Ni aunque en Argentina gobierne un liberal libertario anarcocapitalista parece ser suficiente como para que se comprenda concretamente qué es (y que no es) la inflación. Afortunadamente, la irrupción de Javier Milei pudo aclarar muchas cuestiones al respecto, en medio del oscurantismo económico total. Al menos, y no es poco, ya se aceptó que la inflación es un fenómeno monetario, que tiene que ver con la oferta del dinero y no con los precios de los bienes en las góndolas de los supermercados.
Aunque esto parece muy básico, hasta hace poco, el kirchnerismo insistía con la tesis que la vinculación de la emisión indiscriminada con el drama inflacionario era “un mito neoliberal”. Estas barbaridades se sostuvieron desde el Banco Central, el Ministerio de Economía y se defendían en los pasquines como Página/12.
Con el arribo de Milei a la Casa Rosada, y un ajuste fiscal que ni siquiera los burócratas del Fondo Monetario Internacional pueden creer, se logró terminar con los aumentos de precios. Como dicen los kirchneristas, “no fue magia”. Simplemente se dejó de emitir un dinero no demandado por el mercado, que se utilizaba para financiar el rojo del gasto público. Como indica la biblioteca seria, los precios comenzaron a desacelerar el alza. Pero también, en muchos casos comenzaron a bajar. Como ya se vio en varios comercios, varios precios incluso hasta registraron bajas. Algo inimaginable hasta hace un tiempo, cuando Alberto Fernández le declaraba la “guerra a la inflación” mediante los controles de precios.
Desde el inicio del nuevo gobierno, mes a mes el Índice de Precios al Consumidor comenzó a arrojar un número a la baja. Aunque los datos ya confirman el descenso en materia de inflación, lo cierto es que el IPC no releva lo que verdaderamente el problema inflacionario es. Este índice manifiesta las variaciones de una canasta de productos y servicios, que cuando hay inflación, lógicamente, tienden al alza.
Pero si en materia de servicios públicos (que estaban absolutamente regulados y subsidiados) comienza a reducirse el porcentual subsidiado, acomodándose el valor al precio real, que estos relevamientos tiren para arriba el IPC nada tiene que ver con el fenómeno inflacionario. Sin embargo, si hay un incremento en un transporte o un servicio para el usuario (que a su vez deja de pagarlo como impuesto inflacionario), nada tendría que ver este fenómeno con la cuestión de la inflación concretamente.
Es probable que un IPC sea una herramienta para medir el impacto de la inflación, pero ante fenómenos como estos, su incremento o, en este caso, su merma en una menor velocidad, no hace otra cosa que aportar confusión al debate.
En Argentina, aunque el IPC evidencie una baja en materia de inflación, el problema está mucho más solucionado de lo que parece, producto de la responsabilidad fiscal y monetaria de la nueva gestión. No sería una mala idea, teniendo en cuenta las problemáticas generales argentinas, que se consiga un índice más limpio relevando solamente los precios verdaderos. Es decir, los que se expresaban libremente. En muchos de ellos, hace ya algún tiempo, los aumentos de precios son de 0 %.