Mijaíl Gorbachov, el líder soviético que quiso salvar al comunismo con sus reformas y aperturas conocidas como glasnost y perestroika, no pudo convencer a Fidel del pragmatismo de dichas reformas durante su visita a Cuba en 1989. A Fidel no le gustó ni el interés que generaba el ruso –más joven que él– entre los habaneros, ni sus ideas de renovación.
Ahora, la prensa oficial cubana se ha limitado a informar escuetamente sobre su muerte, que ha sido objeto de cientos de artículos y comentarios en la prensa más importante del mundo.
En un artículo en The Washington Post, Nathan Sharansky, activista por los derechos humanos y ex preso político en la URSS, dice que Gorbachov «lamentó la disolución de la Unión Soviética, pero trajo la democracia, la libertad política y religiosa, la economía de mercado y el fin de la Guerra Fría».
En su libro titulado Perestroika, publicado en 1987, el que se convertiría el año siguiente en líder de la Unión Soviética escribió que «el mundo ya no es lo que era, y sus nuevos problemas no pueden resolverse sobre la base de conceptos heredados de siglos anteriores». Gorbachov no quería la continuidad.
Esas ideas y su disposición a cooperar con Estados Unidos eran un anatema para Fidel Castro, que siempre quiso ser el líder de una gran coalición anti norteamericana. El resultado inmediato fue que La Habana prohibió la distribución de las publicaciones rusas, como Sputnik y Novedades de Moscú, y comenzó a repatriar a los cubanos que vivían en Rusia, para evitar el contagio con el peligroso virus reformista.
Entre los que después cayeron en desgracia por favorecer las reformas estuvo el general Arnaldo Ochoa, condecorado héroe de la Patria por el propio Fidel Castro y fusilado más tarde por órdenes del dictador luego de un juicio amañado donde lo acusaron de narcotráfico.
Después de la desaparición de la Unión Soviética, la intelectual Irina Zorina y un grupo de disidentes rusos fundaron el Comité Ruso por los Derechos Humanos en Cuba, y la Embajada rusa en Ginebra, respondiendo a un pedido de Carlos Franqui y Freedom House, auspició una recepción de desagravio para los ex presos políticos cubanos que visitaban la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas en aquella ciudad suiza.
A la recepción asistieron también diplomáticos, periodistas y representantes de organizaciones de derechos humanos. Granma les dedicó un comentario editorial ilustrado con ratones, botellas de vodka y banderas norteamericanas, alegando que habían querido convertir a la misión diplomática rusa en una taberna.
En su artículo del Washington Post, Sharansky dice que cuando Gorbachov «viajó por primera vez al extranjero, descubrió que la Unión Soviética había pagado un alto precio por la represión y el abuso de los disidentes y fue entonces que comenzó a soltar a los presos políticos, y a los judíos que tenía encarcelados por demandar su derecho a emigrar a Israel».
Sharansky también escribió, en su libro Alegato por la Democracia, que «para que un pueblo alcance la libertad se necesitan tres cosas: que haya gente adentro dispuesta a sufrir por alcanzarla; gente afuera que los ayuden; y que las democracias condicionen sus relaciones políticas, económicas y culturales a que el régimen haga reformas específicas, comenzando con la liberación de los cautivos políticos”.
Frank Calzón es cubano, exrepresentante en Washington de Freedom House y exdirector ejecutivo del Centro para Cuba Libre.