Los experimentos de biotecnología en la agricultura, los cruces de razas foráneas en la ganadería, el fallido programa alimentario, las siembras desatendidas por falta de mano de obra y recursos, los terrenos más fértiles destinados para la caña de azúcar junto al riguroso control estatal de las producciones y su comercialización, la fijación de precios, las cambiantes políticas y las regulaciones del Estado, causaron la destrucción de la industria azucarera y la agricultura (dos pilares de la economía cubana en su época capitalista).
De 161 centrales azucareros en Cuba en 1959 en óptimas condiciones y produciendo a plena capacidad, hoy apenas existen activos unos 50, la mayoría de ellos en estado precario de mantenimiento y producción. Más del 48% de los terrenos cultivables de caña de azúcar se encuentran abandonados y enyerbados. Es el «éxito» de los 62 años de revolución.
El gobernante, Miguel Díaz-Canel culpó a Washington de imponer una política de asfixia económica para provocar estallidos sociales en el país. «Mi gobierno trata de enfrentar y vencer las dificultades por las sanciones de EEUU, reforzadas desde el mandato del ex presidente Donald Trump», dijo después de ordenar una brutal represión contra decenas de miles de manifestantes y disparos de armas de fuego con balas reales.
Díaz-Canel, un adoctrinado del socialismo y designado directamente por Raúl Castro, forma parte de una tercera generación de la dictadura que intenta defender una ideología que ahoga cualquier iniciativa económica con capital privado, aniquila el incentivo para producir por beneficios individuales; se antepone a los mecanismos efectivos del mercado y convierte al estado en el eje central y regulador de la economía.
El control estatal
La centralización de todos los poderes, sin la existencia de propiedad privada, es la clave para que el sistema socialista se estanque y termine siendo una plataforma de retroceso progresivo y acelerado. No hay bloqueo más radical que este para el desarrollo económico en cualquier país. China, un régimen comunista y autoritario con una economía de libre mercado, lo entendió desde hace varias décadas.
La expropiación de tierras y propiedades fue el primer paso del descalabro en la Mayor de las Antillas. Todos los centrales azucareros fueron confiscados por el control del estado, la industria eléctrica, la agricultura, en fin, todos los sectores económicos quedaron como propiedad del gobierno.
¿Cómo ha sobrevivido en 62 años un sistema destinado al fracaso?
La generación que apoyó la instauración en el poder de la revolución cubana estaba permeada de valores capitalistas, de sacrificio en el trabajo y recursos que quedaron activos de grandes compañías estadounidenses radicadas en Cuba, lo que permitió sostenerse en los primeros años, con serias dificultades también.
Al declarar la guerra a Estados Unidos y al capitalismo occidental, Fidel Castro convirtió la economía cubana en dependiente e improductiva. Dependiente del campo socialista y de la antigua URSS, luego de Venezuela y de las remesas de exiliados; e improductiva, por los mecanismos de freno y burocracia del propio sistema socialista. Durante varias décadas Cuba pasó de ser un país productor y exportador por excelencia a una nación de trueque como miembro del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).
La dependencia económica
En décadas posteriores y con el gobierno de Hugo Chávez, Cuba se hizo dependiente de las riquezas petroleras de Venezuela ofrecidas por Chávez a cambio de seguridad y orientaciones políticas, el envío de médicos y otros profesionales, otra vía de ingresos para el gobierno cubano que se dedicó a exportar servicios de salud y deportivos.
No fue hasta el 1987-88, con el desmoronamiento del bloque socialista en Europa y la Unión Soviética que Cuba fue obligada a dolarizar la economía y diversificar sus sectores para sobrevivir. Sin una infraestructura en el turismo, sin recursos agrícolas que venían del CAME y sin un mercado para el comercio, el régimen comunista preparó el camino para legalizar el dólar que desde 1959 penalizó. A finales de julio de 1993, Castro dio luz verde a la circulación de la moneda.
En 1988, el déficit de las finanzas estatales casi se duplicó mientras que el coeficiente respecto al Producto Interno Bruto aumentó al 4.4%. Al siguiente año la cifra escaló al 7%. Entre el 1991-1993 el décifit superó el 18%; al tiempo que la producción caía entre un 10% y un 14% como promedio, según las adulteradas cifras oficiales.
