El papa Francisco, tras casi ocho años de pontificado, apuntala su posición política ante el mundo en plena crisis provocada por la covid-19 en Hermanos todos (Fratelli tutti, en italiano), una larga encíclica de marcado carácter social. Es el tercer texto que firma de este tipo (el anterior fue sobre la ecología), y el Pontífice se mete de lleno en la definición de conceptos como populismo o neoliberalismo, que rechaza abiertamente, y defiende una suerte de mirada del mundo que bien podría redefinir los valores del socialismo actual. La crisis de la covid-19, marco en el que sitúa sus 98 folios de análisis, es al final solo un marco para concretar un extenso y directo programa dividido en ocho capítulos que ha ido mostrando desde que fue nombrado en 2013, y que le ha convertido en uno de los enemigos de las corrientes soberanistas, populistas o de ultraderecha actuales. La encíclica, dedicada desde el título a san Francisco de Asís ―se publica el día de su onomástica―, fue firmada el sábado en la basílica donde reposan los restos del santo, de quien el Papa tomó el nombre cuando ocupó la silla de Pedro después del cónclave de 2013.
Las ideas políticas que expone Francisco no son nuevas, la mayoría forman parte de sus discursos públicos. Hermanos todos, en el fondo, funciona como síntesis del programa político de uno de los líderes que representan los grandes bloques actuales. El Papa arremete contra el consumismo, la globalización despiadada, el liberalismo económico, la tiranía de la propiedad privada sobre el derecho a los bienes comunes, la falta de empatía hacia los inmigrantes o, incluso, el control que ejercen las compañías digitales sobre la población y la información. Un pensamiento radicalmente social que revisita los postulados de san Francisco de Asís ―una de las grandes referencias del Papa― en un mundo en crisis, pero que no ha encontrado durante estos años un respaldo claro en una Iglesia profundamente dividida. La apuesta para construir puentes entre distintos mundos ―también en los ambientes laicos y no católicos, donde a veces es mejor recibido― ha sido arriesgada y a menudo infructuosa. La encíclica aporta algunos elementos para entender mejor su hoja de ruta de todos estos años.
Hermanos todos, cuyo título fue criticado antes de su publicación por asociaciones de mujeres cristianas por ser excluyente con la mitad de los fieles, se comenzó a escribir durante la pandemia. Ese es el marco histórico. Pero Francisco cita también a Martin Luther King, Desmond Tutu o Mahatma Mohandas Gandhi. El Papa se inspiró, en parte, en las desigualdades y los fallos del sistema que subrayó ese periodo, explica en una personal introducción. “Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos. […] El mundo avanzaba de manera implacable hacia una economía que, utilizando los avances tecnológicos, procuraba reducir los ‘costos humanos’, y algunos pretendían hacernos creer que bastaba la libertad de mercado para que todo estuviera asegurado. Pero el golpe duro e inesperado de esta pandemia fuera de control obligó por la fuerza a volver a pensar en los seres humanos, en todos, más que en el beneficio de algunos”.
El neoliberalismo, las formas del capitalismo menos compasivas, vuelven a ser objeto de abierta crítica en la propuesta política que detalla el Papa. También la falta de aprendizaje tras la última crisis económica, donde no se reguló “la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia”. “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente”, apunta. “Hay reglas económicas que resultaron eficaces para el crecimiento, pero no así para el desarrollo humano integral”, insiste en el texto.
Una crítica neta al sistema económico actual, que produce “esclavos” y “descartes”, pero que resulta más borrosa en su articulación cuando aborda asuntos como el populismo o el nacionalismo, o insiste en la crítica en algunas de las formas de la globalización. Especialmente en un cierto tipo de populismo (sus detractores le consideran a él uno de los principales representantes de esta corriente) que trata de diferenciar en el documento. “En los últimos años la expresión ‘populismo’ o ‘populista’ ha invadido los medios de comunicación y el lenguaje en general. Así pierde el valor que podría contener y se convierte en una de las polaridades de la sociedad dividida. […] La pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social tiene otra debilidad: que ignora la legitimidad de la noción de pueblo”. Una palabra que el Papa utiliza recurrentemente, incluso para referirse a la comunidad de fieles: “El pueblo de Dios”.
Vuelta atrás en la historia
Francisco cree que la vertiente negativa de esta corriente política brota paralelamente a los nacionalismos y soberanismos que recorren el mundo. Ese nacionalismo que encierra a los pueblos en sí mismos y que recuerda a tiempos oscuros. “La historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los intereses nacionales”.
La solución, cree Francisco, no pasa tampoco por el sistema de globalización actual. El Papa alude a la expresión “abrirse al mundo”, que según él ha sido secuestrada por la economía y las finanzas. “Se refiere exclusivamente a la apertura a los intereses extranjeros o a la libertad de los poderes económicos para invertir sin trabas ni complicaciones en todos los países. Los conflictos locales y el desinterés por el bien común son instrumentalizados por la economía global para imponer un modelo cultural único. Esta cultura unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones”. Una división de la que sacan tajada grandes empresas y naciones para negociar individualmente con los países y tener más fuerza, apunta en una referencia que señala a potencias como Estados Unidos y sus intentos por dividir a la Unión Europea en los últimos años.
La encíclica apunta incluso hacia los viejos fantasmas políticos del socialismo, como la propiedad privada, que el Papa considera un derecho “natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados que, con frecuencia, […] se superpone a lo prioritario”. “En esta línea recuerdo que la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. El principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social, es un derecho natural, originario y prioritario. Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización, como afirmaba san Pablo VI”.