Luis Beltrán Guerra G.
El Estado es quizás una de las palabras de más uso común. Se le define como el complejo de instituciones que conforman el gobierno en “una nación soberana”, sugiriéndose, por ende, que la “E” se escriba en mayúscula, lo cual no se observa mucho, probablemente, por el cuestionamiento del cual es víctima.
En efecto, se le mira como maquina pesada difícil de mover, por lo que pareciera haber puesto de lado el sentido de “El mensaje a García”, el cual supone dinamismo para concebir y ejecutar lo providenciado. Y que la abusiva discrecionalidad es contraproducente para la eficacia de la acción de gobierno. Conspira contra “la democracia eficiente”.
El Estado es “una realidad dialéctica” alimentada por “el arte de persuadir, debatir y razonar ideas que no coinciden”. Se dice que puede permanecer como una manera de filosofar y descubrir la verdad”, como lo hizo Platon en sus “diálogos”. Es una secuencia entre “tesis y antítesis” que conduce a la “síntesis”, pero prosiguiendo con una nueva “tesis” y de pronto “ad infinitum”. Se le vincula con la propiedad, la libertad, la legalidad y la racionalidad. La concepción y su asimilación no es, por ende, sencilla y mucho menos en la política. Hoy, sin lugar a duda, cuesta negar su crisis frente a una marea que lo estremece.
Es lógico que las mentes más brillantes se hayan dedicado a estudiarlo. Conceptualizaron a la Ley, su usual mecanismo, para reglar el sentimiento de superación y dominio en el ser humano, en procura de la libertad, la justicia y la igualdad, basado en el derecho y no en la fuerza y a la unidad de lo universal y lo particular en el complicado mundo de las pasiones humanas. Pero “el macro estremezón” con respecto al Estado y su utilidad es el que experimenta Alemania bajo el hombre del “toothbrush moustache”, cuyos lados verticales de pelos pegados a la nariz identificaron a lo largo de su vida al “Jefe del fascismo”. Y para quién al Estado habría de eliminársele, postura documentada, por los filósofos y juristas más avezados de la época. Para, probablemente, sorpresa de muchos.
En efecto, una de las primeras providencias en esa Alemania es “el cuestionamiento a la burocracia”, por pesada, lenta y enredada para la misión transformadora de la humanidad que postula la novedosa metodología de desarrollo, para sustituir a la de reyes y príncipes y a la denominada República de Weimar (1918-1933). Son, precisamente, los desenlaces de la última los que potencian el acceso al poder del “Partido Nacional Socialista de los Trabajadores (NSDAP)”, la de “un nacionalismo extremo”, alimentado en “el antisemitismo”. El fundador, “El Furher”.
En el ensayo “Libres para obedecer», del profesor de la Sorbona, Johann Chapoutot, se pone de relieve “la teoría y práctica del management para la postguerra” cuya vigencia se incrementó durante los 12 años del “Tercer Reich”, lo cual ha de tenerse presente al examinar al Estado y sus vicisitudes. El académico estima que los juristas y administradores se plantearon “como administrar un Reich en permanente expansión con pocos, por no decir, con menos, ¿recursos y personal?”. Ello lleva a sopesar una realidad para rechazar lo malo adoptando lo bueno. Por demás pertinente en un mundo no exento de crisis. Dos respetados juristas menciona el catedrático, Adam Smith y Reinhard Hohn, discípulo del primero. La tarea “diseñar la administración del Tercer Reich”. Y bajo la premisa “Hoy Alemania nos pertenece y mañana el mundo entero”. La parodia nazi, si es que así puede decirse, postula como hasta ofensivo hablar del Estado, utilizando mas bien la palabra “movimiento” bajo la apreciación de que el primero opera fielmente a su propia etimología, es un estatus, una institución estática que no puede acometer el flujo de iniciativas que se demanda. Se acude inclusive a la historia para acotar que “la génesis del Estado fue una catástrofe para la raza germana”. Y su existencia y acción son también perjudiciales. En el Tercer Reich, consecuencialmente, los tiempos del Estado están ya acabados.
El Furher, no pareciera haber dudas, de que encuentra en sus filósofos, juristas y militares el apoyo que demanda una acción de gobierno dinámica, tipificada por cerebros generadores de un eficiente pragmatismo y ejecutores de los mandatos en el menor tiempo posible y sin detenerse a analizar la esencia de la providencia a ejecutar. Esta se presume conveniente.
Es en este sentido que pareciera oportuno plantearse si los juristas del Reich, de haber conocido “El mensaje a García” hubiesen llamado a Arturo Fuenzalida Prado, profesor en Chile, a fin de que les refiriera la “tarea asignada por el Presidente de EE. UU., William McKinley, a un oficial del ejército, para que la cumpliese, en los momentos en que declara la guerra a Espana en 1898. Y que el teniente Rowan, mandatario, fue el tema central para desarrollar la idea de que lo más importante que necesitaba la juventud, en esa época, era la inspiración del amor al deber, la fidelidad a la confianza que se le deposita, el obrar con prontitud, el concentrar todas sus energías en hacer bien lo que hay que hacer. El chileno le hubiese expresado a Hitler que así se sintetiza “Llevar el mensaje a García.”
A la luz de los comentarios, no pareciera inaudito afirmar que el Estado macrocefálico de hoy, como que necesita más de un mensaje a García. A pesar de que no faltará más de uno que lo califique como “composición literaria en prosa o verso portador de una enseñanza o consejo moral. Sin transcendencia.
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@LuisBGuerra