HUGHES,
El pueblo pide regulación. Queremos pan y queremos ley. Pedimos al legislador que se ocupe de las cosas como si la ley fuera la red para ir por la vida.
Ante cualquier asunto, el político serio, riguroso y técnico debe legislar. Como hay división de poderes, las leyes las hacen los gobiernos y la oposición solo puede hacer una cosa: proponer más leyes.
Siguiendo su método regulatorio, el PP acaba de aprobar en Andalucía una Ley del Flamenco que pretende «garantizar su protección y conservación y asegurar su transmisión a las nuevas generaciones».
Era muy necesario esto porque resultaba inexplicable que el flamenco hubiera podido llegar hasta aquí sin una ley. El flamenco pendía de un hilo en el limbo de lo no regulado, como la gestación subrogada, hasta que Moreno Bonilla ha decidido hacer con esta ley lo que Camarón de la Isla con La Leyenda del Tiempo: dar futuro. Camarón fusionó el flamenco y medio siglo después Moreno Bonilla lo regula.
La Ley hará todo lo que hacen las leyes con las cosas. Creará un aparato administrativo alrededor: un registro, un catálogo y meterá el flamenco en el sistema educativo, aunque siempre pensamos que era algo que se mamaba en casa, propio de sagas familiares: los Rancapino, los Habichuela… Pero no puede dejarse por más tiempo a las familias.
Quien ha criticado la ley (PSOE) no lo ha hecho por meterse el legislador donde no le llaman sino por meterse poco. Sería necesario un plan estratégico, quizás un observatorio…
El flamenco tiene un origen misterioso. Se sitúa en el siglo XVIII, pero los ritmos quizás los trajeran gitanos de la India. Tiene el misterio, en suma, de lo popular y la regulación, aunque ayude a alguna cosa, da un poco de pena porque administrativiza aquello que salía del pueblo porque sí, como sale el agua de las rocas.
Cuando la administración quiere fomentar algo lo subvenciona, y el resultado acaba siendo paradójico. ¡Qué triste sería acabar viendo un PER de flamencos! Ahora está más cerca el fomento del duende y, como a toda ley sucede su norma de desarrollo, que alguien se presente en una zambra con el reglamento flamenco en la mano.
La ley se las trae y el motivo lo explicó el consejero de cultura andaluz: «El flamenco nos define como pueblo». Es la etnopolítica autonómica a la que también se agarra el PP. A falta de idioma propio o terracitas en Jorge Juan, el flamenco, que era un milagro universal y ahora pasa a ser un negociado de la Junta.