Eric Adams, el agobiado alcalde demócrata de Nueva York, se ha dado cuenta al fin de qué vale juego político de los inmigrantes ilegales: que los aguanten otros.
Como cualquier otro político demócrata de la Costa Este, se ha pasado años entonando el Welcome Refugees en la consciencia de que serán los estados fronterizos, oportunamente republicanos, los que tengan que cardar la lana de vérselas con la avalancha de recién llegados mientras ellos se llevan la fama de inclusivos, abiertos y multiculturales.
Pero eso se acabó. Los estados republicanos han descubierto el modo de despertar la conciencia de sus vecinos demócratas por el sencillo procedimiento de fletar autobuses y aviones y mandar a parte de los que llegan al norte. Por ejemplo, como ha sucedido de forma masiva en los últimos meses, a la Gran Manzana.
Por eso Adams se ha sumado al viejo juego de «no en mi jardín». Ahora, con su ciudad abarrotada de hordas de diversos tercermundistas, Adams se ha decidido y la ciudad de Nueva York ofrece a los inmigrantes billetes de avión de ida a cualquier otro lugar del mundo excepto allí mismo.
El único pequeño, diminuto, insignificante problema de Adams —y de otros alcaldes demócratas a los que la avalancha de ilegales ha desenmascarado— es cómo justificar el radical cambio de chaqueta. Se han pasado años desgarrándose las vestiduras ante el «racismo» de gobernadores como DeSantis, y ahora se disponen a actuar como ellos. Así que resulta divertido ver sus malabares retóricos para explicar el presente plan.
«Sin señales de una estrategia de descompresión en un futuro próximo, hemos establecido un centro de devolución de billetes para inmigrantes«, explica la portavoz Kayla Mamelak. «Aquí, la ciudad redoblará sus esfuerzos para comprar billetes para los migrantes para ayudarlos a dar los siguientes pasos en sus viajes», añade.
Esta semana Adams reiteró su petición al gobierno federal para que disperse a los inmigrantes por todo Estados Unidos, no sólo en «ciudades santuario» como la suya gobernadas por demócratas, sino también en pueblos pequeños: «Tenemos 108.000 ciudades y pueblos; deberíamos distribuirlos por todo el país, y no sólo en Nueva York, Chicago, Chicago, Los Ángeles y Houston». A los españoles les sonará, porque es exactamente lo que está haciendo el Gobierno de Sánchez con los subsaharianos llegados en masa a Canarias y transferidos a la Península.