OMAR ESTACIO Z.,
Un avión como un país, es un conglomerado de gente hacia un destino común, aunque, en determinadas circunstancias, tal dirección acabe en algún precipicio. La analogía suma más adeptos cada día.
Los peores desastres colectivos, tanto al tripular en pleno vuelo, como en los controles de una nación tienen denominadores similares. Los llamados errores humanos, en el primer caso y en el segundo, los hedores, de los gobernantes gamberros.
– ¡Señoras y señores, respetables pasajeros y pasajeras, su atención, por favor! Anunciamos el despegue del viaje, sin número, ni plan de vuelo; de ida pero de improbable vuelta. Como ha habido quejas injustificadas —las quejas contra gente como nosotros siempre injustificadas— en el presente caso, contra el copiloto, el ingeniero de vuelo, los sobrecargos, incluidas las azafatas, hemos cortado por lo sano. Se ha reemplazado al anterior capitán por mi persona, el maletero más rufián, ignaro, holgazán, violador de toda clase de valijas y maletines de mano, verdadero terror de las pistas de despegues y aterrizajes, siempre forzosos, cuando navego por los alrededores.
Despega el vuelo. Normal, que a los pocos pies de altura surjan anormalidades en el trayecto.
—¡Señor, señor, los pasajeros reclaman! Dicen que volamos en círculo, que estamos sin orientación, que perdemos altura, dirección y, en lugar de un aeroplano, en pocos minutos nos convertiremos en submarino.
—Tienen razón. Parece que no vamos a ninguna parte. Reclamemos al capitán.
— ¡Si usted es el capitán, señor!
Las aerolíneas se dividen entre bananeras y aerolíneas del primer mundo, muchas veces, como veremos, empeñadas en aterrizar en el segundo, tercer o cuarto mundo. Entregarles los mandos a cierta calaña de aviadores o jefes de Estado parece increíble, pero cierto.
¡Motín a bordo! Campea el pillaje, en la cabina de pasajeros y en el compartimiento de equipajes. Uno de los sobrecargos se ha robado varios galones de combustible. Las azafatas, dimitieron e in continenti, a 30.000 pies de altura, se han declarado strippers. Los lavabos han sido clausurados por orden de la sanidad aeroportuaria. Así que, pasajeros y pasajeras, ¡a arreglárselas como puedan!, porque la pista de aterrizaje más cercana se encuentra a siete horas de vuelo.
—Capitán, los pasajeros, en señal de protesta, acaban de encender una fogata a lo largo y ancho del fuselaje. Me permito recordarle que los extintores los vendimos en nuestra última escala, para ganarnos un “extra”…
—¡Quien no esté conforme con nuestros servicios de primera, que desembarque! ¡De inmediato!
—Pero, señor, si estamos a 30 mil pies de altura.
Un avión sin caja negra jamás debería iniciar el despegue. A falta del llamado check and balance, de la independencia de los tres poderes, del Estado de Derecho, en los límites con la estratósfera, a la tripulación le escasea el oxígeno en el cerebro, se torna más desvergonzada y confianzuda, rochelera y manoseadora del erario de los sufridos pasajeros. Hasta ser capaces, en pleno vuelo, de dedicarse al segundo oficio más antiguo de la aeronáutica civil o militar, que no es otro que el de narcotripulante.
— ¡Señor, señor, otra vez los pasajeros! Dicen que como tenemos una caja negra sorda, ciega, muda, parapléjica, el tipo de sonido que emite -no sé, no lo digo yo, lo dicen ellos- más parece el de una marcha fúnebre.
La insensatez de elegir, por votación, directa y secreta como supuesto piloto a un incapaz de volar, ni siquiera, un cometa para imberbes, cobra sus consecuencias. A la primera turbulencia, el supuesto piloto entra en pánico —lo habíamos olvidado: la tipología del individuo del cual venimos hablando, además, es de un gallina que en anteriores peligros ha abandonado hasta a su propia madre—, no sabe qué hacer, duda, vacila, denuncia complots de los pasajeros para perpetrar piloticidio. Se lanza al vacío en paracaídas y sin embargo, deja olvidado el paracaídas. Pero antes, en plena barrena, se escucha su voz a través de los altavoces de la aeronave: “Señoras y señores, pasajeras y pasajeros, les habla el capitán. En cinco minutos regreso, porque necesito consultarle qué hacer en situaciones como la presente, a Putin, a Raúl Castro o al gordito, Kim-Jon Un».