Desde principios de los años 1990, Fidel Castro emprendió la búsqueda de fuentes de ingresos en el mercado internacional y fomentó una red de bancos para el cambio de divisas extranjeras y para las transacciones comerciales e individuales en dólares. Tras la legalización del dólar, fomentó mercados y comercios minoristas con el propósito de retroalimentarse de productos en divisas extranjeras. Más tarde abrió las puertas a Western Union y otras agencias en busca de mayores remesas de cubanos en el exterior.
Dinero del exterior, el sustento del régimen
Las remesas no solo le permitieron al gobierno sobrevivir con un sistema inoperante, sino invertir dinero en hoteles y servicios para el turismo. Cadenas como la española Meliá empezaron a construir en la isla con ciertas facilidades que le propició el régimen a empresas extranjeras para recaudar rápidamente divisas con destino a transformaciones urgentes. Finalmente con la entrada de fondos directos, cierta apertura a empresas extranjeras y reducidas exportaciones de níquel, productos marítimos y agrícolas como el tabaco y cítricos, el régimen ha logrado coexister entre la interminable crisis, recibiendo también subvenciones de la Unión Europea y otras organizaciones internacionales -destinadas supuestamente a la sociedad civil- que terminan en las arcas estatales.
Los envíos de dinero a Cuba en el 2013 fueron de 2.800 millones de dólares. El 90% provino de EEUU.
Sobre el 2016, las remesas alcanzaron el 62% de los hogares cubanos y mantenían el 90% del mercado minorista, según Havana Consulting Group. En el 2019, entre las remesas en efectivo y mercancías, el régimen de la isla recibió 6.616 millones de dólares, pero con la pandemia cayó un 54,14% en el 2020 ($2.967 millones).
Por cada $100 dólares que un exiliado enviaba a un familiar en Cuba, el gobierno cubano a través de la empresa militar GAESA se quedaba con $74.33 dólares, de esa cifra $61.41 se dirigía presuntamente a productos en las tiendas dolarizadas con un precio de más del 240% superior al costo. El beneficio real para el pueblo cubano era ínfimo y a pesar de los altos ingresos directos desde el exterior, la escasez de productos y las necesidades más básicas de la población nunca se detuvieron.
A esta forma de enriquecimiento de la cúpula del régimen cubano, respondió el entonces presidente Donald Trump con sanciones más severas en contra del financiamiento de las empresas militares de la dictadura, cuyas inversiones y despilfarro de la élite comunista favorecían muy poco al pueblo.
Todos los servicios con moneda nacional y presuntamente gratuitos que ofrece el gobienro se encuentran en un estado de depauperación casi total. La red hospitalaria en el país, que en su momento gozó del respaldo estatal cuando la era de Fidel Castro, «atiende» a los enfermos en condiciones higiénicas deplorables y con mínimos recursos, donde apenas hay un sedante para calmar el dolor.
Las promesas y la demagogia durante décadas
Tanto Fidel Castro, como Raúl y ahora el impuesto Miguel Díaz-Canel han mantenido la voluntad del pueblo mediante migajas en una “libreta de abastecimiento colectivo”, el método tradicional socialista implementado por la revolución para distribuir la miseria entre todos y acompañada de un discurso populista de promesas y de resistencia popular a través de consignas, el control de la prensa y un aparato militar y represivo siempre activados.
Cuba ha tenido escasos atisbos de algún tipo de mejoría, en la mayoría de los casos inventada por el propio régimen para hacer creer que el sistema vive y se desarrolla. Pero la realidad desinfla los globos del poder.
Durante el gobierno de Barack Obama, quien impulsó la política de flexibilización con la dictadura, el régimen respondió con cierta apertura como lo hizo en ocasiones anteriores para recibir beneficios de la Unión Europea con sus programas para países emergentes del tercer mundo. Tras la visita de Obama a Cuba, la isla se convirtió en la moda turística de los estadounidenses, ávidos de revivir la Cuba de antes del 1959, paseando por el malecón en reliquias de autos mantenidos con la inventiva y gestión del cubano.
El resultado fue que por un par de años los cubanos creyeron que el gobierno les había entregado finalmente el cambio que pedían, pero en realidad vivieron una película hollywoodense: paladares con americanos, cruceros frente al malecón, filmaciones de largometrajes, documentales y musicales; banderas de EEUU y de Cuba, mientras que la destartalada infraestructura, la producción agrícola y todos los servicios de la gran mayoría de la población se hundían aún más por la falta de inversiones. La improductividad y la crónica ineficiencia del sistema jamás mejoraron; no porque el régimen no lo desee, sino porque resulta imposible hacerlo mediante el devastador sistema socialista al que siguen aferrados.
