Luis Beltrán Guerra,
En la lingüística no deja de haber enredos en lo relativo al “constituyente” y desde su apreciación gramatical. En efecto, se le califica como “adjetivo”, pero con la advertencia de que puede usarse, también, como “sustantivo”. Y “trebejos” los hay, asimismo, en las academias. En la calle más que al “constituyente” se manosea lo que deviene en uno de sus más determinantes derivados, esto es, “la Constitución”. La gente se entera cuándo se le desconoce o transgrede, tanto parcial, como totalmente y hasta por “osmosis”, por lo que pudiera asomarse que al pueblo pareciera interesarle más el libro que el autor. Digamos que las dos cosas.
Leemos, en efecto, que la Constitución se refiere a las instituciones, prácticas y principios que definen y estructuran un sistema de gobierno, así como al documento escrito que lo articula. Cada estado, puede afirmarse, que tiene una constitución en el primer sentido (la estructura de un gobierno). Asimismo, desde la Segunda Guerra Mundial, prácticamente todos tienen constituciones escritas. Gran Bretaña, Israel y Nueva Zelanda están entre las excepciones. Pero ha de aclararse que las tienen habladas y a pesar de ello se observan al igual que las escritas y muchas veces con mayor eficiencia.
Se escucha que “la Constitución” deriva de la coordinada acción de los pueblos, a fin de estructurarse como sociedades para el bien común. Conceptualmente engloba las ideas de orden, organización y formación, inherentes a todo proceso societario. Se lee, también, que el vocablo está integrado por las palabras “Cum” y “Statuere”, cuyo significado es “establecer”. Esto quiere decir que una Constitución es lo que forma o establece un Estado.
En Caracas ha regido “la modalidad de las constituciones escritas”. Asdrúbal Aguiar, noble amigo, con la legitimidad que le caracteriza se refiere al pensamiento constitucional de los Padres Fundadores en 1811 (Constitución Federal para los Estados de Venezuela), el primer texto o pacto social de una nación independiente, a juicio de Pedro Grases, para la fecha, “una entidad vigorosa capaz de dar al mundo un grupo de personalidades de primer orden”.
Acota asimismo Aguiar que se trató de la primera Constitución elaborada en Hispanoamérica por un Estado libre, precedente que hoy adquiere mayor y mejor relieve dado el momento crucial que vive la patria y en horas que indican su proximidad hacia otro parto republicano (Génesis del Pensamiento Constitucional de Venezuela, 2018). En el análisis del citado académico pudiera encontrarse la primera evidencia de que “el constituyente está exento de la muerte”. Y si muere es transitoriamente.
Esta última apreciación encuentra muchas más evidencias en un simple bosquejo de nuestra historia. En efecto, desde 1811 hasta 1893 el constituyente recuperó la vida 11 veces y como evidencia dejó 11 constituciones y desde 1901 hasta 1999 dio vida a 14 más. La final, hasta ahora, con la denominación atípica de “Constitución de la República Bolivariana de Venezuela”. Texto este hoy vigente y conforme al cual se realizarán en pocas semanas elecciones presidenciales, con respecto a las cuales la perplejidad no deja de asomar sus narices. Una interrogante, si miramos a la historia, pasaría por plantearse la alternativa, en principio, bastante probable, de que el referido evento eleccionario conduzca a una “enmienda, reforma o nueva Carta Magna, alternativas que inducirán a que el constituyente, de estar dormido despierte y diga “Presente”. No he muerto. “Estoy vivito y coleando” (expresión que se emplea para indicar que prosigue viva una persona o animal que se daba por fallecido).
El pueblo constituido (o sea, el constituyente), lo más probable es que haga caso a Ramón Guillermo Aveledo, a quien por cierto la lucha por el rescate de la democracia le debe mucho, en lo tocante al restablecimiento del Senado, proscrito en la Carta Magna de hoy. Presuntamente para dinamizar la actividad legislativa, lo opuesto a lo que realmente sucedió y sucede. Esta acotación registra el jefe de la Fracción Socialcristiana en las postrimerías de nuestra última democracia: “Es verdad que él no se había ejercitado en las pesas ni en los saltos, ni se había destacado en el uso de las lanzas ni de las espadas, pero sí lo hizo en el consejo, en el razonamiento y en el juicio. Estas cualidades, si no hubieran sido propias de nuestros mayores, los ancianos, no hubieran fijado el Senado como Sumo Consejo”. Paréntesis por demás oportuno en el interesante libro El Senado, Experiencia comparada y utilidad para la democracia en Venezuela (2019).
El profesor venezolano y amigo Allan R. Brewer Carías sostiene que “el poder constituyente está siempre en manos del soberano, quien lo ejerce sin ningún tipo de limitación legal y en conjunción con los denominados poderes constituidos limitados por las normas estatuidas por el soberano o poder constituyente”, al cual el académico define como “el poder legalmente ilimitado”. Brewer anota que los profesores alemanes han hecho una útil distinción entre el poder constituyente, el cual no tiene limitaciones legales. No así los órganos del soberano, que sí tienen las restricciones que les estatuye el propio poder constituyente. Y están sometidos, además, al control político que incumbe al pueblo que les elige (Principios del Estado de Derecho, Editorial Juridica Venezolana International, Miami, Fl. 2010). Determinante la apreciación del académico venezolano.
“El constituyente no muere”. Es que no puede morir, pues es el árbitro permanente de los pueblos, pero con la particularidad de que estos últimos lo crean, generándose una relación indisoluble. La constitución disciplina al pueblo y el último a aquella. El orden constitucional positivo, como se lee, ha de procurarse en la propia realidad social, en sus estratos más profundos. Las constituciones, así, no son meros productos de la razón, algo creado por el hombre, o por el deducido de ciertos principios. Al contrario, son resultado de algo que se encuentra en relación concreta y viva con las fuerzas sociales en determinado lugar y coyuntura histórica. Es esta la esencia de las tesis expuesta en nuestro libro “La Teoría Constituyente, Explicada en algunas lecciones por Petra Dolores Landaeta”, con prólogos de Julio Rodríguez y Carlos Ayala Corao. Allí se opina con respecto al inseparable vínculo entre el constituyente y la constitución con el analisis social y económico. La teoría no es panacea para la solución de los conflictos. Finalmente, no ha sido fácil a los pueblos conformarse como sociedades reales en ejercicio de la soberanía a ellos inherentes. El constituyente no ha muerto no únicamente por las razones hasta ahora expuestas. También por faltarle su logro final, esto es, la consolidación de verdaderas sociedades.
A los venezolanos nos ha costado el apego a las previsiones constitucionales. Lo logramos por un buen tiempo a raíz de la Carta Magna Democrática de l961 y la Nación comenzó a llamarse República con convicción y gran orgullo. Hoy todos sabemos lo que sucedió. A las venideras elecciones presidenciales ha de vérseles como los toques de puerta al “constituyente”, el cual pareciera caracterizarse por “no rendirse”.
No nos extrañe que nos abra sus puertas y continuar con respondiéndonos:
“No estaba muerto, estaba de parranda”.