ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
Con motivo de la publicación del libro El conservadurismo es el nuevo punk (Esfera de los Libros, 2023), coordinado y editado por Rodrigo Gómez Lorente y en el que escribo el epílogo, Jorge Vilches hizo un largo artículo para dar la primicia en La Razón. Con gran prurito profesional, además de leerse el libro, nos hizo algunas preguntas a los autores de esa obra colectiva, para documentarse. Preguntas muy interesantes; pero, como los autores somos muchos y el papel es poco, la mayoría de las respuestas se quedaron sin recoger. Yo a las mías les tengo cariño, y me las traigo aquí.
Vilches detectaba que «la idea de progreso es la religión laica que nos domina, en detrimento de una sola religión: la cristiana»; y me preguntó por qué no afecta al resto de las religiones. Le contesté que es natural, porque es genético. El progreso es el hijo pródigo de la Cristiandad. Ha exigido su parte de la herencia —y ya de paso la de su hermano— y se ha largado a gastársela en francachelas y demás. Ya ha empezado tal vez la fase de tener que comerse las algarrobas de los cerdos. Cuando al final se decida a volverse a casa —porque volverá—, aunque no merezca llamarse hijo de la Cristiandad, como sí que lo es, ésta la acogerá con los brazos abiertos. En cambio, como no le toca nada al islamismo, pues ni le pide su herencia ni tampoco vuelve a esa casa, que no es la de su padre, y en la que no le van a recibir de buenas que digamos.
«¿En qué consiste la utopía progresista? ¿Y la conservadora?», repuso Vilches. La utopía progresista consiste en una fraternidad sin Padre, en una igualdad sin deberes y en una libertad sin responsabilidad. Para mí que no les está funcionando bien el invento; pero lo más incómodo de la utopía progresista es lo impositiva que se pone, tal vez para compensar su fracaso y su frustración. Están haciéndonos —fíjense— un Muro de Berlín 2.0 para que no podamos escapar de su utopía. El conservadurismo es anti-utópico, pero esperanzado, abierto y bastante feliz en la intimidad.
Jorge Vilches me recordó que «las izquierdas españolas llaman al PP «derecha extrema» o «partido conservador»» Tal vez atónito, se pregunta: «¿El PP es una de esas dos cosas? ¿Hay algún partido realmente conservador en España, o a los conservadores les trae al fresco que no haya un partido que les represente?». Son unas preguntas oportunas. Yo creo que Feijóo y tal vez Borja Sémper son los únicos que se toman en serio esos (des)calificativos de la izquierda. Nadie podría llamar «conservador» al PP en serio viendo lo que vota en el Parlamento y lo que votan o no votan sus peones en el Tribunal Constitucional. De hecho, ya Rajoy en el Congreso medio fundacional de Valencia de 2008 declaró solemnemente: «Si alguien quiere irse al partido liberal o conservador, que se vaya». Que yo sepa nadie ha invitado a los conservadores a volver al PP, sino todo lo contrario, aunque parece que a los liberales de Cs últimamente sí. En cambio, dentro de las muchas corrientes que conviven en Vox, el conservadurismo es como mínimo una de ellas. Por su apego a lo tradicional, a la propiedad, a las costumbres locales, a la familia y a la solidaridad nacional, en la línea política de un Benjamin Disraeli o de un Eduardo Dato, e intelectualmente de un Chesterton o de un Gómez Dávila, el conservadurismo está llamado a dar un fundamento teórico y una perspectiva histórica a los que los progresistas llaman «populismo» (y llamarían «democracia» si les votase a ellos).