No me definiría como un «hombre blandengue». En un autorretrato que me hice superponiendo tres triadas de autorretratos famosos (la del Marqués de Bradomín, la de Rubén Darío y la de John Wayne), la fuerza ocupaba un séptimo del total. Véaseme: «Feo, católico, sentimental, sensible, sensitivo, fuerte y formal». Y, sin embargo, algunas de las características que el gran Fary vio en el hombre blandengue se me podían aplicar perfectamente. Yo siempre he llevado las bolsas de la compra a mi mujer, y el carrito del niño, ni digamos, con el coche, y todos los avíos.
El anuncio demuestra que el Ministerio de Igualdad va a por la masculinidad: contra ella
Por eso empecé a ver el anuncio del Ministerio de Igualdad con un divertido interés. Me parecía, para empezar, un movimiento inteligente, porque el discurso de El Fary, tan gracioso y exagerado, deja margen a un circunloquio irónico. Da juego para proponer desde ahí —desde la irreal exageración que es— un modelo de masculinidad más matizada.
Sin embargo, el anuncio demuestra que el Ministerio de Igualdad va a por la masculinidad: contra ella. No les interesa abrir el campo, sino arrasarlo. Veámoslo con cuidado porque no quisiera que pareciese que algún prejuicio me ciega.
Que se aproveche para poner a un hombre con las bolsas de la compra o el carrito del niño me parece estupendo. Que un tipo quiera cambiar el orden de los apellidos del buzón, poniendo primero el materno, me resulta indiferente. Yo, como saben mis lectores, soy partidario de la Edad Media y del Siglo de Oro, donde la gente hacía con sus apellidos lo que le venía en gana, porque para algo eran suyos y tenía tanta sangre de una rama como de otra. Lo del orden de ahora, tan rígido, es cosa de ilustrados. O sea, que, hasta ahí, el anuncio va exponiendo posibilidades sensatas, aunque no rompedoras ni originale
Las lágrimas ante la belleza o la bondad, frente al mal, sobre la pena ya cabían en mi concepto de masculinidad
La clave está en el final. Como sabe cualquiera, es el final donde se concentra siempre, como hacen las avispas y los columnistas, el veneno, digo, el mensaje. Y el ministerio de Igualdad termina con un hombre llorando a moco tendido. Literalmente. O lloriqueando.
Algún defensor del anuncio me podría objetar que sólo trata de defender que los hombres también lloramos contra el viejo prejuicio de apretar los dientes. Aquí, nuevamente, me vuelve a coger por mi lado blandengue. Yo lloro. La mayoría de las veces de risa. Y algunas se me escapa una lágrima de emoción: entonces me recito esta copla argentina: «Mi caballo es andaluz,/ de los que trajo Mendoza,/ que no tiene miedo al tigre,/ pero tiembla ante la rosa». También se puede llorar de dolor, cuando éste es grande. O sea, que las lágrimas ante la belleza o la bondad, frente al mal, sobre la pena ya cabían en mi concepto de masculinidad.
La clave del anuncio está, como decía, en la catadura de la llantina y en que lo pongan al final, como remate. Obsérvese, entonces, qué poca celebración hay al final en el hecho de ser hombre. Es algo que deviene en un lloriqueo desmayado y, por lo que se ve, inconsolable.
¿Alguien imagina un anuncio del Gobierno sobre la condición de la mujer en la que ésta acabe llorando con una pinta de depresiva que no se salta un prozac?
No se termina ni con una risa ni con la alegría de haber tenido la caballerosidad de llevar las bolsas ni con lo gracioso que es un hijo en su sillita del coche ni con un abrazo gozoso a la mujer amada ni con la satisfacción postmoderna en la propia blandenguería al menos, sino con lágrimas negras.
Hay, por tanto, una implícita confesión del papel final que se reserva al hombre en el imaginario utópico del Ministerio de Igualdad. Algo muy poco igual. Porque, y éste es el quid de la cuestión, ¿alguien imagina un anuncio del Gobierno sobre la condición de la mujer en la que ésta acabe llorando con una pinta de depresiva que no se salta un prozac? Imposible.
Nuestra impagable Carmen Álvarez Vela señaló enseguida que mucha diversidad sexual defienden, salvo la del hombre viril, que también puede gustarle mucho a muchas, decía ella, gozosamente. Al anuncio le agradezco que, incluso cuando tenían tan fácil colarnos su mensaje, hayan renunciado al mínimo respeto y sentido común, para asomar la patita de sus verdaderas intenciones.
Si el hombre resiste a tanto asedio y a tanta ridiculización, no le va a quedar más remedio que ser más fuerte que nunca
Totalmente contraproducente, además. Primero, porque cuando ahora nos presentan a una mujer fuerte (como la Galadriel de la serie Los anillos de Poder), el primer reflejo es verla como la parte inversamente proporcional de la misma operación de marketing ideológico. Y es una pena porque mujeres fuertes también las hay, gloriosamente. Y, en segundo lugar, será contraproducente por puro darwinismo: si el hombre resiste a tanto asedio y a tanta ridiculización, no le va a quedar más remedio que ser más fuerte que nunca. Al tiempo.