“Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar del ejercicio de la libertad”, aseguró anoche Luis Lacalle Pou en la cena anual de la Fundación Libertad, de la que participaron varias personalidades como el mandatario argentino Javier Milei y el expresidente Mauricio Macri, entre otros.
La tesis del presidente uruguayo, mayoritaria lamentablemente en la discusión política, es que el monopolio de la fuerza es fundamental para “hacerle piecito” (es decir, darle un impulso) a las personas con los servicios básicos, para que puedan llegar a una instancia de superación personal.
Al reconocer al Estado como punto de partida indispensable para estos nobles fines se está cometiendo un grave error conceptual. El aparato estatal, más allá de como funcione, oficia como un mecanismo redistributivo, ya que no crea los recursos, que son abastecidos por el sector privado. Si se va a hablar de una primerísima instancia, hay que generar un mínimo de riqueza, más allá del porcentual que se quiera repartir. Algo que parece que lo tenía más claro su antecesor de izquierda José “Pepe” Mujica, que reconoció que era “socialista pero no bobo“.
Más allá del debate filosófico sobre liberalismo clásico minarquista y anarcocapitalismo, que es a lo que Lacalle Pou parece haber pretendido apuntar, bajo ningún punto de vista se puede hacer referencia al Estado como la primera instancia irremplazable e insustituible para los fines que persigue. Si la economía privada no abasteció previamente de una capitalización suficiente para una escuela pública o una salita de primeros auxilios, el “piecito” que el presidente uruguayo menciona queda reducido a su imaginación y a las buenas intenciones.
Además, es preciso destacar que muchos de los países que carecen de estas prestaciones básicas padecen de altos índices de pobreza, justamente, por el desempeño del Estado y sus gobernantes. El mundo, gracias a la economía de mercado, ya ha creado suficiente riqueza como para que ningún ser humano en el planeta carezca de las condiciones mínimas como para desarrollarse en libertad. Inclusive, es en los países más reprimidos donde el capitalismo podría desembarcar fuertemente, mejorando las condiciones estructurales. Sin embargo, como sabemos, muchos de estos lugares en el mundo padecen brutales dictaduras que no están interesadas en abrir el juego a instituciones civilizadas. También tenemos el caso de muchas democracias fallidas, que justamente mediante el Estado se logró reprimir al sector privado al punto de descapitalizar fuertemente la economía. Argentina es el caso más claro del mundo, que pasó de ser un país desarrollado (e incluso el más rico del planeta en 1895) a uno “desdesarrollado”, con la mitad de la población por debajo de la línea de pobreza.
Aunque todo esto es muy claro, cuando la gran mayoría de la clase política hace mención a lo indispensable, primero pone el fetiche del Estado sobre el proceso de mercado. Ahora, ¿si el mercado está reprimido y no produce nada, con qué recursos los burócratas pueden brindar algún servicio?
Es muy interesante el debate filosófico entre liberales sobre las posibilidades del autogobierno y plantear como pueden ir reduciéndose los monopolios gubernamentales. Afortunadamente en Argentina hay un presidente que pone sobre la mesa la necesidad de terminar con el monetario, que tanto daño le ha hecho a los ciudadanos de a pie. Pero, más allá de esta importante discusión, si tenemos que hacer mención a la piedra fundamental, de primera instancia, indispensable, para poder garantizar las condiciones básicas (ya sea mediante el mercado o el Estado), el punto de partida es una nutrida economía de mercado, con propiedad privada, que genere los recursos como para la distribución y la redistribución. Sin eso no hay piecito, ni escalera, ni empujón, ni nada.