Tituló El País a cinco columnas: “Y ahora, el huracán de la inflación”. Y yo pensé: qué metáfora más desacertada. Los huracanes son fenómenos naturales, y su fuerza y frecuencia no han aumentado de modo apreciable.
La retórica metafórica, siempre equívoca en economía, se repetía en el artículo, que hablaba de la inflación como “plaga” o “monstruo”, y recuperaba aquella vieja alegoría, también errónea, del “aterrizaje”. En cuanto a la inflación, el periódico aseguraba que es “fruto directo de la pandemia y de la guerra de Rusia en Ucrania”. Acabáramos. Entonces no es un huracán sino un fruto directo de la acción humana, o más bien política.
Ahora bien, ¿cómo es posible que en El País no hayan sido capaces de relacionar la inflación con los gobiernos y los bancos centrales? La respuesta es: lo hacen, pero exculpándolos higiénicamente, de esta manera: la pandemia y las disrupciones en las cadenas de suministro han “promovido políticas fiscales y monetarias de estímulo con efectos colaterales alcistas en los precios”. Se les escapó, al parecer, el detalle de que las políticas expansivas son anteriores a la pandemia y a la guerra. Lo importante es repetir tópicos y metáforas que vuelvan a las autoridades en heroínas y no victimarias: “los bancos centrales afrontan la tarea, de por sí difícil, de encontrar el punto exacto entre enfriar la peligrosa inflación sin hibernar la economía”, y los Estados “están especialmente endeudados tras los embates de la pandemia”. Los bancos emisores no son causantes de la inflación y la deuda pública sube por la pandemia: dos falsedades notorias.
Dirá usted: no se puede pedir a los periodistas que sean diestros en el estudio de la ciencia económica. Pero dos destacados sabios de la disciplina escriben habitualmente en El País. Joseph Stiglitz afirmó que la culpa es del mercado, de Reagan y de Thatcher, y que la inflación se debe al “poder monopolístico” de las empresas. Paul Krugman, aparte de avisarnos sobre “la amenaza que el actual Partido Republicano representa para la democracia y los valores estadounidenses básicos”, criticó la propiedad intelectual, recomendó aumentar todavía más la emisión monetaria a través del FMI, y despotricó contra una “economía del goteo”, que ningún economista ha defendido. Los autores de tan desconcertantes apuntes no son periodistas sino dos premios Nobel de Economía.