sábado, septiembre 21, 2024
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El país donde no se pone el sol

María Alejandra Aristeguieta,

Son días complicados, las dinámicas pre y post electorales nos engullen y dejan poco tiempo al espacio de reflexión necesario para entender quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde vamos. En esta pugna entre quienes creemos en el imperio de la ley y el Estado de derecho y los que insisten en mantener rehén a un país entero para continuar usándolo como el escudo protector de su corporación narcoterrorista, todo se va transformando diariamente.

Sin embargo, en medio de este espiral de situaciones, hay momentos en los que podemos poner las cosas en perspectiva y organizar las ideas. Sobre todo, cuando presenciamos un acto que puede constituir un punto que marca el camino.

Sin duda el 28 de julio es un hito histórico, y es quizás el más importante en este camino hacia la democracia, pero está lejos de ser el único. Llevamos meses viendo la construcción del camino estratégico: desde la campaña admirable que recorrió el país hasta los videos de cada centro de votación, la publicación de la página web donde se almacenaron los datos de los resultados con las actas escaneadas –constituyendo el único documento con información oficial verificable hasta el momento–, los informes del Centro Carter, el Grupo de Expertos Electorales de la ONU, las declaraciones del Alto Representante de la Unión Europea, de centros de análisis, ONG internacionales, confirmando que la información disponible daba como ganador a Edmundo González. También vimos las declaraciones del secretario general de la ONU, de la OEA, del alto comisionado para los Derechos Humanos, y de sus voceros, amén de los representantes del G7 y de gobiernos y parlamentos de un gran número de países. La lista de eventos en estas últimas tres semanas nos da cuenta de una ruta anticipada y para la cual el liderazgo de las fuerzas democráticas se había preparado con antelación.

Constatar que el liderazgo venezolano puede funcionar como un reloj suizo, nos debe enorgullecer y llenar de confianza. Y digo suizo porque conozco la cultura anticipatoria suiza, que forma parte de una concepción más profunda de construir un sistema político y social sobre la base de la confianza y el respeto, para que el ciudadano pueda planificar su vida y sus acciones. Si uno confía en el sistema, en sus líderes, en el funcionamiento de un país, se desarrolla una mejor calidad de vida individual y colectiva, y un mayor crecimiento integral.

Es en lo que se traduce cada paso que hemos visto en este proceso de recuperación de la democracia venezolana, bajo circunstancias muy distintas, por cierto, a las de la apacible Suiza. Por eso vale la pena mirarlo también como un hito que aunque no hemos cuantificado ni ubicar en una línea de tiempo, sí lo podemos proyectar en el corto, mediano y largo plazo. Cuando escuchamos al presidente electo, Edmundo González, o a María Corina Machado, líder indiscutible de la fuerza democrática del país, no vemos más de lo mismo, vemos una hendija de luz que nos marca el camino hacia un sistema basado en la confianza y la planificación, pensando en el ciudadano, en el bien común.

Por eso, y regresando a los puntos que van marcando el camino, la convocatoria del sábado 17 de agosto fue tan importante. Porque es parte de esta línea estratégica planificada con anticipación que permite generar confianza ciudadana, así como reafirmar los resultados del 28 de julio. Vernos todos juntos nos da sentimiento de nación, de ser parte de un todo más grande. Somos mucho más que los 7.303.480 votos que recibió Edmundo. Lo evidencia la cantidad de personas que, solos, en grupos o en concentraciones, manifestaron su voluntad de construir un país diferente, a pesar del fraude, del CNE, de TSJ ilegítimo y de la despiadada represión que se está viviendo en el país, y que nos recuerda a la vivida por el pueblo cubano y por el pueblo nicaragüense. Fuimos millones dentro y fuera de Venezuela, porque también somos una nación regada por el mundo, aportando de mil maneras y llevando nuestro deseo de libertad a todos los continentes.

No lo olvidemos: somos un país donde nunca se pone el sol. Y eso vale un imperio.

Fuente: El Nacional

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