Obligados a ofrecer servicio móvil de internet
Ante la presión internacional y la necesidad de insertarse en el mundo moderno dominado por la tecnología, al gobierno no le quedó otra opción que autorizar y expandir los servicios de internet, restringido durante varios años ante el peligro que representaba para ellos abrir a los cubanos las ventanas al mundo real. El mundo capitalista con mercados abastecidos, personas que viajan con su propio dinero y un sinfín de oportunidades de prosperidad, en algunos países más que en otros, pero con la libertad de decidir el destino de sus vidas y de sus familias.
A través de videos en las redes sociales -como Facebook- el pueblo vio explícitamente, sin tener que acudir a rumores o cuentos, que existían dos Cubas: La empobrecida para la inmensa mayoría y la de lujos para la cúpula gobernante.
Imágenes de la familia de los Castro y de los altos funcionarios en yates de millones de dólares en el Caribe, fotos y videos en Estambul, en Europa, en Dubai llegaron a los teléfonos celulares de cubanos. Por su parte, la gran mayoría del pueblo –aún creyente de la nobleza y austeridad de la revolución- seguía inmersa en enormes filas (luego durante la pandemia) para [intentar] comprar algunos productos básicos, gracias a los dólares de remesas familiares.
Venezuela, con los mismos problemas del socialismo, enfrentada también a la escasez, sin combustible, con la economía en una gran recesión y masivas protestas, se vio obligada a reducir al mínimo el intercambio con Cuba.
La pandemia agudizó la interminable crisis
Sin liquidez, sin productividad económica y sin el respaldo de Venezuela, Cuba se quedó con su mermado turismo, la exportación y explotación de personal médico y las remesas. Y para rematar la eterna crisis, llega la pandemia de COVID-19. Los ingresos cayeron en más de un 70%. Fue entonces cuando el régimen recrudeció el control, acorraló a los llamados cuentapropistas con decomisos y multas desorbitantes al tiempo que el descontento popular por la escasez y los abusos también escalaba; ahora, sin un liderazgo histórico como el de Fidel Castro.
La presión social se disparó y millones de cubanos, incluso con dólares en mano, apenas cubrían la cuarta parte de sus necesidades mensuales. Quienes sobreviven sin remesas quedaron a merced de un gobierno que les prometió no abandonarlos, pero que hizo lo contrario. Desapareció la moneda del CUC que le daba cierto valor al peso cubano. Para recaudar liquidez el gobierno impuso una tarjeta de débito sin derecho a extracción en efectivo (solo en pesos cubanos), la falta de alimentos y otros productos se agudizaron hasta que el régimen decide apostar por el euro frente a las declaraciones del presidente Joe Biden de que Cuba no es una prioridad para su administración.
Todo lo anterior, junto al encierro por la pandemia y el control excesivo; una pronunciada escasez y la alta ineficiencia económica y de gestión de un gobierno incapaz de cubrir las necesidades de los cubanos en tiempos normales, mucho menos durante una pandemia, prendieron la mecha para el estallido social sin precedentes en la historia de la dictadura.
El bloqueo socialista
El embargo a Cuba y las sanciones son contra las empresas militares y los consorcios en el extranjero disfrazados. Cuba tiene libre acceso en EEUU a comprar alimentos y medicinas sin ninguna restricción, pero el régimen no tiene efectivo y lo que busca es crédito para luego no pagar, como ha hecho durante décadas con otros países y empresas.
Lo único que mantiene a la dictadura cubana en estos momentos es la brutal represión y el control militar y político. No tiene ni ha tenido nunca ninguna solución económica efectiva para salir de la destrucción que ha causado, simplemente porque no existe bajo un sistema socialista que China desechó para poder desarrollarse, lo mismo que hicieron Rusia y los países de la Europa del Este.
El estallido social que comenzó el 11 de julio en Cuba y que frenó la dictadura después de tres días a base de palizas, arrestos masivos, asesinatos, disparos con balas reales, hostigamiento y métodos de terror solo terminará con el fin de 62 años de opresión, demagogia e injusticias. No hay otra salida y el pueblo cubano despertó.
Fuente: Diario las Américas