viernes, noviembre 22, 2024
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El desespero es mal consejero

Armando Martini Pietri,

Afirmación que resuena con la fuerza de advertencia milenaria, encapsula la verdad profunda sobre la naturaleza humana y sus decisiones en momentos críticos. Impulso invisible, pero poderoso que brota del alma, ha sido desde tiempos inmemoriales propulsión que estimula decisiones precipitadas y, a menudo, erradas. Mezcla de miedo, frustración e impotencia que nubla el juicio y transfigura propósitos nobles en acciones contraproducentes. Exigencias y presiones aguaitan, por lo que, sucumbir al estado emocional, anula la cordura y distorsiona la realidad.

En política y vida pública, el desespero es consejero traicionero. Cuando líderes y ciudadanos ceden ante su embate, las decisiones emergen exaltadas, reactivas y carentes de reflexión. La historia está repleta de ejemplos que ilustran cómo el reconcomio y la desesperación conducen a las sociedades a tomar medidas drásticas y desastrosas. El desespero, natural en situaciones extremas, es mal consejero. Los arbitrajes por impulso, agravan el problema en lugar de resolverlos. La clave para superar los desafíos radica en la serenidad, deliberación y soluciones que, aunque menos inmediatas, sean sostenibles.

En la Revolución francesa, en desgracia y frustración de un pueblo oprimido, asfixiado por la miseria económica, lo llevó a tomar providencias radicales. Si bien, al inicio, escudriñaron libertad e igualdad, el desespero alimentó el surgimiento del Reino del Terror, periodo en el que la violencia y la represión se volvieron normales. La urgencia por cambiar un sistema injusto dio paso a la brutalidad y eliminación de lo que se percibía como amenaza, sin importar el costo humano.

En el ámbito de la hipocresía política, se manifiesta en el ascenso de oportunistas populistas que prometen soluciones expeditas a complejidades. Hábiles en seducir a la ciudadanía angustiada, ofrecen simplismo a lo que requiere abordaje matizado y multifacético. En su rapidez por calmar el descontento, implementan políticas atractivas, pero irresponsables, que resultan insostenibles, incluso perjudiciales.

La filosofía política enseña que la deliberación calmada y el análisis sosegado son esenciales para tomar sabias decisiones. John Stuart Mill, en su defensa del utilitarismo, subraya la importancia de considerar las consecuencias. Y, en la desesperación, se sacrifica esta consideración a favor de una gratificación inmediata que no aborda la raíz del problema.

Asimismo, Aristóteles, en su Ética nicomáquea, enfatiza la cualidad positiva de la prudencia y sabiduría práctica, que guía el actuar de manera correcta. El desespero, al contrario, se aleja de esta virtud, empujando hacia el precipicio de la imprudencia e irracionalidad.

En la politiquería, la impaciencia se convierte en instrumento de populistas demagogos, que manipulan temores y ansiedades para propio beneficio. Cuando las masas desesperadas buscan una salida expedita a sus contrariedades son susceptibles a soluciones radicales y simplistas, que sólo sirven para agravar los problemas subyacentes. La vida ofrece innumerables muestras de cómo el desespero colectivo allana el camino para el ascenso de figuras autoritarias y movimientos extremistas.

Enfrentar la exasperación requiere introspección y fortaleza emocional que no todos poseen, pero que puede cultivarse. Los estoicos enseñan la importancia de la ecuanimidad ante la adversidad, aceptar lo que no podemos cambiar y centrar el esfuerzo en lo que sí está bajo nuestro control. Un enfoque que proporciona una armadura contra las tempestades emocionales, permitiendo tomar decisiones consideradas e ilustradas, incluso en las circunstancias más desesperadas.

En crisis, hay que resistir la tentación de la impulsividad y, en su lugar, buscar claridad y sabiduría que sólo la serenidad ofrece. Para navegar la turbulencia con mayor seguridad, evitando las trampas que el desespero coloca. Y, cuando se instala, actúa como un velo opaco que impide una clara visión de alternativas y sus consecuencias. Exacerba el miedo, la incertidumbre y acarrea decisiones precipitadas, contraproducentes. La experiencia muestra que el error por desespero es fatal, desde guerras innecesarias hasta políticas funestas que han condenado a generaciones a la miseria.

El desespero sustrae la capacidad para reflexionar y deliberar, sustituyendo la lógica y razón por urgencia irracional del sufrimiento inmediato. Consejero perjuro que promete alivio acelerado, a costa de consecuencias insufribles a corto y mediano plazo que, inevitablemente, resultan más dolorosas.

Fuente: El Nacional

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