martes, noviembre 5, 2024
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El ‘factou’ y la Providencia

HUGHES,

(Nota: artículo escrito antes de la intervención de Trump en la Convención Republicana)

Nunca defraudan. Al informar del intento de asesinato de Donald Trump, los medios se dejan un factor explicativo fundamental; mencionan las armas, la posible locura del tirador y la negligencia de los servicios secretos, pero no contemplan la conspiración criminal para acabar con el líder republicano, siendo esta la posibilidad más lógica tras la violencia callejera, el impeachment, los indictments, el Russia Russia hoax…

Comprendemos que esto no lo mencionen, y que todo quede, como mucho, en negligencia de los servicios secretos (la presencia de mujeres cuotenses contribuye psicológicamente a ello), pero la otra posibilidad, la locura del veinteañero tirador, con su importante cara de giliwoke (palidez degenerada, blandura escabrosa, fealdad reconcomida, cataclismo de testosterona) olvida que sobre la posible locura y el hecho de tener un rifle incidió un discurso de odio mantenido durante años. Odio en Occidente no ha habido más que el vertido contra Trump. Lo demás han sido odiocitos, pequeños privilegios de raza, clase o condición, pero el odio puro, sistemático, internacional, inapelable y apabullante ha sido el sostenido contra él, del que ahora nadie quiere acordarse.

O a Trump lo quiso matar una conspiración enemiga (y su mayor enemigo es el establishment guerrero y globalista) o lo quiso matar un loco enfermo de odio, pero con un odio inducido. Odiar a John Lennon no era del todo imposible tras el Imagine y Yoko Ono, pero no había voces coordinadas incitando a ello. Las voces «Trump es enemigo de la democracia» no estaban en su cabeza, ¡estaban en todas partes!

Trump se salvó por milímetros, por mirar un panel con datos sobre inmigración ilegal, lo que aquí llamarían bulos. Mirar esos datos fue lo que le salvó la vida: buscar una verdad para informar al pueblo, lo contrario de lo que hace la maquinaria del globalismo demo-RINO allí, sociopepero aquí. No fue un acto instintivo entonces, fue un acto informativo, la búsqueda deliberada del dato, la aportación de información con la que nutrir su discurso. Gran ironía. Justo lo que le negaban es lo que le salvó la vida: construir un discurso factual.

Trump, como los chavales tiktokeros del fútbol, quería soltar un factou y ese admirable deseo fue lo que le salvó; o quizás fue la Providencia adoptando una forma de gráfico.

El sacerdote que rezó antes de su mitin contó luego que animó a la oración porque sabía que querían disparar contra él, que lo sentía. Hace años, una película, La Profecía de Trump, narraba un hecho real: un bombero, traumatizado por las escenas de incendios pavorosos, escuchó unas voces que le advertían (y era 2011) de que Trump sería presidente. Para alguien era ya El Elegido mucho antes de que lo fuera para parte de la derecha evangélica, que vio en él un nuevo Ciro, escogido por Dios para una misión.

Ahora Trump no es solo el candidato del Make America Great Again, es el candidato de la paz. Además de katechon, es la mayor esperanza de paz que tiene el mundo, por no decir la única. Si se quedara quieto, palomas blancas y pájaros melodiosos se posarían en sus brazos, harían nido en su pelo dorado. Los seguidores del demonio, a los que conocemos muy bien, están contra él, pero a su favor tiene a los que rezan y a los que esperan el milagro. Muchas mujeres —se puede encontrar en los comentarios de las noticias, porción de realidad que solo alcanzan los insomnes— rezaban el rosario cuando sucedió. En la película —horrorosa, al parecer— sobre la profecía trumpista, el bombero profeta cuenta que vio más cosas: el esplendor del dólar, un segundo mandato y el momento en el que los periodistas son convertidos al trumpismo. Ya sería mucho milagro ese, pero escrito está.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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