Marcelo Duclos,
Javier Milei, en su carrera hacia la presidencia de Argentina, tiene un factor a favor y otro en contra. Paradójicamente, son las dos caras de la misma moneda. El precandidato representa un conjunto de ideas y principios, que son las liberales. En su beneficio está el detalle no menor que el electorado parece haber percibido el fracaso total del estatismo socializador, por lo que su irrupción coincide con una demanda, sin dejar de mencionar sus méritos comunicacionales propios que evidentemente tiene. Sin embargo, al representar una corriente ideológica y filosófica concreta, sus interlocutores en los medios que pretenden descalificarlo, lo llevan a un insólito extremo con cuestiones fuera de agenda. Mientras que al libertario se le pregunta por la posición doctrinaria con respecto al sexo de los ángeles, sus adversarios políticos (con recursos locales y nacionales para la pauta oficial y sobres varios) salen impunes de las entrevistas, sólo diciendo que tienen un “plan integral” para solucionar todos los problemas de Argentina.
Como ocurrió con el tema de los bebés, que ya analizamos en PanAm Post recientemente, una vez más se cuestiona al candidato libertario por decir solamente que vale la pena explorar “mecanismos de mercado” ante la evidente problemática del faltante de órganos para los trasplantes. Antes que nada, como también pasa con la cuestión de las adopciones, frente a las necesidades de las personas que necesitan ser transplantadas hay más demanda que oferta. Existen listas de espera y los recursos limitados se van asignando a los pacientes de mayor urgencia. Aunque parezca tenebroso elaborar una analogía, se trata del mismo problema del control de precios que genera escasez. Es un “mercado” de precio fijado en cero.
Desafortunadamente, se repite el problema de que muchas personas que podían haber sido donantes fallecen, llevando los órganos al cementerio, mientras que otros lo hacen por la ausencia de un elemento que termina comido por las lombrices bajo tierra o en el calor infernal del incinerador. Sacando los casos de índole religiosa de las personas que por sus creencias no donan ni aceptan trasplantes (que debe ser respetado), este desencuentro es sin dudas una de las picardías más graves de este momento histórico. No faltará mucho para que el capitalismo consiga emular los órganos compatibles en un laboratorio para las personas necesitadas, seguramente, pero por ahora hay que considerar soluciones más rudimentarias.
Para no esquivar el bulto, ni esconder la cuestión de fondo con argumentos, hay que decir que sí. El liberalismo es compatible con la idea de un mercado de órganos, aunque autodenominados liberales como Carlos Maslatón dicen que no, sin ofrecer argumento alguno. Las primeras cuestiones que hay que analizar es si uno tiene potestad sobre su propiedad o no y en el caso que la respuesta sea negativa, quién puede decidir sobre la misma. Para los liberales, la propiedad privada es sagrada. Y no hay propiedad más sagrada que el propio cuerpo. Por lo tanto, en teoría, uno (al menos para los liberales), tendría que tener el derecho de disponer sobre su propio cuerpo.
Sometamos a una pregunta hipotética a los conservadores de izquierda y derecha que se horrorizan ante la idea del mercado de órganos. Si se cierra esta posibilidad quiere decir que hay un ente que tiene una potestad superior a cada persona para disponer de su cuerpo. No hay grises. O la potestad total es de uno o está relativizada. Y si es el Estado el que puede llegar a decidir estas cosas, se abre la caja de pandora.
