Hugo Marcelo Balderrama,
El novelista húngaro, Gyorgy Faludy, contó que los 300.000 millones de pengös que ganó por la publicación de una novela apenas le alcanzaron para comprar un pollo, dos litros de aceite y unos cuantos tomates.
Sucede que, para ese año, 1946, Hungría, producto de la Segunda Guerra Mundial, tenía su economía por los suelos, pues la mayoría de las vías férreas y locomotoras estaban destrozadas, y las que estaban bien fueron robadas por los soviéticos. Para el colmo, Hungría aceptó pagar reparaciones de 300 millones de dólares a los soviéticos, yugoslavos y checoslovacos.
El gobierno, en lugar de dejar operar las naturales fuerzas del mercado, decidió estimular la economía mediante la impresión de dinero, lo paradójico fue que tuvo que prestarse dinero para la tinta.
¿Cuál fue el resultado?
La inflación alcanzó 41900000000000000 %. Se lo pongo en sencillo, los precios se duplicaban cada quince horas. Obviamente, los salarios reales, que reflejan la capacidad de compra, cayeron por los suelos. Si bien, la gente tenía trabajo, este no valía nada.
¿A qué viene todo este cuento?
Allá, a mediados de los 2000, un grupo de analistas, este servidor, entre ellos, usamos ese ejemplo en un programa de TV para advertirle a la ciudadanía que el Movimiento Al Socialismo (MAS) estaba llevando a Bolivia a una ruta muy similar a los escenarios de Hungría, Cuba o la Corea comunista.
Sin embargo, lo mínimo que nos pasó fue que nos trataron de «mocosos pretensiosos», puesto que era inconcebible que unos veinteañeros cuestionaran el Modelo Económico Social Comunitario Productivo, que, Asamblea Constituyente de por medio, se estaba imponiendo en Bolivia.
Han pasado casi dos décadas de ese episodio, Bolivia sufre un desabastecimiento de combustibles; los dólares desaparecieron, tanto que el propio régimen los busca desesperadamente; los jóvenes han perdido la esperanza en su país; los alimentos empiezan a escasear; nuestro comercio internacional es inexistente en el mundo, y las familias tienen dificultades para llegar a fin de mes. Por ende, acá cabe otra pregunta:
¿El Modelo Económico Social Comunitario Productivo (MESCP) fracasó?
Depende. Si sus expectativas eran que ese modelo nos condujera por la ruta del desarrollo y la riqueza, fue un fracaso. Empero, si miramos el modelo desde la óptica del sistema dictatorial del socialismo del siglo XXI, fue un éxito rotundo, ya que tenemos economías miserables, una nación destruida y ciudadanos pobres, pero al mismo tiempo, dictadores ricos.
Sucede que el MESCP, a pesar de la rimbombante etiqueta marketinera, no era más que la puesta en práctica de los prejuicios que muchos pensadores, políticos y gente común suelen tener contra la libre empresa y el capitalismo.
Su objetivo real era sustituir el pretendido «caos» y las supuestas «imperfecciones» del mercado libre por la «planificación» central de la economía. Obviamente, la planificación estaría en manos de «expertos» como Luis Arce Catacora y otros economistas, esos “zares económicos“, en palabras del gran Ludwing Von Mises.
Su puesta en marcha implicó la destrucción de la propiedad privada, por ejemplo, se forzó a los bancos a otorgar créditos a tasas reguladas; gastar sin ningún reparo las reservas internacionales, y asaltar a manos llenas la jubilación de los trabajadores.
No obstante, lo peor es que los bolivianos acabamos convertidos en esclavos y rehenes del sistema, puesto que, algo tan básico como conseguir tomates, se volvió, en el mejor de los casos, un meme, y, en el peor, una señal de la tragedia que llegó.