sábado, septiembre 7, 2024
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El pirómano

ITXU DÍAZ,

El incendiario prende fuego para lucrarse, por rencor o maldad. El pirómano, trastornado, siente placer cuando provoca un incendio, un placer extremo que alivia su ansiedad, las consecuencias le resultan indiferentes, y es incapaz de renunciar a la posibilidad de quemarlo todo. España tendría un problema si Sánchez fuera un incendiario, pero es algo peor, es un pirómano. Y es él. Yolanda, tan necesitada de protagonismo, tan sobreactuada como de costumbre, tan solo le agarra la antorcha, dicho sea sin ánimo de meterme en las procelosas aguas de la metáfora.

En su pechera luce Sánchez las medallas de supervivencia a mil fuegos que él mismo provocó, y el recuerdo de esas gestas le empuja a superar una y otra vez las dimensiones de tierra quemada, y la dificultad de la pirueta necesaria para no terminar él también en llamas. Desconcierta asumir que gran parte de los problemas en que nos está metiendo el Gobierno se solucionarían con un poco de terapia y algo de medicación; aunque sé de más de un ministerio que son caso aparte, que requerirían decenas de camisas de fuerza solo para empezar.

Sin embargo, no pretendo que la posibilidad de un trastorno exima de culpa a quien quiere convertir en cenizas esta vieja nación, y que ahora se arrastra hacia el mayor de sus proyectos destructivos, tal vez, el gran incendio final: la amnistía. Tiene la culpa de asumirlo, la de habernos mentido, la de traicionar a los españoles, la de escupir sobre la Constitución, la de humillar a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y la de ignorar las consecuencias reales de semejante deflagración.

No hay ninguna posibilidad de que Cataluña sea una nación diferente de España, ni de la proclamación de una República. No hay ninguna posibilidad de que España sea una nación de naciones, que serían al fin nacioncitas basura incapaces de lograr nada por sí solas, y que condenarían a los suyos a la pobreza, al aislamiento, y al abuso de los caciques locales que trincarían, aunque no haya, como siempre han trincado. Caciques locales que, en el caso catalán, proclaman pertenencia a una especie superior; y no hay más que ver a Puigdemont o a Junqueras, que son como un coche eléctrico sin ordenador central, que cuando por sorpresa les alcanza la sinapsis se pone en pie La Bombonera.

El último sueño pirómano de Sánchez no es sólo premiar el golpe de Estado, sino que sube la apuesta, porque en la jugada pone en jaque al Rey hasta un extremo de imprudencia y vértigo nunca antes visto, y que sitúa a la Casa Real a las puertas del incendio, como pretendieron cuatro paletos hasta las cejas de butifarra en 2017, con la diferencia de que ahora las llamas están siendo provocadas desde el mismo corazón del Estado, por un incendiario narcisista al que le brota testosterona por las orejas cada vez que tiene ocasión de encender una cerilla frente a un cartel de “peligro: altamente inflamable”.

Con todo, haría bien nuestro pequeño Nerón de Tetuán en contener la ceguera de sus pasiones, porque más allá del constitucionalismo, la unidad de la nación, y el Estado de Derecho, hay otras materias altamente inflamables, entre las que sin duda se encuentran las pelotas de los sufridos ciudadanos. Los golpistas del 2017 han logrado que España se tiña, a izquierda y derecha, de un sentimiento de hartazgo ante los beneficiados de siempre, es decir, nacionalistas vascos y catalanes, a quien todo se le tiene que perdonar, para que no den la brasa, para que no traicionen, para que España sea gobernable, para que no nos incendien las calles. Así, como el niño coñazo que patalea hasta que sus padres ceden por flojera o desesperación, les han llovido durante demasiados años beneficios económicos, fiscales, políticos, de infraestructuras, institucionales, y ahora también penitenciales.

No sé, en fin, que hará el pirómano para ejecutar el incendio nacional planificado por el cobarde Puigdemont, cuya principal hazaña liberadora fue morirse de miedo y salir corriendo escondido en un maletero y tal vez disfrazado de lata de aceite, pero puede estar seguro de que quien dé un paso al frente y diga “basta ya” al golpe, como en 2017 hizo el Rey, y como a su manera lo han pretendido hacer hasta González y Aznar estos días —lástima que no vieran la luz hace décadas—, tendrá a la inmensa mayoría de españoles de bien detrás. En contra de lo que creen los tontos útiles del pirómano, cada vez más tontos y menos útiles, el sentimiento de hartazgo con los niños mimados de la paletería nacionalista es transversal y mayoritario al pie de la calle. Y lo malo de encender la gran pira para dar rienda suelta a tu piromanía es que nunca sabes quién caerá dentro al final. A fin de cuentas: ¿quién puede tener la seguridad de que todos tus íntimos están contigo en esto? Ya hubo un Teatro de Pompeyo, un Bruto, y un «Kai su, teknon».

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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