellos convidándoles de sus porciones o incluso comprándoles algo. Cuando no los planetas no se alinean y no hay nada, la cena es mate y galletitas.
Cuando las cámaras o los viajeros reparan en la situación hay una cuestión que también es tan llamativa como predecible. Claro que están los tradicionales vagabundos que se pueden ver en cualquier lugar del mundo. Los excluidos de un sistema del que no quieren pertenecer. Sin embargo, estas personas son solamente una pequeña porción del total de los sin techo en Argentina. En las noches van a buscar refugio quienes se “cayeron” de un sistema en contra de su voluntad. Personas en sus cabales, que articulan sin ningún inconveniente y que reconocen ante los micrófonos que llegaron al camino sin retorno de tener que elegir entre comer o pagar por una cama y un techo.
Por ahora, aunque la norma implícita dice que esta noche podrán volver a la temperatura agradable de la calefacción y a la seguridad de un espacio pacífico (muchos comentan que eligieron este lugar por la inseguridad de las calles) la incertidumbre está siempre presente. Lejos de molestarse con la situación, los pasajeros que cuentan con los recursos como para subirse a un avión, suelen apiadarse de los necesitados y colaboran con ellos para al menos aliviarles las necesidades más básicas como el hambre. Claro que el problema del tejido roto social argentino no se soluciona ni con caridad ni con planes sociales. Ni siquiera alcanza con un cambio de gobierno y con las reformas en la dirección correcta. Pero todo esto se trata de un camino que hay que comenzar a transitar lo antes posible.