domingo, noviembre 17, 2024
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El destino de los verdugos de la Primera Enmienda

Cuando un show de radio de Miami me inquirió la semana pasada sobre las revelaciones hechas por el CEO de Facebook Mark Zuckerberg en el podcast “La Experiencia Joe Rogan”, no pude sino ser categórico y destacar su amoralidad patológica terminal, diagnóstico con el que días después coincidió, desde otra perspectiva analítica, el profesor de Harvard Bill George que en la presentación de su nuevo libro dijo que el creador de Metaverse “carecía de valores, iba a la deriva y se descarrilaba en tiempo real”.

Las conclusiones del profesor George emergen de “Verdadero norte. Edición para liderazgos emergentes” (Wiley & Sons, 2022), una guía prescriptiva sobre liderazgo contemporáneo, con estudios de caso de diez prominentes y exitosos liderazgos en la economía global.

Mi conclusión, en cambio, proviene de la observación etnográfica. Me dedico a “leer entre líneas”; proveer interpretación cultural de mensajes no verbales en grupos focales; interpretar qué comunican los individuos en estudios sociométricos –no siempre de manera consciente– usando esos otros niveles de lenguaje que existen más allá del código verbal.

Con Rogan Zuck dejó traslucir su completo desmarque de cualquier conducta próxima a la lealtad, y al ser consultado sobre el tema crítico – su participación en la alegada colusión entre dueños de redes sociales y oficiales de la administración Biden para violar la Constitución y censurar temas críticos en tiempo de elecciones – asumió que hubo censura y, sin rubor ni culpa, se justificó así: a) No fue nuestra decisión, el FBI nos dijo que lo hiciéramos; b) Facebook no censuró directamente, lo hizo una tercera compañía que contratamos; y c) lo hicimos mal, pero no tan mal como Twitter, ellos censuraron abiertamente.

Nada de qué sorprenderse. Desde su comparecencia ante el Subcomité Judicial Antimonopolio Comercial del Congreso, en julio de 2020, las lealtades y la ética de Zuck se ajustaron a su necesidad de complacer a las oligarquías bipartisanas para sobrevivir a las secuelas de Cambridge Analítica y su vulnerabilidad crónica en la protección de datos de los usuarios.

Tras Rogan, aun la prensa progubernamental informó que el FBI pidió a las Big Tech agendar la falsa “conspiración rusa” y paralelamente “silenciar” el escándalo de la portátil de Hunter Biden, hijo del Presidente de los EEUU, que son algunos de los cargos del juicio que le siguen prosecutores de Missouri y Louisiana a Biden y los gigantes de social media por coludirse para violar la Primera Enmienda, ejercer Abuso de Autoridad y violar la Ley de Procedimiento Administrativo (Ley Orgánica del Poder Ejecutivo), entre otras.

Cuando a principios de 2021, en medio del debate nacional sobre la integridad de las elecciones presidenciales que devino en el rebalse social del 6 de enero, Facebook y Twitter decidieron suspender la cuenta del Presidente #45 de los EEUU señalándolo de instigación a delinquir, mientras aún estaba en ejercicio, y corrieron algoritmos para matar el debate público sobre vacunas Covid, la efectividad de las máscaras y la corrupción en la familia del entonces candidato Demócrata Biden, ya habíamos advertido que un grupo económico privado se había arrogado competencias de la justicia para levantar cargos, dictar sentencia y cancelar la libertad de expresión a millones de americanos.

La ingenua pretensión de “defender la verdad”, detrás de la cual se justificaron por haber violado la Constitución, no explica ni justifica la usurpación de atribuciones privativas del Poder Judicial que tres individuos perpetraron mientras se juntaban en un Starbucks y asumían decisiones que sólo el colegiado de la Suprema Corte de los EEUU podría haber asumido.

Mi monografía para optar a la Maestría en Comunicación Política y Gobernanza en 2017 titulaba “De la Galaxia Gutenberg a la Galaxia Zuckerberg” en tributo a Marshall McLuhan, que había parangonado la invención de la imprenta de tipos móviles con la aparición de una nueva estrella. Entonces me atreví a anticipar el rol de las redes sociales en las definiciones políticas de la era digital cual la aparición de otra galaxia, un edad prolífica de oportunidades creativas para la participación política, con un impacto tan trascendente como el que tuvo el pionero alemán de la tipografía en el fin del Oscurantismo y el surgimiento del Iluminismo.

Hoy diría, no sin profunda decepción, que bajo Zuckerberg y Dorsey llevaron a Meta y Twitter de ser una brillante constelación a una supernova –la fase terminal de la existencia de una galaxia–, y que cruzaron el punto de no-retorno cuando cancelaron la libre expresión.

¿Cuál será el destino de Mark Zuckerberg, Jack Dorsey, Jeff Bezos, Turner-Warner y otros ejecutores de la instrucción de amordazar y volcar los ojos de un país de temas influyentes en su decisión política a los montajes del FBI hasta que se consumara la asunción de Joe Biden? Eso se sabrá si la justicia sobrevive al intento de las dinastías liberales de anular a la Corte Suprema y travestir a los EEUU en otra Cuba, Venezuela o Bolivia.

Sin embargo, la sentencia de los constituyentes ya fue dictada. El derrumbe del valor accionario de Facebook y Twitter en la bolsa, la caída de suscriptores y ventas del Washington Post o la masacre blanca de CNN, confirman la lectura de confianza pública recogida por Gallup en julio: La media es la penúltima institución en credibilidad entre las 16 más importantes de los EEUU.

Dorsey pudo haber renunciado a Twitter y Zuckerberg puede culpar al FBI del nuevo tropiezo de Meta, pero del colapso y la extinción de sus creaciones ambos son culpables sin derecho a indulto.

Fuente: Diario Las Américas

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