Cada día que pasa y que Maduro permanece en Miraflores será más difícil sacarlo del poder. Claro que el “sacarlo” no es apelar a ninguna arbitrariedad, sino responder a lo que pidieron la gran mayoría de los venezolanos en las urnas.
Durante los albores del “socialismo del siglo XXI”, uno veía una izquierda internacional contradictoria. Con socialdemocracias civilizadas en sus países, mezcladas en la foto con proyectos autoritarios como el kirchnerismo o avalando a dictaduras puras y duras como las de Venezuela.
Con el régimen radicalizado (que no es más que la última escena de la película y no una “deformación” de lo que fue el chavismo original), Nicolás Maduro cuenta con el aval de presidentes de importantes países como España, con Pedro Sánchez o del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva. La foto actual de la izquierda internacional es un bochorno, que muestra la honrosa excepción del chileno Gabriel Boric.
En sintonía con su antecesora Michelle Bachelet, ellos mostraron que hay un límite democrático a la hora de la alineación ideológica o, mejor dicho, que hay compromisos democráticos previos a la afinidad partidaria. Esto habla bien de ellos, pero muestra que, lamentablemente, la socialdemocracia parece haberse convertido en un espécimen en extinción. Ojalá no lo sea, ya que el péndulo que tuvo lugar en occidente luego de la Segunda Guerra Mundial entre centro izquierdas y centro derechas, dentro de todo, ha funcionado medianamente bien en varios países que consolidaron algún crecimiento económico, procesos electorales limpios y respeto a los derechos humanos.
España, desde el Pacto de la Moncloa, estaba allí, pero todo cambió con José Luis Rodríguez Zapatero, sobre todo, después que el expresidente dejó su cargo. La coalición izquierdista actual del PSOE, primero con Podemos y luego con Sumar, ya no tiene nada que envidiarle al bananerismo populista latinoamericano. La complicidad con Maduro y su fraude parece haber marcado el último eslabón de la cadena de la decadencia total.
En esa degradación está también Brasil, que por estas horas se rehusó en la OEA a forzar a Maduro a mostrar las actas que no tiene. Las palabras de Lula sobre lo que consideró un proceso electoral “normal y pacífico” terminaron de enterrar el mismo legado de sus gestiones previas, que contaban de cierto prestigio para la centroizquierda internacional.
Definitivamente, el desastre venezolano generó una especie de efecto “contagio” que terminó dañando la calidad institucional y democrática, tanto de países en la región como en Europa. Claro que el chavismo no es el “paciente 0”, que como todos saben es la dictadura cubana, que a su vez sobrevivió sus primeras décadas de la mano del apoyo soviético.
Hasta hace poco, las cuestiones de influencia política era un asunto de las potencias. Estados Unidos, Rusia o China, brindaron y quitaron apoyos en pos de sus propias agendas en casi todo el mundo durante años. Sin embargo, el tránsito de la cepa del virus chavista ya empieza a generar estragos en países que parecían medianamente independientes a estas cuestiones. Esto no es una buena noticia. Con el virus populista desenfrenado y suelto, es lógico que todos los países, sobre todo en América Latina, presenten atención (y recursos) a los procesos políticos de otros países. Ya no se trata de una cuestión de injerencia, sino de autodefensa de sus propios países.
Termine como termine todo esto, a partir de ahora, los países que distan de contar con los recursos e influencia de las potencias, comenzarán a apoyar explícitamente a diversos candidatos, ya como una cuestión de protección. Evidentemente, gobiernos de países no demasiado relevantes hasta el momento como Uruguay, Perú u Honduras, pasan a tener un rol fundamental en materia de geopolítica, en un contexto de degradación democrática. En todos lados ya hay eventuales aliados o enemigos para cuestiones fundamentales, como, por ejemplo, limitar la influencia en la región de regímenes como el de Irán.
Todo un tablero interesante para los analistas, pero definitivamente un nuevo panorama lleno de riesgos e incertidumbre para los ciudadanos de a pie.