Luis Asúa
Tenemos una estructura política muy desordenada: Ayuso se ha convertido en uno de los principales focos de oposición a Sánchez; nadie contribuye más, dicen, que Almeida en la lucha contra el cambio climático; el alcalde del pueblo más recóndito hace políticas de género y monta una oficina para combatir el paro… y no sólo son los entes públicos quienes se meten en cuestiones que se les escapan: las empresas privadas nos inundan con anuncios sobre lo buenos que tenemos que ser, de acuerdo con la norma moral progre imperante, en lugar de promover sus productos. El capitalismo moralizante en su máxima expresión, y por supuesto, con más ímpetu durante la Navidad.
La Constitución diseñó un sistema autonómico que se puede tildar, cuando vamos camino de su cincuenta aniversario, de calamitoso. Sí, es una calamidad. Este afán por el desorden, la falta de prudencia, la intromisión en los asuntos del otro, es bastante habitual entre nuestros ciudadanos. Debe ser la cosa idiosincrásica, que diría un castizo. Y la Constitución en lo que se refiere al estado autonómico promovió esta tendencia tan nuestra. Pero peor fue su desarrollo legislativo fuertemente condicionado por las exigencias políticas que establece un sistema electoral muy desequilibrado en favor de las minorías regionales.
Ojalá algún día nos modernicemos y tengamos una administración a todos los niveles acorde con los tiempos
Del «más madera esto es la guerra» hemos pasado a más competencias hasta el paroxismo sin tener en cuenta la eficiencia, el coste económico, el bienestar ciudadano en suma. Y lo estamos pagando. Nuestra deuda pública empieza a ser inasumible y trae como consecuencia una presión fiscal tremenda, paro, rentas bajas y crecimiento económico paralizado. El talento empresarial español, que es enorme, está completamente arrinconado por las necesidades del estado en sus diferente variantes.
Ojalá algún día nos modernicemos y tengamos una administración a todos los niveles acorde con los tiempos. Una administración especializada en sus competencias, sin intromisiones. Una administración eficiente y económicamente viable. No este disparate de gasto y deuda en el que vivimos y que nos puede producir un serio quebranto y mucho sufrimiento.
Una España moderna donde se acabe la chapuza en la que vivimos. Una España en la que nuestros alcaldes se dediquen a limpiar las calles, mantener la seguridad de sus ciudades y si se ponen rumbosos a montar alguna fiesta inolvidable.
También algún día conseguiremos que nuestros dirigentes autonómicos se limiten a invertir en educación y sanidad, gasten en servicios sociales y mantengan el resto de las infraestructuras en perfecto orden.
Sólo VOX aboga por poner orden a este carísimo desmadre. Incluso va más lejos planteando una recentralización de algunas competencias
Pero nos queda mucho camino por recorrer. Hay que cambiar mucha legislación para que nadie se salga de su marco de competencias. No podemos seguir con una política que consiste en constantemente entrometerse en las competencias del otro. Y esto no sucede de abajo a arriba. No sólo los alcaldes o los dirigentes autonómicos intentan meterse en el debate nacional, también a Sánchez le encanta dar órdenes a Ayuso, que no suele cumplirlas, o a Almeida, que sí suele cumplirlas, como cuando nuestro presidente le ordenó en su sesión de investidura volver a poner en marcha Madrid Central.
Sólo VOX aboga por poner orden a este carísimo desmadre. Incluso va más lejos planteando una recentralización de algunas competencias. Por cierto, y es importante señalar que esta iniciativa va calando en la población a tenor de las últimas encuestas. Recuperar para el Estado competencias en sanidad y educación, en particular un plan de estudios único y nacional, empieza a ser imperativo y urgente. Para los agoreros y los timoratos señalar que se puede ser crítico con este aspecto de la Constitución y a la vez muy respetuoso con la misma. Y desde luego, los cambios normativos para llegar a ese Estado ideal no tienen nada que ver con el disparate brutal y antidemocrático que hemos vivido en las últimas semanas.