rgentina está sumida en una vorágine de locura y violencia. Porque la locura contagia. El kirchnerismo ha logrado imponer sus malos modales. El estado de crispación general es constante y, sumados a décadas de mala y escasa escolaridad la población ha naturalizado los empujones, el lenguaje impropio, la extinción de las formalidades, el buen gusto y la impunidad en el trato.
Este es el contexto actual, del que no escapa la corporación política; es más, lo encabeza. Porque el deterioro es tal que los representantes, que se eligen unos a otros dentro de la estrecha cofradía que han formado, son de una pobreza intelectual escandalosa y una calidad personal acorde.
La Argentina, una república con un sistema político que reparte el poder en tres partes bien diferenciadas y teóricamente independientes, tiene hoy un Poder Ejecutivo en cabeza de Alberto Fernández, un esbirro de Cristina Fernández de Kirchner, sin peso político ni decisión propia. Es un poder ejecutivo que no ejecuta.
Los peronistas son inescrupulosos, desaforados y genéticamente inmorales
El Poder Legislativo, por su parte, no funciona; sin una mayoría partidaria que pueda manejar a gusto los trámites y los tiempos, lo que en una sociedad sana sería una vía que exige consensos, en la Argentina se traduce en un fallido: un Congreso que no sesiona. Y finalmente, el Poder Judicial, traspasado de conveniencias, ambiguo, “tiempista” que se mueve, o no, al compás del panorama político.
Sin embargo y, a pesar de su mal funcionamiento, Cristina Kirchner sigue procesada en 10 causas aunque ha logrado demorar los procesos; menos uno, que llegó a juicio oral recientemente y que provocó su ira y la escalada de violencia vivida en los últimos días.
Los peronistas son inescrupulosos, desaforados y genéticamente inmorales. Su desprecio por el estado de derecho ya es una consigna y de tanto padecerlos, se vuelven previsibles.
El peronismo busca, deliberada y desesperadamente, evitar que la jefa del movimiento enfrente una condena por corrupción. El cronograma es casi infantil: hace dos semanas el Ministerio Público Fiscal la acusó de graves delitos y de la sustracción, en esa causa, de 1.000 millones de dólares. A partir de ese momento, movilizaron militantes a la puerta de su casa en el barrio porteño de Recoleta donde las contravenciones se apilaron: cortaban las calles, cocinaban en la vía pública, que también fue usada como baño, se colgaron de ventanas, árboles y balcones, tiraron fuegos artificiales y, claramente, amedrentaron al vecindario completo. Los comercios de la zona debieron cerrar sus puertas ante la amenaza de las hordas que, sistemáticamente, enfrentaron a la policía de la Ciudad.
El peronismo busca deliberada y desesperadamente evitar que la jefa del movimiento enfrente una condena por corrupción
Cinco días después de ese calvario para los vecinos, forzaron un episodio con las fuerzas de seguridad a cargo del jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, casualmente perteneciente al partido de la oposición. Una negociación entre jurisdicciones (ciudad y nación) descomprimió la situación y elevó la alicaída figura política de la vicepresidente: salió a la calle y, en un escenario montado al efecto, denostó a la oposición, a la justicia, al periodismo, azuzó el odio y pidió a sus seguidores que se fueran a sus casas.
De esa manera, la nación avanzó sobre la autonomía porteña. La mezquindad política llega a tal extremo que una dirigente de la oposición que sueña con la presidencia de la nación, en lugar de cerrar filas con el jefe de gobierno sobrevolando sus diferencias, se unió a las críticas del kirchnerismo. Entre esa calaña de seres humanos deberán los argentinos elegir sus autoridades.
Cristina seguía entrando y saliendo de la casa rodeada de militantes que la abrazaban mientras entonaban cánticos alusivos al peronismo. El más de moda es “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”. Sin embargo, el proceso judicial seguía su curso y el lunes próximo le correspondía alegar a la defensa de la multiprocesada. De repente, oh maldita coincidencia, el viernes por la noche y custodiada por 25 efectivos de la Policía Federal, la vicepresidente sufrió un «atentado». Un hombre se le acercó con un arma y le gatilló casi en la nariz, aunque el disparo no salió. Un verdadero Dios aparte. El individuo fue detenido de inmediato y la funcionaria continuó saludando gente. Todo muy normal.
Si el lector creía que el país se ponía en una búsqueda frenética de la verdad, se equivoca. Cerca de la medianoche, el presidente Fernández decretó feriado nacional para el día siguiente y alentó a los mismos de siempre a salir a la calle. Los que trabajamos nos quedamos en casa y los que viven de nosotros, llenarán la Plaza de Mayo.
Así están las cosas en la Argentina. Sin ley, sin oposición y con un peronismo dispuesto a todo
Pero uno se pregunta cuál es el trasfondo de todo esto y la respuesta siempre nos estaciona en los problemas judiciales de Cristina Kirchner y las maniobras para sortearlos.
Ruido, violencia, policía desbordada, ciudad sin ley, desprotección; la Constitución Nacional utiliza el término “conmoción interna” como causal para la aplicación del estado de sitio. Estado de sitio significa “suspensión de las garantías constitucionales”. Y el gaucho diría. “Agarrate cuando el peronismo tiene el arma de una población sin derechos que la ampare”.
Así están las cosas en la Argentina. Sin ley, sin oposición y con un peronismo dispuesto a todo.