Muchas personas suelen asociar al Estado las ideas que ellos consideran virtuosas. Sin embargo, es la herramienta del monopolio de la fuerza. El Estado puede ser el elemento que extermine a los elementos guerrilleros que buscaban implementar el socialismo a la fuerza durante la última dictadura militar, pero también es el comunismo en el poder que fusilaba a los disidentes en Cuba o la Unión Soviética estalinista. Los liberales, que advierten esta cuestión, buscan un Estado limitado e institucional que respete los derechos de todos. Si uno admite que la burocracia pueda tener la potestad sobre los cuerpos y los órganos mediante prohibiciones, ¿qué pasa si el Estado es, por ejemplo, religioso? Hay que reconocer que se prohibirán las prácticas homosexuales o impondrán la castidad hasta el matrimonio por la fuerza. Ahora… ¿qué pasa si gobierna un grupo de iluminados médicos que buscan “cuidar” la salud de la ciudadanía? A Maslatón, que relativiza la propiedad sobre el propio cuerpo, por ejemplo, le pueden llegar a prohibir sus viajes gastronómicos ya que está excedido de peso. Es fácil horrorizarse con la idea del comercio de órganos y dejar el debate ahí. Pero para ser consecuentes, los críticos de la idea tienen que hacerse cargo de las implicancias totales de su negativa. O somos dueños de nuestros cuerpos o no. Y el “o no” es más tenebroso que el capitalismo en su máxima expresión. Mucho más.
Aunque la izquierda suele argumentar que si se habilita un mercado de órganos los padres pobres venderán un riñón para alimentar a sus hijos por un tiempo, lo cierto es que esto no tiene sentido. Si se llega a avanzar en esta dirección quiere decir que la desregulación y la liberación de los mercados ha sido importante, por lo que las necesidades de las personas estarán más que satisfechas. Justamente, la pobreza es el resultado del anticapitalismo. En los países con economías más libres, no solamente nadie necesita vender sus órganos vitales para alimentar a su familia, sino que tienen el acceso a los bienes básicos absolutamente garantizados. La cantidad de tiempo de trabajo que necesitan para acceder a los mismos bienes y servicios de las economías reprimidas son incluso mucho menores. Ahora, poniéndonos en abogado de diablo de nuestro propio argumento, reconocemos que si un descerebrado quiere vender el riñón para comprarse un celular de moda, tiene derecho. Como dijimos, el argumento consecuente por la negativa llega a una conclusión hipócrita contradictoria o directamente nefasta.
Ahora, los libertarios nos hacemos cargo de esta evidente aberración. Pero los críticos deben hacerlo ante la falta de órganos y la ausencia de un mercado. De llegarse a abrir esta posibilidad, en lugar de vender las córneas para quedarse uno ciego, lo que realmente ocurrirá será la proliferación de incentivos positivos de los donantes eventuales en caso de fallecimiento o muerte cerebral. Nadie puede negar que si en lugar de las campañas actuales de donación, las clínicas privadas pudieran ofrecer una retribución para incrementar el número de donantes, los órganos disponibles se incrementarían. Además, el sistema actual de donación voluntaria sin retribución puede seguir funcionando para los que lo deseen. Resumiendo, nadie en su sano juicio puede negar que si se implementan incentivos de mercado, existirían más órganos disponibles.
Aprovecho la oportunidad para compartir una historia que me dio escalofríos cuando la escuché y todavía me sigue impresionando al recordarla, aunque pasaron más de veinte años de esta conversación que paso a compartir. En una oportunidad le pregunté a un policía qué había sido lo “más fuerte” que le tocó vivir en servicio. Esperaba que me cuente de algún tiroteo o un robo con rehenes. Me habló de una vez que le dieron indicación en su patrullero de seguir a un camión sospechoso, sin más indicaciones. Así lo hizo con su compañero en el marco de una persecución. Al verse acorralado, el conductor se suicidó pegándose un tiro. Cuando los oficiales abrieron la parte de atrás el vehículo encontraron, seré literal, “cuerpitos vacíos” de unos niños. La historia me sigue helando la sangre. Casi como reflejo, le dije que no había sabido del tema en los medios. Me respondió que la cuestión pudo esquivar el ojo público y no trascendió jamás. Estas cuestiones aberrantes siguen pasando en el mundo y China está bajo diversas investigaciones alrededor del mundo de casos de extracción forzada de órganos. Ignorar estos temas es como cuestionar la trata de personas prohibiendo la prostitución.
Nadie dice que puede haber un mundo ideal. Eso es lo que propone el comunismo, garantizando una pesadilla peor de la que había antes de la implementación colectivista. Al menos, lejos de la utopía, los mecanismos de mercado pueden solucionar muchos de los problemas que no encontrarán respuesta en el voluntarismo irresponsable.