El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha dado positivo al test de coronavirus, según ha anunciado él mismo este martes en televisión. “Comenzó el domingo con cierta indisposición y empeoró el lunes, con cansancio, fiebre, dolor muscular”, dijo Bolsonaro. Sin embargo, el presidente insistió en considerar exagerada la atención que se la ha dado a la pandemia en Brasil, que con 1,6 millones de casos positivos y casi 65.500 muertos es el segundo país más afectado del mundo. “Hubo un sobredimensionamiento, sabemos de la fatalidad del virus para las personas mayores y las que tienen comorbilidades. El aislamiento se realizó horizontalmente, es decir, todos se quedaron en casa. Estas fueron medidas exageradas, en mi opinión“, dijo.
El positivo de Bolsonaro puede tener efectos imprevisibles sobre su entorno. El sábado 4 de julio, Bolsonaro estuvo en la casa del embajador de Estados Unidos en Brasilia, Todd Chapman, acompañado de ministros y militares para celebrar el Día de la Independencia de EE UU. Las fotos publicadas en redes sociales lo mostraban abrazado con su ministro de Exteriores, Ernesto Araújo. El embajador Chapman ha anunciado que se hará la prueba de coronavirus.
Bolsonaro no presentó los resultados escritos de su examen, pero repitió su defensa del tratamiento con hidroxicloroquina, un medicamento cuya efectividad ha causado controversia entre las autoridades médicas para combatir la enfermedad. “Tomé azitromicina e hidroxicloroquina, ayer alrededor de las cinco de la tarde y confieso que después de la medianoche logré sentir algo de mejoría. Estoy perfectamente bien“, dijo el presidente. “Estoy al frente, no evito mi responsabilidad y me gusta estar entre la gente”, agregó, para justificar su presencia en grandes mitines. “Si no hubiera estado tomando hidroxicloroquina de forma preventiva, podría ser peor e incluso contaminar a las personas”.
Bolsonaro dijo el lunes que se había sometido otra vez a la prueba de coronavirus después de tener 38 grados de fiebre. Al regresar al Palacio da Alvorada, habló con sus seguidores protegido por una mascarilla. Las previsiones se cumplieron finalmente este martes.
Desde el comienzo de la crisis en Brasil, el presidente ha mantenido una actitud negacionista de la enfermedad. Desde el primer día defendió la idea de que la pandemia era promovida por la izquierda de su país para paralizar la economía y precipitar su salida del Gobierno. La estrategia brasileña contra el virus, con Estados promoviendo el confinamiento y el presidente llamando a salir a la calle, causó incluso alarma en los países vecinos.
En mayo, el presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez, dijo que Brasil era “una gran amenaza” para la seguridad sanitaria de su país. Paraguay y Brasil comparten 700 kilómetros de frontera. El presidente argentino, Alberto Fernández, con quien Bolsonaro mantiene una abierta enemistad, también advirtió que Brasil era un peligro para Sudamérica. “Es un riesgo muy grande. Nos entran camiones de Brasil con transporte de cargas desde São Paulo, que es uno de los lugares más infectados”, dijo. Argentina (80.000 casos), Paraguay (2.400 casos) y Uruguay (960 casos), son tres de los países sudamericanos menos afectados por la pandemia.
“Un pequeño resfrío”
Bolsonaro se ha referido a la covid-19 como “un pequeño resfrío” y ha declarado en la televisión nacional que su “historial de atleta” lo protegía de desarrollar síntomas más graves en caso de contraer el virus, en un intento por alentar a las personas a reanudar sus actividades. El presidente participó varias veces en eventos con cientos de personas y se relacionó con terceros sin usar mascarilla. “No soy médico, no soy especialista. Lo que he escuchado hasta ahora es que otras gripes han matado más que esta “, decía a mediados de marzo, cuando en el país había 52 casos confirmados de la covid-19.
Su oposición a la cuarentena lo enfrentó a los gobernadores, preocupados por los efectos de la pandemia en sus sistemas sanitarios. Para contrastar con ellos, Bolsonaro abrazaba a sus seguidores en las calles e incentivaba a la gente a romper el confinamiento impuesto en sus ciudades. “No es para tanto”, “es una gripecilla”, repetía el presidente.
A mediados de marzo, comenzaron los primeros rumores sobre una posible infección del propio presidente, después de un viaje a Estados Unidos que se saldó con varios casos positivos entre la comitiva. Bolsonaro se negó repetidamente a hacer públicos los resultados de aquellos exámenes, con el argumento de que su “historia de atleta” militar le garantizaba inmunidad. “Nada sentiría o, como mucho, me vería afectado por un resfriado”, dijo.
Cuando las muertes ya sumaban 5.000 y Brasil ya era una preocupación para los países vecinos, Bolsonaro dijo que no era su obligación “hacer milagros”. El 9 de mayo pasado, las muertes rompieron la barrera de las 10.000, sin que el presidente cambiase su postura.
La actitud de Bolsonaro contradijo siempre las pautas mundiales de control del virus e incluso su primer ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, perdió el cargo por defenderlas. El reemplazo de Mandetta no duró mucho tiempo. El médico Nelson Teich renunció el 15 de mayo, un mes después de asumir el cargo, también por divergencias estratégicas con Bolsonaro cuando Brasil se encontraba sexto en el listado mundial de contagios. Tanto Mandetta como Teich no compartían la insistencia del presidente para abrir la economía y promover la hidroxicloroquina como un tratamiento eficaz.
Bolsonaro se decantó, finalmente, por un militar y nombró ministro de Salud al general Eduardo Pazuello, quien sigue hasta hoy. Con Pazuello en el ministerio, centenares de técnicos fueron reemplazados por militares y la hidroxicloroquina formó parte del tratamiento contra la covid-19 en hospitales públicos.
Fuente: El País